Lo cierto es que me causa lástima que los parlamentarios actuales no se parezcan nada a aquellos educados oradores decimonónicos de exquisitos gestos y escrupulosamente cuidadosos con el léxico y las maneras, como lo fueron Sagasta, Cánovas, Castelar, Pi i Margall o Maissonave, por recordar algunos. Y se suceden muchos casos sonados y sonoros, socialmente hablando, que desprestigian el quehacer de la dedicación política. Como los constantes rifirafes dialécticos sobre el 11-M entre los dirigentes socialista y popular, Blanco y Acebes, siempre a la greña y calentando al rojo vivo la política diaria hasta rayar en la crispación. Y no digamos de Zapatero y Rajoy. En Elche, recientemente se cruzaron acusaciones verbales y descalificaciones en prensa local -no sólo entre partidos contrarios sino entre dirigentes compañeros de siglas- en el polémico tema de la retirada del título de Hijo Adoptivo de la Ciudad al dictador Franco. Asunto que, ha aparecido en todos los medios a nivel estatal y que bien se merece -vistos y oidos todos los protagonistas- un artículo aparte. Y claro, la opinión pública está hastiada de los politicos y de sus enfrentamientos, que éstos ya resultan cansinos y repetitivos. Por eso, sería conveniente que nuestros políticos, gobierno y oposición, fueran conscientes de que a veces hacen el rídiculo y de que sus maneras crispan a los ciudadanos. Deberían rectificar, cuidar sus formas y palabras y calmar sus ánimos. Que impere la paz y reinen los buenos modales. Porque, sí para ser presidente del gobierno hace falta algo más que un DNI y ser mayor de edad, para ser un buen polìtico de todo partido y cualquier ideología; es necesario poseer, además de éstos requisitos, formación, educación y maneras junto a una lengua bien limpia y unos nervios templados.