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LA MÍSTICA

Camilo Valverde Mudarra

España



Por la fe, la iluminación

En la apreciación normal, mucha gente piensa que la mística es algo muy singular, reducido a unos pocos y de carácter anómalo; se tiene la idea de que es un asunto inusual, quizá de personas extravagantes o que, en todo caso, son sujetos de una materia especial. Incluso, gran parte de los cristianos conciben que la mística no tiene vigencia ni utilidad. Una mayoría, en el pasado y en el presente, piensa que mística es todo un espacio lleno rarezas que, en relación con las prácticas religiosas, se pueden producir en el estrato psicosomático de ciertos individuos. Es una parcela del maravillosismo, fenó­meno, que tanto ha impresionado siempre, incluso en los aledaños del cristianismo, sobre todo, desde la Edad Media. Ese mundo de lo anormal se explica por inter­venciones excepcionales de energías suprahumanas y tras­cendentes: ángeles y demonios, santos o duendes, dioses o Dios. Ciertamente, en el momento en que lo extraño tiene lugar en el hombre, también se interpreta «milagrosamente».

La palabra mística significa hecho «misterioso», secreto, religioso; su aplicación y contenido es de uso cristiano, del que pasó al registro se­cular. Viene de las voces griegas miô, miéô, mítês, mistikós, mistêrion: cierro la boca, estoy cerrado. De donde se derivó a aplicarlo a los iniciados en las religiones «de misterios» tan pujantes en las culturas mediterráneas que corren en trono al nacimiento de Cristo. Por su etimología, expresa, pues, algo secreto y arcano. Y ese sello de ocultismo permanecerá siempre y en todas sus acepciones. Siempre se le dio un sentido religioso. Los autores cristianos tomaron la palabra mistikón de las religiones mistéricas. El término mis­térion se cargó de significados religiosos y profanos. En este valor religioso la utilizó profusamente S. Pablo. Y, de ahí, resultó mysterio y sacramento en latín, de tan larga historia.

En la significación de secreto, hace referencia a la exégesis espiritual de la S. Escritura; es el análisis que estudia y profundiza en la expresión literal para llegar y desvelar el mensaje de salvación que guarda latente; de ahí, proviene sentido místico, sentido pleno de la Hermenéutica. Es preciso hacer una sabia lectura,más allá de las líneas, de esos textos semíticos, a través de su sensible mentalidad y de los géneros literarios peculiares, a fin de extraer la historia de salvación. Para ello, ilumina el Espíritu Santo, que ha inspirado esos textos; así, todo bautizado, mediante la fe, recibe la iluminación y puede llegar a ese conocimiento místico de las enseñanzas de la S. E. (1Jn 2,20.27). Todo el A. y el N. T. hablan de Cristo y convergen en Él (Lc 24,45); de ahí que, «ignorar las Escrituras es ignorar a Jesucristo» dice S. Jerónimo. Es la exégesis de los Santos Padres griegos y latinos, desde Orígenes; y, así mismo, la de S. Juan de la Cruz, el místico por antonomasia del cristianismo. «Si la mística de S. Juan de la Cruz no fuese una mística de exégesis espiritual, ¿qué sería su experiencia cristiana? El valor de la mística de S. Juan de la Cruz se apoya, al menos en gran parte, sobre la legitimidad de su exégesis; es más, en esa labor de exegeta es, donde verdaderamente se hace grande: su mística trinitaria re­posa toda entera sobre su exégesis» (D. Barsotti, Vie mystique et mystére liturgique, París 1954, 38). En verdad, es en la Biblia, donde S. Juan de la Cruz instala fundamentalmente su experiencia y su doctrina sobre la vida mística cristiana; pero, la S. E. no es sólo señal o símbolo del misterio; la Palabra de Dios es ya el mismo misterio propiciado como elemento vital para el hombre.

