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LA RELACIÓN ENTRE ALICANTE Y GABRIEL MIRÓ: DESDE LA DESCONSIDERACIÓN AL MERECIDO RECONOCIMIENTO

Manuel Parra Pozuelo



LA RELACIÓN ENTRE ALICANTE Y GABRIEL MIRÓ: DESDE LA DESCONSIDERACIÓN AL MERECIDO RECONOCIMIENTO
 
 El escritor vio la luz pasados los tres primeros cuartos del siglo XIX, en 1879, cuando ya la centuria se adentraba en su recta final, en la calle Castaños, una de las más emblemáticas de Alicante, y siempre recordará cómo, desde aquellos sus primeros días, sus ojos se llenaban del azul de sus aguas, en aquella ciudad, entonces, llena de terrados blancos con palomas que iban y venían.

Gabriel Miró
por Adelardo Parrilla

 Más tarde, ya en 1900, tras sus años de formación, transcurridos en el Colegio de los Jesuitas de Orihuela y de una breve estancia en Ciudad Real, concluye sus estudios de Derecho, aunque nunca lograría conseguir un puesto de trabajo apropiado o superar una de las oposiciones a las que habitualmente se optaba con esta carrera, e inicia la publicación y escritura de sus obras, apareciendo algunas en la revista alicantina El Íbero, dirigida por su amigo Francisco Figueras Pacheco, y editándose otras a costa de Gabriel Miró. En ellas se apuntan ya los caracteres que definirán sus creaciones de madurez, sobre todo su ferviente culto a la belleza y su propósito de trasmitir a sus lectores sensaciones que los eleven sobre la vulgaridad. Un año después contrae matrimonio con Clemencia Maignón Maluenda, y los esposos se instalan en la casa de los padres del joven escritor. Su nueva situación lo empujará a la búsqueda de un empleo que le permita atender sus nuevas necesidades, a tal efecto obtiene, en 1906, una plaza de oficial interino de la Dirección del Hospital Provincial de San Juan de Dios, con un sueldo de 150 pesetas mensuales.

