GABRIEL MIRÓ Y FRANCISCO FIGUERAS PACHECO
EN EL ATENEO SENABRINO
Pasadas las nueve de la noche del 27 de mayo de 1930, en Madrid, se nos fue Don Gabriel Miró a los cincuenta años, rodeado de su familia, en su casa del Paseo del Prado de la capital española.
Dicen que en su partida, tuvo un especial recuerdo para su ciudad natal y exclamó:
"¡Alicante! ¡Adiós a todos! ¡Señor, llévame!”[1]
Quizás, en sus horas finales, rememorara algunos felices momentos de su vida, incluso aquellas entretenidas, divertidas y distendidas tardes de tertulia, que pasara en el Salón Zapatería de los hermanos Senabre, en el barrio de Benalúa, al que sus asistentes, burlonamente, llamaron Ateneo Senabrino, hacia finales del siglo IXX y comienzos del XX.
Allí, en aquel local, tras las puertas de vidrio, el novel escritor demostraba a los presentes sus dotes de orador. Por un lado, era brillante, ocurrente y gesticulante en su exposición, y por otro, era una delicia escuchar en su voz los versos de Zorrilla, del que era gran admirador.
Atento a la disertación, un joven pintor, amigo del ponente, lo contemplaba con su instinto de artista. Veía los ojos azules y suaves, a veces tristes y melancólicos de Gabriel, y pensaba que le gustaría poder pintarlo, llevarlo al lienzo, inmortalizarlo con todo su colorido. En aquel momento, no podía saber que cumpliría su deseo algún tiempo más tarde.
El joven no es otro que Adelardo Parrilla, nacido en Cartagena en 1877, alumno aventajado de la Academia de Bellas Artes del tío de Miró, el veterano pintor Lorenzo Casanova.
Con los años, Parrilla marchó a Madrid para perfeccionarse. Posteriormente salió al extranjero, donde aprendería más de su oficio artístico, obteniendo premios y reconocimientos bien merecidos por su excelente obra, siendo considerado uno de los mejores bodegonistas de Alicante.
Asistió, para su pesar, al entierro de su amigo Gabriel Miró, en 1930, y cuatro años después, en 1934, Adelardo Parrilla también fallecería. En 1954 se le tributa un homenaje póstumo.
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El pintor Adelardo Parrilla
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Pero, por ahora, regresamos a la tertulia de esta entrañable zapatería, a la que uno de sus asiduos contertulios llega con un poco de retraso, cogido del brazo de su secretario. El retraso no es habitual en él. Gabriel ha finalizado su estupenda intervención y saluda efusivamente al recién llegado. Éste se disculpa por su tardanza, alega que tuvo que pasar por su
casa (en la calle Doctor Just, 51 de ese mismo barrio) para recoger las pruebas de imprenta del último número de la revista que él mismo dirige como redactor„Ÿjefe, El Íbero, que fundara en 1898.
Con la mirada, el joven Miró interroga a su amigo. Éste, aunque es ciego desde los 17 años, instintivamente adivina lo sucedido, y, por toda respuesta, le dedica una sonrisa. Gabriel Miró, descubre ahora, que su último relato ha sido publicado.
Todos los presentes conocen a esta persona de simpático rostro, que viste abrigo oscuro, y sombrero del mismo color. Los deposita a tientas sobre una solitaria silla con el fin de estar más cómodo. Su secretario, atendiendo fielmente, le ayuda. Al mismo tiempo, su amigo; Enrique Garriga, que en su día le acompañara por primera vez a esta tertulia, le acerca una silla para que pueda acomodarse.
El recientemente incorporado se llama Francisco Figueras Pacheco, nacido en Alicante el 13 de Diciembre de 1880. Este joven inició sus primeros estudios en Novelda, para continuarlos en el Instituto de Alicante donde fue algún tiempo compañero de Gabriel Miró, y tras finalizar el Bachillerato, se adentró en el mundo del periodismo, que le serviría posteriormente para publicar su primer libro sobre la figura de Don Hermenegildo Giner de los Ríos, en 1897. Un año después comenzó la aventura de la Revista El Íbero, que finalizaría en 1903.
