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LA PALABRA (12)

Pedro Fuentes-Guío

España



El aire está lleno de puñales, de espadas flamígeras, de cuchillos cortando los silencios: son palabras que se escaparon de una boca iracunda, envenenada, vengativa. El aire también está lleno de caricias, de alas, de vuelos, de suavidad: son palabras que salieron de bocas de soñadores, meditabundos solitarios y poetas. Sí, por el aire van las palabras, como metidas en un armario de cristal, del que salen para herir, para ser hachas, suelos sin sombra, o únicamente sombra, o salen para hacerse gaviotas y palomas, aves injutas dispuestas a desabrocharse de sus botones de sol.
Es ahí, en el aire, hueco en el que el tiempo hace su nido cada día, donde la palabra sueña con limones, con manos expropiadas, dando su espectáculo gratuito, desinteresado y forestal. Es que, en nuestra presencia o nuestra ausencia, las frases florecen y a esa representación o llamada estamos obligados a asistir, porque si no, coma decía Cela, “me enfadaré si algo ha florecido sin que yo estuviera delante para verlo".
La razón es que las palabras no quieren ser tierra, sino cielo, no quieren ser suelo, sino aire, y por eso se elevan arañando azules.
En una apuesta por lo positivo, me quedaré con las palabras que suben al aire para hacerse alas, vuelos, suavidad, que son las que pronuncian los meditabundos, los que van hablando solos, quizá porque están convencidos de que "quien habla solo espera hablar con Dios un día", que nos dijo Antonio Machado. Son esas palabras que al dolor de ayer lo tornan paz y sosiego de hoy, o hacen con la alegría del presente un mayor conocimiento para el mañana, porque el hombre solitario, que dialoga consigo mismo, es el mejor acompañado de los hombres.
A pocas dotes de observación que tengamos, nos damos cuenta de que cada día son más las personas que van hablando solas. Destejen su yo en palabras, en lenguaje propio, íntimo, encendido, que echan al aire, a los lazos del viento, hacia el vuelo de los pájaros, donde se hacen poesía, lirismo de luz y silencio. Y es que, como dice el poeta coreano Ko Un, considerado como el Neruda de Extremo Oriente, “si quiero hacer del arco iris poesía, que lo sea; si quiero hacer de la tormenta poesía, que también lo sea".
Esas palabras colgadas en el aire, como una hamaca de niebla transparente, se van haciendo poemas visibles para los ojos, rumor de viento para los oídos, caricias luminosas para la piel. Son como escaparates de una espera, el sillón en el que las sentamos para aguardar al luego, pr6ximo o lejano, que llegará a nuestros oídos con su mensaje, o a los oídos de nuestros hijos, de nuestros nietos, porque esas palabras escritas en el aire nunca se pierden. Y nosotros nos diremos, como lo hacía José Lezama Lima, "no espero a nadie, pero insisto en que alguien tiene que llegar". Llegarán esas palabras.
(Continuará)

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