 Su primer gran éxito literario lo consigue con su novela Nómada que, en 1908, obtiene el primer premio del concurso de El cuento semanal, otorgado por un jurado integrado por tres de los más prestigiosos escritores del momento, Don Ramón María del Valle Inclán, Don Pío Baroja y Don Felipe Trigo. El seis de marzo de ese mismo año, muere su padre, que había sido Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, agravándose, desde ese momento, la situación económica familiar. Gabriel Miró verá, como consecuencia de este premio, incrementado su deseo de ser escritor, aunque su dedicación a otras tareas de cara a procurarse recursos para atender sus necesidades vitales le dificultará una exclusiva atención a sus obras. Respondiendo al ofrecimiento de la Presidencia Honoraria de la Juventud Alicantina, da cuenta de lo contradictorio de su situación, afirmando: “Algunos ratos me encierro aquí y escribo algo, pero nada más, ni tengo condiciones, ni tranquilidad de espíritu para dedicarme al estudio que estos asuntos merecen: soy víctima de las miserias de la vida.”
 Ciertamente entre miserias y homenajes transcurrían también las relaciones entre el escritor y la ciudad que lo vio nacer. Sus amigos solicitaban de las autoridades que atendieran sus materiales necesidades, Salvador Rueda afirmaba: “Si yo fuera presidente de esa Diputación o Alcalde de ese Ayuntamiento o las dos cosas a la vez, ya estaba cogiendo la campanilla, y después de hacer con ella tilín, tilín y dejar abierta la sesión diría: Vota esta ciudad de la belleza y de la caballeresca alegría cincuenta duros mensuales para alpiste de su ruiseñor. He dicho“. El ingeniero Nicasio Mira, más prosaica y concretamente, se adherirá a esta solicitud, afirmando: “Gabriel Miró no es rico; necesita ganarse el pan de cada día en las oficinas de la Diputación Provincial ¿por qué en sustitución del destino que desempeña, del diario despacho de expedientes que tantas energías consume, no se le nombra con igual sueldo cronista de nuestra ciudad?”
 Accediendo a las múltiples solicitudes, entre ellas la de Óscar Esplá, la Diputación lo nombra cronista Oficial de la Provincia de Alicante, el 12 de septiembre de 1909; sin embargo, en febrero de 1910 es cesado de empleo y sueldo, como consecuencia de un ajuste presupuestario, aunque, tras las generalizadas quejas y protestas, como una suerte de compensación, fue designado Auxiliar del Delegado del Gobierno de la Junta de Obras del Puerto. Estas situaciones afectaron muy negativamente al escritor que, en carta a uno de sus amigos, afirmaba, con indudable sarcasmo: “La plaza de cronista, con sueldo decente, como tienen todos los cronistas, era a mi parecer lo que mejor se compadecía con mis aficiones. Pero mis protectores, mis mecenas alicantinos me creen inútil y me echan.”
 Tenía Gabriel Miró suficientes motivos para no sentirse satisfecho con la consideración y el padrinazgo que le dispensaba la ciudad a la que dedicaba sus más inspiradas páginas, tal como su amigo José Guardiola Ortiz, en 1911, decía: “Había pasado ya de la treintena; llevaba publicados seis libros; alcanzado renombre con el premio de El Cuento Semanal; y merecido lisonjeros juicios de los más famosos de nuestros escritores, y de prestigiosos literatos extranjeros. No obstante, las liquidaciones de sus editores eran irrisorias, escaso el producto de sus colaboraciones periodísticas y pobre el sueldo de los diversos cargos que obtuvo. En ninguno de ellos logró rebasar los treinta reales diarios…Tenía razón para vivir amargado. Todos sus libros estaban saturados del amor que sentía por Alicante…Y Alicante no correspondía al bien que sobre él derramaba.”
 El 3 de octubre de 1911 los diputados provinciales de Alicante lo reintegran a su puesto de cronista, iniciándose un proceso de continuadas reclamaciones, ya que Miró estimaba sus obligaciones, en relación con este cargo, con una liberalidad que no coincidía con las de sus mentores; a este respecto, afirmaba: “Mis libros se sustentan principalmente de la lumbre y la luz de esos pueblos y hasta Unamuno ha dicho que los campos de mis Figuras de la Pasión están comprendidos a través de nuestros paisajes levantinos.” Considerando, en consecuencia, que no era necesario escribir crónicas específicas para percibir sus remuneraciones.

 En 1914, ante las dificultades para obtener en su ciudad ingresos suficientes que le permitieran sufragar los gastos de su hogar, en busca de horizontes más amplios para sus aspiraciones literarias, y confiando en sus amistades y conocimientos en la Ciudad Condal, se traslada con su familia a Barcelona, continuando en ella su peregrinación por empleos burocráticos, muy poco acordes con su vocación. Al poco de instalarse en la ciudad es nombrado contable de la Casa de Caridad, empleo que atiende durante las mañanas, mientras que dedica las tardes a escribir. Su casi exclusiva entrega a las tareas de dirección y organización de la Enciclopedia Sagrada Católica le obligó a abandonar su empleo de contable y a dejar de escribir sus artículos para los periódicos de Barcelona, sin embargo, el proyecto, dificultado por el estallido de la primera guerra mundial, cosecha un absoluto fracaso, hasta tal punto que ni siquiera proporciona a Miró los salarios convenidos, dedicándose entonces a la escritura y publicación de sus obras de madurez. En 1916 aparece el primer tomo de Figuras de la Pasión del Señor y es nombrado auxiliar del Archivo Municipal de Barcelona; al año siguiente, tras la publicación del segundo tomo de Figuras de la Pasión del Señor (Estampas viejas) y la reproducción de uno de sus fragmentos en el periódico El Noroeste de Gijón, un juez de esta ciudad, que cree ver en el texto un delito de escarnio público al dogma católico, decreta la prisión y el procesamiento del director de esta publicación, dando lugar a un escándalo de considerables dimensiones, que incidió muy negativamente en sus pretensiones de obtener, con esta obra, el premio Fastenrath de novela, que fue otorgado a El verdadero hogar, narración que la historia de la literatura ha sumido en el más absoluto de los olvidos. En 1918,