El reencuentro de Figueras y Miró se produjo, precisamente, en aquel primer día, en el que, acompañado por Garriga, Francisco, entró por primera vez en este lugar.

Francisco Figueras Pacheco
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Nos lo cuenta el propio Figueras: "
La cristalería se abrió de nuevo y en el Salón de los Senabre vibró una voz timbrada, llena y agradable. Tenía acentos de suavidad y ecos de imperio.
La reconocí enseguida:
¡Figueras, tú por aquí! ¡Cuánto tiempo que no nos encontrábamos!
¡Sí, Miró, aquí me tienes! No nos hemos visto quizá desde un día que nos cruzamos en la Universidad de Valencia, y no hemos hablado tal vez desde que nos sentábamos juntos en el primer banco de la clase de Geometría. ¿Te acuerdas?
Sí, me acuerdo; pero entonces...
Mi buen amigo no se atrevió a completar la frase. Desconocía mi ceguera y no acertaba a expresar que le dolía, sin que su palabra me doliese a mí también. Esta delicadeza de sentimientos, indicio claro de espíritus selectos, era muy propia del de Miró.
Desde aquel día fuimos Gabriel y Paco.
Nuestra amistad creció rápidamente. En el Instituto no habíamos sido más que condiscípulos.
En el Salón Senabre comenzamos a hacernos camaradas de gustos y aficiones”[3].
La admiración que Gabriel Miró sentía por Figueras Pacheco la demostraría en 1909, cuando dijo de él; "-Dios hizo el espíritu de este hombre de un solo diamante elegido y bellísimo, dándole la luminosa transparencia al cerebro y la firmeza heroica al corazón. Su frente se elevó hacia el cielo, encendida por la fe, porque, si Dios formó esta alma de diamante, no se le otorgó hirsuto, limpio y tallado, sino que se le encomendó el glorioso trabajo de pulirlo hasta extraer sus pretendidas lumbres.
Figueras ha sido paciente, brioso y sufrido primero y lapidario de sí mismo”[4].
Finalizada su trayectoria como Director de la mencionada revista, retomando, una vez más, los estudios, lo hizo doctorándose en Derecho, el 19 de Noviembre de 1906, al tiempo que publicara algunos libros más de investigación histórica.
Fallecido Don Rafael Viravéns (cronista de la Ciudad de Alicante), Francisco Figueras Pacheco es nombrado nuevo Cronista, en 1908, a raíz de un articulo de Ponce de la Sierra publicado en el Diario El Pueblo, el 16 de Marzo de 1907, y continuaría con este cargo hasta su fallecimiento, sucedido en 1960.
Posteriormente a su designación, obtuvo diversos premios en certámenes públicos, y ostentó otros cargos de relevancia.
Su producción bibliográfica está más decantada hacía la investigación arqueológica y al ensayo que a la pura creación literaria. Del primera tipo de obra sólo citaré algunas:
La Albufereta en el término de Alicante, Excavaciones en la isla de Campello y
Panorama arqueológico de Jávea y sus cercanías. Entre las de ensayo se podrían citar,
Alicante y Miró, publicado en 1931 (donde expresaría la admiración que sentía por Gabriel Miró),
Aportación de Alicante a la cultura española: Gabriel Miró, Carlos Arniches y Rafael Altamira, de 1952,
Del Teatro de Azorín de 1930, y de creación literaria propia, sus poemarios:
Volutas de fuego que publicó en 1928,
La deidad del sol, de 1929, y
Stella Matutina, en 1956, entre otras obras destacan dos obras teatrales cómico„Ÿlíricas:
Los alemanes del camerón y
La república del Chirigay[5].
