Escribir cartas de amor es fácil aunque no se esté enamorado; basta con adjetivar y, ayudados por ciertos tópicos, hacer creer al receptor o receptora de la misiva que nuestro corazón ya no puede soportar el peso plomizo del beso anhelado. Crea o no el destinatario en lo que está leyendo, en general se sentirá atraído por un extraño gozo del que no querrá escapar. De “gozo”, digo, porque ante la duda casi siempre se opta por la complacencia. Pero hoy no vamos a referirnos al amor, sino a su rival sombrío.
Sé de una persona amiga que en su día me confió una carta de desamor para que se la corrigiese, y si advertía algún exceso se lo hiciera saber. Por respeto no quise interferir en su decisión, que me pareció firme, y sin dilaciones ni encomiendas cumplí con su deseo. Al terminar con mi trabajo le pedí que la escribiera de nuevo y que procurara mantener la horizontalidad de los renglones. Ante su, “¿por qué?” le respondí que los renglones torcidos de arriba abajo representan, en grafología, depresión. Yo no quería que mi amigo pudiese quedar al descubierto en una faceta desventajosa. En las líneas rectas existe equilibrio. Como la misiva era dura, y más que “dura” despiadada, entendí que su cainita intención no debía quedar desdibujada por unos rasgos depresivos. Si hice mal no lo sé, de lo que estoy convencido es que el desamor incomprendido desemboca inevitablemente en el fracaso psíquico, y como mi amigo no comprendía que el enamoramiento es efímero, preferí que fuese él mismo con sus consecuencias. Si algún día, cuando el desamor quedara difuminado en su ánimo, optaba por reflexionar, se percataría de que supone una ridiculez sufrir por quien sólo merece indiferencia. (Digo esto porque, según sus propias confesiones, se sacrificó en exceso por la mujer que amaba.) Si yo tuviese que escribir una carta de desamor (hoy por hoy imposible de que suceda), lo haría con comedimiento y de manera reflexiva. Con rigor, desde luego, mas sin tratar de herir innecesariamente, sólo lo justo para despertar en mi ex la necesaria comprensión de su egoísmo y que no se sintiese envanecida por mi probable sufrimiento. “Es que ella me dijo que me querría eternamente”, se lamentan algunos ignorantes tan egoístas como la que dice, “mi amor por ti es y será eterno”. Eso no puede ser, porque en el enamoramiento caben las más locas afirmaciones. Yo, que he amado hasta el delirio, sonrío cuando pienso en las barbaridades y mentiras, algunas de éstas conscientes, que dije en su día a quien, de la misma manera, trataba de engañarme tal vez sin tener conciencia plena de lo que me decía. La carta de mi amigo a su ex, yo la hubiera escrito así:
“Siento lo sucedido entre nosotros, más por ti que por mí. Te he querido sin aspirar a grandes contrapartidas y de mi amor has obtenido la dicha que ahora experimentas al sentirte liberada de un peso que ya no necesitas. Tal vez algún día tu conciencia, con el inevitable dolor que conllevan las malas acciones, te ponga alas en el alma para volar hacia la luz. Goza ahora que puedes puesto que yo también me regocijo al pensar que, por encima del amor que sentía por ti, coronaba mi conciencia un halo de misericordia por tu infelicidad de siempre”.
César Rubio (Augustus)
Cofundador del grupo
Escritores Castellano-manchegos y de La Mediterranía y colaborador de Metáfora.