Gabriel Miró paseando por tierras levantinas

agobiado por sus carencias económicas que no había resuelto con su traslado a la Ciudad Condal, Gabriel Miró se quejaba amargamente de la desatención de la Diputación de Alicante, diciendo en una carta a uno de sus amigos: “Estamos en diciembre y todavía no he cobrado un céntimo de todo el año de la Diputación. Es una paradoja que sólo se da en mi tierra, a la que no encuentro cuando más la necesito”. Considerando imposible conseguir los objetivos de mejora económica y profesional que lo habían empujado a Barcelona, a pesar de su adscripción al Archivo de la sección de Cultura de su Ayuntamiento y de haber aceptado el encargo de redactar la crónica de esta ciudad durante el siglo XIX, en 1920, decide trasladarse a Madrid, donde inicia sus colaboraciones en El Sol, el periódico de Don José Ortega y Gasset, y se le asigna un puesto burocrático en el Ministerio de Trabajo.

 Tampoco en la capital de España resuelve sus continuados problemas económicos. En 1921, manifiesta, a este respecto, que siente el más grande y doloroso desencanto de su vida y, en busca de la curación de su hija Clemencia, inicia sus veraneos en Polop de la Marina. Al año siguiente opta, sin éxito, por segunda vez al premio Fastenrath de la Real Academia Española, con su novela Nuestro Padre San Daniel; en esta ocasión, los sectores reaccionarios llevaron a cabo una sucia campaña de desprestigio y enviaron a los integrantes del jurado los recortes de los periódicos en los que se le atacaba por sus Figuras de la Pasión del Señor. El 1 de agosto, el Ministerio de Instrucción Pública lo nombra “Auxiliar, en concepto de competente literario y artístico de los Concursos Nacionales de protección a las Bellas Artes”. En esta etapa de su vida continúa sus colaboraciones en diversos periódicos españoles y extranjeros, entre los que destaca La Nación, de Buenos Aires. En 1923 la Diputación de Alicante lo nombra Cronista de la Provincia, aunque momentáneamente sin sueldo, mientras que la de Barcelona le reclama el fruto de los trabajos por los que ha sido remunerado, afirmando: “No ha entregado trabajo alguno referente al encargo que se le confió y no se ha presentado en ocasión alguna a prestar servicio”. En 1925 un jurado constituido por José Francos Rodríguez, Gabriel Maura, Pedro Muñoz Seca, Eugenio D´Ors y Darío Pérez le otorga el premio Mariano de Cavia, por su artículo titulado Huerto de cruces, en el que glosa una estampa tan alicantinista como el cementerio de Polop de la Marina. En este tiempo, inicia la preparación de sus Obras completas, que comenzarían a publicarse a partir de 1926, y es entonces cuando su novela El obispo leproso da lugar a una campaña contra el escritor, promovida por El debate y otros sectores reaccionarios y clericales, a pesar de que su prestigio como novelista queda, con esta obra, definitivamente consolidado. En diciembre de 1927, en carta dirigida a Enrique Puigcerver, afirma: “Según me dice el editor, Su Ilustrísima ensancha su diócesis de lectores. Verdad será cuando en nuestro pueblo no se han vendido más de seis ejemplares y hasta ahora si no recuerdo mal la estadística de mi mercado, vendía más en Teruel que en Alicante ¡Bendicamus Domine!”. Ese mismo año, dentro de campaña jesuítica contra sus obras, se publica, en Orihuela, un artículo con el título “El obispo leproso: sandeces, injurias y otros excesos”, aunque también en esas fechas lo proponen para ocupar un sillón de la Real Academia Española escritores tan prestigiosos como Azorin, Armando Palacio Valdés y Ricardo León, y ante el naufragio de su candidatura, que el escritor achaca a sus enemigos, “telares y de corto”, deberá continuar en su jaula burocrática y en la cárcel de sus estrecheces económicas. Aunque algunas satisfacciones derivadas del prestigio de su obra y del cariño de jóvenes escritores no eran ajenas a Gabriel Miró, que al final de este año recibió, desde aquella Sevilla que acababa de contemplar el bautismo de la generación del 27, una tarjeta, firmada por Jorge Guillén, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Dámaso Alonso, J. Bergamín, Gerardo Diego y Fernando Villalón, en la que todos ellos y José Bello, “aunque no tenía el gusto de conocerlo”, le decían “participar en la admiración y el cariño a Sigüenza”.
  Entrevistado por César González Ruano para el Heraldo de Madrid, en 1929, diría al afamado periodista, al ser preguntado por sus aspiraciones a ocupar un sillón de la Real Academia de la Lengua Española: “Además yo no tengo espíritu académico sería un hombre inútil en la Academia como lo he sido casi en la vida…Nadie se ocupa de mí. Yo soy un hombre retraído, que no puede ser tema de actualidad.” Los últimos días de su modestísima vida transcurren en mayo de 1930. El día 27, tras recibir la visita de un sacerdote, al que permite, por corrección, permanecer unos instantes en su habitación, aunque a su salida, dijese: “El hombre no me ha servido para nada”, despidiéndose de todos con el nombre de la ciudad que le vio nacer y que siempre estuvo en su corazón y en sus escritos, expiró.