Regresamos al Ateneo Senabrino cuando la noche vence a la tarde, en aquella estancia modesta y sencilla, donde están sentados sobre los divanes Rafael Martínez, un poeta cartagenero que gusta de escuchar los versos que se recitan, y Domingo Carratalá, estudiante, entonces, de leyes, que con los años llegaría a ser profesor. En las cuatro sillas: el propio Gabriel Miró, Garriga, Figueras, y su secretario Francisco Prats Nobleza, al que solían comparar con la figura de Don Alonso de Quijano, por su parecido físico con la del Caballero de la Triste Figura; y al que Figueras y Gabriel Miró llamaron familiarmente, en alguna ocasión, Señor Ordóñez, cuando Prats comenzaba su disertación. Otros tertulianos asisten sentados en varios bancos de madera: Juan Miró (hermano de Gabriel Miró), Eufrasio Ruiz, que sería concejal, Elier Mañero, que fue parlamentario, Rafael Rico (empresario monovero), Heliodoro Carpintero (gran amigo de Gabriel Miró, cuyo hijo asistiría también al entierro de Miró), Alfonso Rojas, Mariano Acevedo, Cristóbal Romeu, Luis Pérez Bueno y su hermano Artemio, Rafael Maignón, Antonio Cernuda, Julián Pardo, Pepe Núñez y Rafael Rizo.
Estas tertulias, rebosantes de cultura, estaban amenizadas por la música, de cuando en cuando. Gabriel Miró cantaba algunas estrofas de sus óperas favoritas tal como comenta Figueras:
"tenía muy buena voz"[6].
...Y¿por qué no? de ciertos juegos inocentes, así nacería, de la mano de Gabriel Miró, el
"sincerismo", donde nadie podía mentir. Según nos cuenta Figueras
"había que decir la verdad fuera la que fuese[7]". De manera que fueron preguntándose, unos a otros, lo que cada uno de ellos tenían de bueno, y cuando le tocó el turno al joven Gabriel respondió: "Creo que tengo talento”[8].
Este original juego fue, con el paso de los meses, derivando hacía cierta hilaridad, y, finalmente, se convertiría en lo que los tertulianos bautizaron con el nombre de
"humorismo[9]".
La fama y la popularidad de estas tertulias les obligó a tener que buscar otro lugar, debido a su masiva asistencia, ya que la zapatería resultó insuficiente, así que Gabriel Miró las llevaría a la planta baja de su propia casa, se supone que de forma provisional, ya que continuó su andadura de la misma manera, lo que, nuevamente, provocaría la búsqueda de otro lugar, y éste sería un Colegio de Primera Enseñanza, en la calle Pérez Medina.

Plaza de Navarro Rodrigo, en el barrio de Benalúa
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De su maestro, nos cuenta Figueras que: "Don José era tan cándido que consideró un honor dar hospitalidad al grupo de bromistas[10]". Algunos temas tratados en aquellas jornadas fueron: "
Influencia de la música en las antiguas industrias textiles de Mesopotamia", "Relaciones entre el problema de la cuadratura del círculo y la educación moral de las multitudes", "Descubrimiento y usos de los paraguas y los quitasoles en la prehistoria del Celeste Imperio”[11].
Todas estas "chirigotas" finalizarían con unos juegos florales humorísticos, cuyo primer premio consistiría en un girasol.
Pero el "Ateneo Senabrino" cerraría sus tertulianas sesiones en 1903, quizás debido a las diversas ocupaciones de cada uno de sus asistentes.
¿Qué quedará de todo ello?
La amistad, una amistad sincera, reconocida, verdadera y duradera.
Unos entrañables y divertidos momentos que aquel joven Gabriel Miró recordaría con buen agrado toda su vida, puesto que fueron las únicas tertulias a las que asistiría.
Aquellas tertulias nos demuestran, que, además de ser un genial escritor, Gabriel Miró era una excelente persona, divertida, generosa, delicada y bondadosa que supo enaltecer a su ciudad a través de sus obras.
Luis S. Taza Hernán
[1]Gil Sánchez, Fernando y otros
. Alicante 1930, Edit. Banco de Bilbao, 1980. Pág, 17
[2]Hernández Guardiola, Lorenzo
El gran libro de Alicante. La Verdad-Fundación Cultural CAM. 1994. Pág, 246
[3]Ramos, Vicente.
Gabriel Miró. Edit. Instituto de estudios alicantinos, pág, 44
[5]Ramos, Vicente.
Gabriel Miró. Edit. Instituto de estudios alicantinos ,1979, pág, 45.
[11]Ramos, Vicente.
Gabriel Miró. Edit. Instituto de estudios alicantinos, 1979 pág, 46