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MIRÓ Y SIGÜENZA

María Rosario Mohinelo



MIRÓ Y SIGÜENZA
 
 
 
 
 La revista cultural Auca dedica este número al exquisito poeta de la prosa, el alicantino Gabriel Miró, un caso muy particular de voluntad y tesón. Por muy hostil que sea la realidad a la que se enfrente, Miró seguirá su vocación literaria indiferente al reconocimiento de su obra como meta. Los nombres de los que le criticaron e impidieron su ingreso en la RAE, quizá son hoy recordados gracias a esta oposición y no por sus méritos.
 Veo, en una fotografía, a un Miró elegantemente vestido de oscuro, con camisa blanca, corbata y gemelos, recostado en un diván en el que abundan los cojines; sobre uno de ellos flexiona y apoya el brazo mientras su mano izquierda sostiene el peso de la cabeza y la derecha descansa sobre sus piernas. Frente amplia, pelo abundante, ojos claros y ensimismados, y me pregunto qué estará contemplando el escritor en esa lejanía a la que traslada su mirada, en ese lugar que a él solo pertenece, en el que realmente vive y que en ocasiones se ve obligado a abandonar para afrontar las exigencias de la cotidianidad.
 Miró cultiva la literatura; a ella se entrega cumpliendo la labor para la que se considera elegido. Si estudia una carrera es para complacer a sus padres y con la esperanza de acceder a la judicatura, „Ÿque nunca alcanzó„Ÿ, en busca de un trabajo que le permita formar y mantener una familia y, a la vez, le deje tiempo para la escritura.
 De entre todos sus personajes me decanto por el de Sigüenza, al que adjudico, cómo no, los rasgos físicos y psicológicos de Miró, quien nos lo presenta por primera vez en 1904. A través de los años y de sus andanzas, vemos cómo Sigüenza va creciendo, encarnándose, convirtiéndose en el alter ego de su creador.
 Besado por el más literario de los mares; protegido por un ejército de azules montañas; ebrio de luz y de perfumes; bajo un cielo sin nubes y un fondo de canto de campanas, por el campo alicantino de la Marina, después de 20 años, pasea de nuevo Sigüenza recordando el pasado y anudándolo con el presente, “y ahora, todos esos años, los veinte años venían dóciles como corderos y se paraban a beber y a mirarse en la pila viejecita donde cabía temblando el firmamento”.
 Miró, o Sigüenza, tanto monta, ha dejado “el cansancio de la ciudad” por el gozo de la naturaleza; la prisa por “el no tenemos prisa”; el sentirse extraño por “el sentirse claramente a sí mismo”. Caminar, soñar, viajar por los parajes alicantinos, fundirse con la naturaleza, es su vida. Viaje exterior y recorrido interior. Viaja indiferente al medio de transporte: lo hace en tren, diligencia, a pie y hasta en burro; raramente en automóvil.
 Contemplativo, minucioso, sensual, Sigüenza recorre los caminos, dejando en ellos “la huella de su pie”. Camina, aspira y olfatea; mira, escudriña y ve; oye y escucha; toca y acaricia; gusta y saborea; y, sobre todo, indaga, retiene y archiva. Gran observador, “a pesar del peligro y descrédito de lo panorámico”, describe al detalle los paisajes de la geografía amada, los dota de vida, los humaniza. Nada escapa a su mirada, desde el inmenso mar o las altivas montañas al más insignificante de los insectos. Su riquísimo léxico rescata palabras olvidadas que nos traen el aroma de otros tiempos, de otros hombres y de oficios extinguidos por el progreso. Un profundo lirismo impregna sus escritos, sobre los que sobrevuela la sombra de una resignada tristeza. Las evocaciones a la religión y la muerte „Ÿesa patria común de los humanos„Ÿ están siempre presentes, directa o indirectamente, en su obra. A veces siente una morbosa inclinación por lo macabro y se recrea en detalles estremecedores. Tampoco faltan, por otra parte, las pinceladas de humor negro.
  Miró bautiza a estos escritos con el nombre de “Estampas”. María Moliner define este término en su Diccionario de uso del español, como: “Estampa” (de estampar) “Representación de una cosa en dibujo, grabado o fotografía, en negro o en colores, impresa en un libro o suelta”. Es decir: una estampa muestra. Y eso es lo que hace Sigüenza: mostrar; pero no sólo el paisaje que es su principal querencia, sino también el paisanaje con sus pasiones y debilidades. Muestra, pero no juzga: la ignorancia, la avaricia y la miseria; la crueldad del hombre para con el hombre, los grupos marginados y los animales; la injusticia social; el sometimiento de los humildes; la violencia machista; la niñez desvalida y el desamparo de la vejez; los rígidos sistemas docentes; el peso de los prejuicios; la enfermedad y la muerte. Sigüenza se nos muestra a la vez ingenuo y sagaz; serio e irónico; crédulo y escéptico.
 
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 “Estaba el aire dormido; todo parado, y la sensibilidad de los ecos desnuda en un dulce ocio” y Sigüenza sigue recorriendo, como en una despedida, todos los pueblos de la Marina, cuyos nombres, al pronunciarlos, se deslíen en su boca con la dulzura de un caramelo. Ha llenado sus ojos con el azul de su mar; ha aspirado el perfume de sus viejos campos; se ha saciado con el agua de sus manantiales; ha descendido al corazón de su tierra; ha gozado la caricia de su aire y de su sol, y se siente tan campo como ellos, “tanto que quedó poseído de un presentimiento de felicidad, y más hondo, el de su límite, la muerte”.
 Con su obra Años y leguas se despide Miró de Sigüenza: “Conviene dejarlo antes de que se quede sin juventud”. No sabe aún Miró que Sigüenza ha vencido a la fugacidad del tiempo y permanece para siempre en ese lugar donde duerme el aire “y la sensibilidad de los ecos se desnuda en un dulce ocio…”
 
 
María Rosario Mohinelo
 
 
Bibliografía: Gabriel Miró, Años y leguas; Heliodoro Carpintero, Gabriel Miró en el recuerdo; Mariano Baquero Goyanes, Prólogo a Años y leguas.
 


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