 Aunque sus paisanos reclamaron el traslado de sus restos mortales a su ciudad natal, siguiendo sus instrucciones fue enterrado en Madrid, el día 29 de mayo. En el segundo aniversario de su muerte, el 27 de mayo de 1932, Don Lorenzo Carbonell, alcalde de Alicante, propuso a la corporación municipal que, como homenaje a Gabriel Miró, se erigiese un busto en la plaza que hoy lleva su nombre. En la sesión en la que se hizo pública esta iniciativa, el portavoz de la minoría socialista González Ramos proclamó su convencimiento de que el escritor no era propiedad exclusiva de esta ciudad, sino que pertenecía a toda la provincia y, aceptando el alcalde esta puntualización, el busto del escritor, obra del escultor José Samper Ruiz, fue, efectivamente, sufragado mediante aportaciones procedentes de todos los pueblos de la provincia. En este orden de cosas, es preciso constatar que, a pesar de sus méritos, no ha recibido el título de hijo predilecto ni de la ciudad ni de la provincia, ni la medalla de oro de la provincia de la que fue su cronista oficial. Tras su muerte, fue incluido en la nómina de sus hijos ilustres y se designó con su nombre la plaza en la que se ubica su busto, que, con anterioridad, se denominó de las Barcas y cuando se cambió su nombre se llamaba de Isabel II.
 La inquisitorial depuración llevada a cabo tras la guerra civil también afectó a un grupo escolar, que había sido designado con su nombre en la época republicana, y en abril de 1939, por resolución de la Comisión Provincial de Enseñanza fue denominado “Víctor Pradera”, escritor tradicionalista, cuyas obras completas fueron prologadas por Francisco Franco, a la sazón Generalísimo de los Ejércitos y Jefe del Estado Español; esta denominación fue mantenida por el citado colegio público hasta mayo de 1982, y a partir de esa fecha pasó a denominarse “Nou d´octubre”, conservando este nombre hasta el día de hoy. Actualmente existen en la provincia tres Colegios Públicos de Enseñanza Infantil y Primaria con el nombre del eximio escritor (uno en Alicante, otro en Benidorm y otro en Calpe), y un Instituto de Enseñanza Secundaria, desde 1964, en Orihuela (la Oleza mironiana). Posiblemente en la época de posguerra, pero, sin duda, respondiendo a idéntica motivación, que fue la que condujo al injustificable cambio de nombre del colegio designado con el del escritor, un ejemplar de un texto de Juan Gil-Albert, titulado Gabriel Miró (El escritor y el hombre), publicado en Valencia, el año 1932, con el número XXVII de Cuadernos de Cultura, en la actualidad dentro de los fondos bibliográficos de la biblioteca Gabriel Miró, fue bárbaramente mutilado. Alguien arrancó las páginas correspondientes a su capítulo V, titulado “Los poderes oscuros”, y explicitó, con una leyenda manuscrita en su índice, la razón de la inquisitorial censura, al decir: “Este capítulo lo suprimo por su índole ofensiva y canallesca”. Haciendo así visibles “los poderes oscuros” a los que el título aludía. En cuanto a la actual ubicación en los currículos educativos de la Comunidad Valenciana, en Educación Secundaria Obligatoria, no aparece explícitamente citado y el único lugar en el que podría ser incluido, emparedado entre las generaciones del 98 y el 27, no es precisamente favorable a la imprescindible y detenida atención que se le debía prestar en nuestras aulas; por el contrario, el currículo de Bachillerato lo incluye, con mejor criterio, entre sus contenidos de Castellano Lengua y Literatura, materia común, en el grupo III, dentro de la narrativa del siglo XX y de los nuevos modelos narrativos.
 Como una iniciativa docente, digna de ser reseñada y aplaudida, citamos la materializada por el Seminario de Lengua y Literatura Españolas del Instituto “Miguel Hernández” de Alicante, que, durante el curso 1993-1994, llevó a cabo el proyecto “Miró en las aulas”, que hizo posible que centenares de alumnos y alumnas pudieran conocer la vida y la obra de Gabriel Miró.
 En relación a su recuperación, tras la contienda civil, ya en 1943, la editorial Biblioteca Nueva publicó, en un solo tomo, con un prólogo de Clementina Miró, sus Obras Completas; así mismo, en diciembre de 1946, la revista Ínsula dio a la luz un número homenaje al escritor, en el que se anunciaba la Edición Conmemorativa de sus Obras Completas, bajo el patrocinio de los Amigos de Gabriel Miró. La, entonces, Caja de Ahorros del Sureste, promovió la biblioteca con su nombre, que fue inaugurada el 27 de abril de 1952, y tuvo como impulsor y primer director a Don Vicente Ramos, que sigue siendo su Director Honorario, y en 1979, coincidiendo con el primer centenario del nacimiento de Gabriel Miró, publicó un libro titulado con el nombre del escritor, y también la Caja de Ahorros Provincial de Alicante editó un volumen que se tituló Homenaje a Gabriel Miró. Estudios de crítica literaria, coordinado por Juan Luis Román del Cerro, con trabajos de los más prestigiosos especialistas. Igualmente es preciso reseñar que Don Vicente Ramos dio a la luz, en 1996, un extenso estudio biográfico titulado Vida de Gabriel Miró.
 La benemérita labor de custodia y difusión de la obra mironiana, llevada a cabo por la actual Caja de Ahorros del Mediterráneo, posibilitada e impulsada por la donación del legado del fondo bibliográfico y documental, que los nietos del escritor (Olympia y Eusebio Luengo) guardaban en su domicilio familiar de Madrid, y la cesión de los derechos de autor e imagen, ha hecho posible la coedición de sus Obras Completas,

