¡Qué pena! Cristo en la cruz por redimir a la humanidad, y el señor Valverde Mudarra, diplomado en Ciencias Bíblicas, sembrando confusión conforme a las palabras, siempre tendenciosas, de un periódico donde ETA se desahoga.

Señor Valverde Mudarra, a mí me causaría rubor escribir, y publicar en un medio amplio como el de Internet, lo que transcribo seguidamente, manifestado por usted en su reciente publicación:

Aquellos que, en maliciosa oratoria, se atreven a herir y culpar a media España de que no está por la paz, si no acepta sus dictados, convocan tristemente manifestaciones partidistas y denigran a los vilmente asesinados con vacuas y tergiversadas razones, serán desdeñados y puestos en su sitio. (Respetando su sintaxis con pulcritud de copiadora.)

¿Cómo se atreve usted a escribir semejante falacia? ¿Ha contabilizado las manifestaciones convocadas por el señor Alcaraz, a las que, con prontitud y eficacia, se ha sumado el PP? ¿Ha hecho lo mismo, en referencia a la protesta callejera de hace un par de días en Madrid? ¿Qué espera usted de la “otra” media España –que no es “media”, sino casi toda-, engañada durante centenares de años por el clero, la nobleza y la burguesía de siempre; masacrada por los intereses espurios y condenada a la obligada obediencia, a la sumisión y al servilismo? ¿Qué espera usted del rojerío que, en nuestra Transición, cedió y borró de su agenda –aunque nunca de la memoria- los recuerdos de una dictadura cruel, de un despotismo todavía hoy presente en el cerebro de tantos y tantos partidarios del PP? ¿Cree el señor Valverde que el terrorismo se aniquila definitivamente por procedimientos policiales? Cuando Jesucristo murió en la cruz, perseguido y martirizado, ¿no floreció el cristianismo? De la misma manera, aunque en sentido contrario a este ejemplo, las intolerancias nacionalistas deben ser tratadas con argumentos democráticos convincentes, para que las masas confundidas tomen conciencia de que sólo con la unidad se consigue la armonía. Los métodos policiales, por sí mismos, a la larga, carecen de eficacia y crean mártires si, además de liquidar a los terroristas, no se conciencia a los equivocados seguidores de la maldad.

¿Quién será “puesto en su sitio”? ¿El señor Rodríguez Zapatero, nuestro presidente le pese a quien le pese? ¿Y usted no, señor Valverde, en su propia conciencia, cuando, ante el crucifijo, medite en sus pecados contra la razón y la justicia? ¿O cree que Dios es tonto como el jefe de la oposición, don Mariano Rajoy, acosado por la influencia del señor Aznar, esa persona que, junto a Bush, posó los pies sobre una mesa; de ese caballero que sin pensar en la miseria de muchos españoles celebró la boda de su hija con un boato propio de reyes y, para más INRI, humilló a España con su servil postura a favor de la guerra de Irak? Acuérdese de los humildes, señor Valverde, y dedique su tiempo a extraer de la Biblia los pasajes positivos, capaces de elevar el espíritu humano a las cotas que nos piden los sagrados Evangelios.

El partido en el gobierno, debemos admitirlo, ha cometido errores, de la misma manera que los cometió el PP cuando dirigía a la nación. Sin embargo, los socialistas han abierto un camino por el que se puede transitar sin contradecir a nuestra Constitución. Senda ésta obstaculizada por las fuerzas reaccionarias, ansiosas de bulla puesto que con la razón no son capaces de avanzar.

Señor Valverde, no nos hable de las víctimas del terrorismo. Ellas son merecedoras de nuestro respeto y admiración por su sacrifio, debiendo ser atendidas por su comportamiento en beneficio no sólo de España, sino también de la humanidad. Sin embargo -estoy convencido de ello-, más de una de las víctimas que nos han dejado para siempre, si tuviesen conciencia en el más alla y les fuese posible hablarnos, nos dirían: "Sirva nuestra eterna despedida para la reconciliación definitiva de la España que amamos y seguimos amando". Mas no pueden hacerlo, porque Dios niega la palabra a los muertos.

España, en mi criterio, necesita comprensión y no falso cariño. Dejemos de lado las banderías, las sotanas y los sofismas, y busquemos en la concordia el punto de encuentro capaz de unir a los españoles. Porque lo otro, “¡a por ellos, oé!”, no es otra cosa que el grito desesperado de quienes, “¡a por él, oé, oé, oé!,”, piensan en su futuro particular y no en el de la España que esgrimen como símbolo de sus ambiciones.

César Rubio (Augustus)