Su aspecto significativo más interesante se aplica al marco del conocimiento de Dios y de su revelación a la humanidad. En seguida, surgió la distinción entre fe corriente y gnosis, es decir, un conocimiento de fe elemental y común y otro más profundo y perfecto y, por lo mismo, más esotérico y limitado; toda la literatura espiritual, latina y griega, de la Edad Media, subrayó e insistió en ese concepto, tras quedar consagrado por el tratado De mystica theologia, y llega así hasta nuestros días. Un conocimiento de Dios «teológico», en el significado originario de la palabra, que es intuitivo, amoroso, sabroso, experimental.

En el hecho místico, se dan muchos conceptos falsos. Las ciencias psicológicas y las experimentales modernas han replanteado que gran parte del conjunto de fenómenos: visiones, locuciones, levitaciones, estig­mas, éxtasis... puede ser algo natural, morboso casi siempre. La natura­leza en ciertas condiciones especiales, extraordinarias, reac­ciona anormalmente, o por constitución predispositiva, o por enfermedad y desequilibrio funcional -el sistema ner­vioso juega aquí un papel importante-, o por una práctica gim­nástica, ascética, a la que puede coadyuvar por contagio el ámbito periférico. O bien, puede darse una causa preternatural: la acción de seres superiores, sin excluir al demonio; o puede ser totalmente sobrenatural, Dios. Sin entrar aquí en los criterios que se emplean para dis­cernir en este delicado y arduo asunto, sólo indicamos que todo ese conjunto se ha llamado mística. En especial, el éxtasis ha atraído el interés de los eruditos y ha sido, para la mayoría, el indicio de mística sin más. De ahí, la relevancia que alcanza en el chamanismo, en el hinduismo y budismo, en las religiones platonizantes, so­bre todo en Plotino, en las religiones «de misterios», en el mismo judaísmo, después en el cristianismo y en el Islam.

Ese recogimiento de embeleso puede ser un en-tasis, condensación de vida interior suscitada por Dios, por el mismo sujeto, o por otra fuerza. Pero que es un retraimiento, un penetrar más en sí, un conectarse más con su yo íntimo. En la trayectoria de algunos místicos, con frecuencia, se presenta esa fenomenología, el éxtasis externo en especial, que puede conllevar una sus­pensión de la actividad sensorial, una detención de la vida en varios de sus estadios; luego, una vez que el cuerpo se va habituando a las poderosas gracias espirituales, suele desaparecer, como le vino a ocurrir a Sta. Teresa de Jesús.

Los hechos místicos, para muchos psiquiatras y psicólogos, sólo son casos, que se reducen al submundo de las patologías. Para otros, «lo místico» viene inserto profunda­mente en el plano biológico, es la expresión prominente de un sentir religioso, que gusta la necesaria existencia y conforma la difusión vital de rebasar la finitud inquietante. Algunos, de la escuela de Freud, piensan lógicamente que, no es más que la exaltación piadosa del erotismo. Por su parte, la psicología de lo profundo no duda en justificar ampliamente to­dos los matices de la manifestación mística; defiende que su expresión no se debe a anomalías ni conmociones de variable intensidad del ejercicio espiritual; la considera simplemente capacidades eminentes de carácter religioso; es el resultado del dinamismo psíquico natural y potente; esa acción dinámica desarrollada por una entrega vocacional y enorme devoción, se va sumergiendo de modo imperceptible en las capas del subconsciente. Delacroix admite que, en los que llama «místicos mayores», puede producirse una intervención racional a lo largo del proceso sub­consciente, en el curso de la práctica religiosa.

Lo cierto es, que la feno­menología externa no constituye la mística, es más, en el terreno de la recta teología católica de la gracia se admite que pueden tener lugar, en algunas ocasiones, no fantasías, sino gracias actuales de Dios, concedidas por su misteriosa voluntad; así mismo, es posible que se produzca una hondísima vida mística, sin que tengan que aparecer necesariamente experiencias fenomenológicas.

Camilo Valverde Mudarra

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