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INSTRUCCIONES PARA DECAPITAR SONRISAS

Fernando Alberto Vargas (Le Profetus)

Fernando Vargas Valencia

COLOMBIA



Primero, asegúrese de estar cansado, que la cabeza (los horrendos fantasmas que danzan en ella, que oyen las uñas encarnadas en los álveos de su cráneo) empieza a rodar y a rodar vislumbrando entre sus delirios y teas, muchos triángulos enrojecidos por el sudor de la vehemencia; los ojos deben estar aun en el comprender que caracteriza el hueco instante posterior a una lectura, es decir, estar en la postura desobediente y chillona de aquella mirada que quiere desaparecerse para abrirle sus pechos a las visiones del sueño, de lo onírico… La boca, sedienta de espada, de desviaciones fundamentales, sosteniendo aun esa elocuente y embriagante atmósfera del dentífrico, del higiénico parpadear de la lengua…

Debe usted sentarse en su cama y crear un espejo (Léase bien: "CREAR", no desperdicie su fe en reemplazarlo con algún dolor de mago)… En el espejo aparecerá su fetiche (Una mujer, una canción, un instante, una lectura, una instrucción, un viejo sueño); en principio creerá que es usted mismo porque su rostro y el reflejo que usted cree ver en el espejo abortado, son parecidos… pero tenga paciencia… El proceso no es ni corto ni largo, si suponemos que usted no es ningún alfarero del tiempo.

Debe usted arañar el espejo redondamente, dejarse llevar por la visión cosida de su ídolo… Este vendrá hacia usted a ofrecerle nuevos ídolos, mucho más seductores y astutos… Usted se sentirá oxidado de placer y querrá romper el espejo. Pero recuerde: El creador no puede desesperarse ante lo creado.

Así, habrá de controlarse como una monja que carece de tres dedos o como un asesino sin sueldo; optará por suponer (será cierta intuición, la mentalidad que usted deducirá del espacio) que nuevas visiones vendrán a complacerlo (Un cielo espantosamente azul; un tango sumergido en las preñeces de un checoslovaco; un elefante muy contento porque tiene enormes patas flacas que le permiten contemplarlo todo con la idiosincrasia de un profeta que descaradamente se iguala al promontorio – ese elefante se ha robado la punta de un páramo, el último escalón (el más victorioso) de un risco que es su cráneo –; un mar que cree que su única isla es un volcán; un par de tigres rabiosos, vomitados por un pez que ha nacido del fondo de una granada sobre la cual vuela una abeja, causante de realidades espontáneas; una mujer desnuda que se sonroja ante su presencia, no por vergüenza, sino por cobardía, porque para ella, usted está vestido de escopeta). Ese conjunto de alucinadas acideces, llámelo "LO HALLADO"; ¿Dónde habrá de ponerlo?... Esa pregunta será la abeja que le rodeará de luz el espejo.

Cuando descubra que esas rupturas de melancólica asunción son la herencia que usted le dejará a sus duendes, sentirá un cosquilleo en los labios, una ridícula sensación de querer arañarlo todo con la risa, de manchar las paredes con la carne que siempre sobra de un beso. Si aun no siente el cosquilleo es que necesita dialogar con el elefante… Dígale sus proyectos, su pretensión de ser brújula, sus sueños en el imperio de las explosiones, sus latidos en una oficina de insectos condescendientes con sus bostezos. Él le replicará todo, porque un verdadero diálogo se hace entre enemigos, las conversaciones amistosas son guerrillas disfrazadas de derecho humano.

En este instante, ya estará usted en el suelo de su habitación, escuchando los cantos que el frío pronuncia en las baldosas. Escuchará profecías, secretos y tácticas que olvidará al instante. Esas tontas revelaciones del mundo y la vida que a todos alguna vez nos han insinuado las caracolas, las paredes, los túneles de los escarabajos, la caja de leche vacía o los grillos que amamantan nuestra bicicleta, pero que dejamos abandonados en el crujir de nuestra garganta manchada de solemnidad.

Descubrirá que hasta un lapicero habla en metáforas, que los objetos suelen hablarnos en horas exactas con el lenguaje de los hambrientos, de los que brindan el agua que no tienen, el corazón que en reparticiones perdieron. A estas horas, aquí, se es un sordo que ama las canciones porque son misterio dispuesto a ser desentrañado con la pupila aferrada al vacío de estar reptando por cobardías y grises pragmatismos de resucitado. "Mañana es un día habitable" por el temblor de los labios en la idiosincrasia del castigo.

Al margen de las violetas, horrendo centro, se esconde su pureza, la profecía que dejó abandonada en el útero de sus predecesores, en el rito de las radiografías, en la ambivalencia del amoniaco en los umbilicales venenos de nuestra vieja oscuridad. ¡Qué hermosa es la carne alejada del veneno!

Ahora que se encuentra desnudo, aferrado a los delgados pétalos de madera de su techo, de ese gran cielo raso florido de misterios, se las ingeniará para renunciar a tanta locura, a tanta idiotez, a tanta felicidad.

Leve espacio le queda para compartir con usted mismo… Ame su cuerpo, tóquelo con el marfil del visitante, con los poros viejos de la mujer desnuda, con el fuego del volcán… Emancipe su sangre con la saliva que suele sobrarle después del trabajo, después de la melancolía que le deja el sexo con las arañas, entretejiendo sombras como un idólatra de los arrebatos.

Hombre: El placer está en hacer caminos; con el material que se tenga a la mano… Usted tiene rosas de aliento, tiene respiraciones suicidas, tiene dientes y uñas… Usted es afortunado tiene encajes en el rostro, un abismo profundo y fino que suele vociferar sus retornos.

Ahora que ha roto el espejo, duerma y sueñe con una nariz más grande, con colmillos de madera… Con un trabajo más elocuente, rece por el tiempo perdido, por la nublosa barbaridad de los felices, por la murga infame de los sentidos.

Hombre sin manos (porque el que usa sus manos para aplaudir no las merece): si no se ha dado cuenta, me he esforzado mucho para describir su risa. Todo sucedió entre sus dientes, entre sus labios, en sus gestos maquiavélicos de estruendos enclenques, máscara de sus ávidas fauces de rinoceronte capitolino, ese filo verdugo dispuesto a autoguillotinarse.

La risa es la peor maldad; con maldad se mata; si usted se ríe de sus fetiches, de sus ídolos, de sus alienaciones, desaparecerán… cobardemente.

Este artículo tiene © del autor.

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