He cruzado, Gabriel,
como otras veces,
la plaza que tu nombre ostenta,
cerca del mar
y encendida de sol,
al cobijo de ficus centenarios.
Tu busto permanece noble,
sobre pedestal de piedra,
centinela fundido en el silencio,
después de transcribir,
pintando con palabras:
paisajes,
ensueños y experiencias.
Pastorean a través del empedrado
perennes pasos,
indestructibles ecos,
rezagados o altivos,
desalentados,
dichosos
o seguidos de amor.
Tú, cual vigía imborrable,
custodias la fontana,
su plácido fluir,
surtidor con reflejos
matizados de verdes:
pittosporum,
aspidistras, palmeras,
la púrpura buganvilla,
y el fragante jazmín.
Los pájaros
que habitan la enramada
sacian la sed
y limpian su plumaje.
Todo al alcance
de un íntimo descanso
se recrea.
Y el viajero casual,
inmerso en el jardín,
olvida su andadura.
Te confieso, Gabriel,
que en uno de esos bancos,
que circundan la plaza,
gocé un beso furtivo,
después...
El tiempo apresurado
y sus anhelos
hacen surgir
apasionados años.
Por ello,
siempre que ordeno mi melancolía,
transito este lugar
con esencias a puerto
y a explanada;
Mediterráneo azul,
azul floresta
donde no cabe olvido.
Mª Amparo Benito Díez