Abandonado en una tarde frÃa
se acercó a mà Chito, alegre, ufano.
Ardientemente me besó la mano
y, cuando miré atrás, él me seguÃa.
Ya nunca más dejó mi compañÃa,
noble paje de humilde soberano.
Me llama con acento tan humano
que temo que me empiece a hablar un dÃa.
Salta por el jardÃn igual que un niño
y obedece mi voz con mansedumbre
y agradece mi pan y mi cariño.
Vela la puerta de mi casa ahora,
silencioso en la noche al ver que hay lumbre
y, al no sentirme en la mañana, llora.