en colaboración con el Instituto Juan Gil-Albert, bajo la dirección del profesor Miguel Ángel Lozano. En los últimos años, bajo el patrocinio de la CAM, han tenido lugar dos simposios que, al más alto nivel, han contribuido a difundir y valorar en su justa medida la obra de Gabriel Miró. El I Simposio Internacional Gabriel Miró se realizó los días 12, 13, y 14 de noviembre de 1997. Coincidiendo con este acontecimiento tuvo lugar una exposición de fotografías y paneles bajo el título Gabriel Miró, escritor (1879- 1930), que abordaron tres perspectivas de su figura (“El escritor”, “El hombre y su ambiente” y “Gabriel Miró y las sensaciones”). El II Simposio Internacional, Gabriel Miró novelista se celebró el año 2002, bajo la dirección de Miguel Ángel Lozano, con tan buena acogida y tan exitoso resultado como el primero.
 Podemos afirmar que, en Alicante, en los últimos tiempos, sobre todo, a través de la Caja de Ahorros del Mediterráneo, se ha realizado una meritoria labor de rehabilitación de su figura y de difusión de sus obras, aunque no es menos cierto que, en vida del escritor, en muchas ocasiones, las autoridades de entonces hicieron oídos sordos a su peticiones, y que, tras la guerra civil, “los poderes oscuros”, que nunca habían sido favorables a sus obras o a su persona, tuvieron la incalificable osadía de eliminar su nombre de uno de los centros escolares de su ciudad. Las páginas de este número monográfico de AUCA también quisieran ser una aportación al reconocimiento y la difusión de la obra mironiana, rebosante de amor a su ciudad y de sentimientos auténticamente religiosos, en cuyo nombre se desataron contra el escritor las más inmotivadas y tendenciosas campañas.
 
 
Manuel Parra Pozuelo
 


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