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ESCLAVITUD PERSISTENTE

Camilo Valverde Mudarra

España



El desprecio por los derechos y la dignidad del hombre no tienen límites

La esclavitud es un hecho persistente; puede parecer una atadura del pasado ya superada en las sociedades modernas, pero, tristemente, se produce y reproduce a nuestro alrededor, en los países opulentos, en nuestras ciudades llenas de luces y colores consumistas. La ambición maliciosa y el desprecio por los derechos y la dignidad del hombre no tienen límites; al servicio del dios Macmón y el acomodo materialista, se pisotea al ser humano sin ningún escrúpulo, sin límite ni contención; y eliminada una mafia surge otra y, siempre, la misma miseria, la misma indefensión, la misma garra atenazante para el niño desprovisto, para la mujer desvalida.

D. Antonio Dorado, Obispo de Málaga, alza su voz de pastor por el tráfico de seres humanos y contra las mafias que negocian con personas, como mercancía fácil y productiva, en su carta pastoral: «El drama de las familias inmigrantes». «Es creciente, dice, el número de mujeres atrapadas, muchas de ellas casi niñas aún, esclavizadas por la prostitución y el abandono en la calle sin recursos y sin amparo, en el nimbo de inmigrantes indocumentados; la situación es de enorme gravedad, tras los fríos datos, hay hijos de Dios explotados, pisoteados, humillados y abandonados a su suerte». El cristiano llamado al amor de Jesucristo, «… en esto reconocerán que sois mis discípulos», ha de acudir al problema y revisar sus actitudes que «es otra forma de vivir y practicar el amor fraterno, que constituye la esencia de la respuesta al amor que Dios nos tiene».

La mujer, inmigración y trabajo, son cuestiones que se conectan y corren parejas. Es terrible la situación de miles de mujeres extranjeras que intentan ganarse la vida en el rico Occidente, si bien, en la mayoría de casos, llamar vida a su sucesión de días no deja de ser un eufemismo impertinente. Existen demasiados casos de esclavitud entre las empleadas del hogar y aquellas dedicadas por las mafias a los clubes de alterne, ocultas, endeudadas y coaccionadas.

Plantea un problema de «difícil abordaje» el trabajo de las inmigrantes en el servicio doméstico, a las que, al no tratarse de una relación laboral convencional, se les paga una miseria, menos de la mitad de lo que cobra una autóctona, se les somete a un trabajo desmedido, se les engaña y retraen los seguros y los documentos, que no se pagan y nunca se tramitan. Es realmente un estado de “esclavitud”. Se oye decir: «una colombiana ni regalada, son mejores las húngaras, más cumplidoras y limpias, tienen más nivel, las peores son las negras y las moras, siempre traen problemas». La argumentación evidente de los explotadores es siniestra; están apaleadas, estafadas, abaratadas, rotas, pero agradecidas, pues, por sus amos, se libran de un infierno aún más calamitoso. Pervive la cruel mentalidad del cacique dominante de su hacienda, animales y súbditos, por él –piensa- están y malviven. Ese pensamiento señala el tamaño de la ignominia, es la bondad del verdugo ante la víctima, la cortesía de la evidente carencia de respeto que trata de limpiar la cochambre de su conciencia. Y esto es de hoy, actual, caliente, y vivo en el diario vivir.

Con la apertura hacia el Este y Sudamérica, la garra de las mafias se ha extendido y, a través del engaño y la coacción, consiguen atraer su mano de obra, muchas aún niñas, obnubiladas por el dinero y obligadas por la necesidad y la pobreza. Las someten y maniatan presentándoles cuentas millonarias que las encarcelan y enmudecen, vejadas, explotadas y, con frecuencia, asesinadas, si no les placen o se rebelan. Este tremendo asunto más que esclavitud, viene a ser encarcelación y anulación de la dignidad humana. Entre esta moderna modalidad de trabajos libres, perviven relaciones propias del régimen de servidumbre, de la esclavitud. Con los caciques y las mafias, es imposible tratar de deferencia y humanidad. Si tuvieran decoro la solución pasaría por el sentido de la dignidad en alianza con el cultivo ético y algo de compasión. Falta la honradez, sobra la brutal codicia. Campea la maldad, el insano afán de posesión; se busca lo fácil, el pagar poco y obtener lo mucho a cambio de esclavizar. La persona no cuenta; sólo interesa el poder, dominar y tener esclavos.

Camilo Valverde Mudarra

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