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LA PALABRA (II)

Pedro Fuentes-Guío

España



     La palabra se torna brillante, cristal pulido, de tanto rodar por los caminos del habla, por los senderos del silencio, por escaparates de luz, por paredes de sombra, por vericuetos de verdad y abismos de mentira; la palabra termina herida, sublimada, caliente, por el roce de lenguas, fría por el desdén del caminante. Palabra, estandarte, mano que empuja, laberinto de albas, escapada de ocasos, friso del caminar cotidiano, de la ambición, antesala del llanto, pedestal de risas, canciones o dudas. Ya ves el poder de la palabra: con ella voy creando castillos luminosos, empalizadas, mares embravecidos, vientos y tempestades, sosiegos, árboles frondosos de pensamientos, de sensaciones, y sólo por el mero hecho de ir combinando palabras, poniéndolas una al lado de otra, como ladrillos del gran edificio de vivir y comunicarnos.

     Ahí está el fin y el misterio de la palabra, haciendo frases, haciendo literatura, haciendo idioma, pero es que "el idioma es el lugar donde viven las mentes", como nos dice el Premio Nobel Seamus Heaney. Y la mente es el hombre, y el hombre es la medida de todas las cosas, como nos dijeron los sabios griegos cinco siglos antes de Cristo. Así llegamos al hombre, a la mente del hombre, envase del poder mágico de la humanidad, mediante la palabra que, según Ramón Gómez de la Serna, "no es una etimología, sino un puro milagro".

     Al lado de sus valoraciones positivas, la palabra también encierra riesgos, especialmente en su mal uso, o abuso, siempre que esa combinación de hombre y palabra no se ajuste a un cierto equilibrio, porque "la palabra define al hombre, en su ejercicio se cumple la condición, humana: el hombre es el que habla, el hombre es el que nombra", que nos dice He:idegger. Y añade: "La palabra es la morada humana del ser. El ser del hombre se funda en el hablar". Teniendo esto en cuenta, y a la vista de la íntima ligazón entre el hombre y su palabra, hemos de tomar la palabra, nuestra palabra, con el debido respeto, con la debida precaución. En su uso puede radicar el bien, pero en su abuso, o mal uso, puede encontrarse el camino del mal. Y es que -sigue diciéndonos Heidegger- "el lenguaje es el más peligroso de los bienes".
Mi convencimiento es que necesitamos crear palabras que le devuelvan al hombre el sentido de la vida y de la muerte, del caminar y del reposo, del gozar y el padecer, porque -siguiendo con Heidegger- "sin palabra no hay mundo". A veces, según el modernismo galopante, ante imperiosas situaciones, que pueden ser recién creadas, o consecuencia de otras anteriores, el hombre pierde el dominio de la palabra. Y es que, según nos dice Ernesto Sábato, "al hombre lo despierta la angustia, buscando la plusvalía de las cosas, sacrificando la  palabra".

( Continuará )

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