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Teología A

Breve Tratado sobre lo Trascendente

Albeiro Rodas / Wang Yangming Huoche Zhan (王陽明火车站)

Colombia



El ateísmo termina siendo muy simple. Si todo el universo no tiene sentido, nunca hemos encontrado que no tenga sentido... ― C.S. Lewis

Por Wang Yangming Huoche Zhan

“Aprender es el principio de la riqueza. Aprender es el principio de la salud. Aprender es el principio de la espiritualidad. Buscar y aprender es en donde comienza el proceso del milagro” – Jim Rohn

Lo trascendente es, sin duda, aquello que está por encima de todo intento de manipulación por parte de la mente humana. Es lo que es, sin necesidad de ser pensado o conocido. Si bien todos estamos envueltos en algo trascendental, pocos se hacen conscientes de ellos. El cerebro en sí es producto de lo trascendente, porque es el órgano más evolucionado que conocemos y, así mismo, no lo conocemos completamente ni lo aprovechamos totalmente. Con evolución podríamos entender una serie de circunstancias, accidentes y condiciones que dieron lugar al cerebro en sí y, sin embargo, la historia de su evolución sigue siendo un misterio. De la misma manera es un misterio el pensamiento humano. Hay un problema viejo: todo aquello que no comprendemos, lo explicamos a través del mito, ambas figuras con diferentes niveles de complejidad. La seguridad que nos da el mito es la madre de la demagogia para justificarlo y la creación de normas y castigos para imponerlo. Es mejor creer, aunque no podamos probarlo, que caer en la incertidumbre de no creer y seguir atentos al misterio. Ese misterio es la trascendencia. Para los seres humanos del siglo XXI es vital el enfrentamiento con los mitos y regresar a la apertura a la trascendencia, es decir, ir más allá de los límites, superar las restricciones, cuestionar las cosas del pasado, incluso la de nuestros más apreciados ancestros. Existen hoy muchos movimientos que se abren a la trascendencia y, a mi modo de ver, dichos movimientos crean espacios de esperanza para la humanidad. Una humanidad que llega a respuestas cerradas, conclusivas, que atan a las verdades a mitos o a leyes tenidas por absoluta, es una humanidad condenada a la muerte, a la guerra, a los odios y divisiones. Por un lado hay muchas personas que han comprendido por fin la idea de un ser humano en armonía con el universo. Si bien el universo mismo no es pacífico y vemos la violencia de su génesis desde el bing-bang, el ser humano mismo es producto de dichas fuerzas de infinito poder que moldean el cosmos. Pero a la vez somos seres infinitamente pequeños y frágiles, capaces de abrirle paso a nuestra propia destrucción, y a la vez a merced de fuerzas inimaginables. Sólo pensar en lo que podría pasar si nuestro sistema solar llegara a cruzar el espacio de una supernova o de una estrella de neutrones, nos hace sentir completamente vulnerables. Ni el Estado más rico y poderoso de la tierra podría hacer nada por evitar un cataclismo universal de ese porte. Somos como un inmenso hormiguero en medio de la selva. Por más sofisticados que seamos, por más estructuras complejas que tengamos, podríamos ser destruidos por el paso de un elefante en cuatro pisadas. Ese sentido de la vulnerabilidad es importante y es trascendencia. Somos pequeños y entonces tenemos que ser humildes y respetuosos con el universo en todas sus dimensiones: desde la infinita pequeñez de los átomos que son el material de la realidad real misma, hasta la infinita e indefinible grandeza del cosmos, cuyos horizontes ponen en entredicho todas nuestras ciencias y tecnologías. Un grupo de la raza humana está en vías de dicha trascendencia. No necesariamente aquellos que hacen parte de movimientos u organizaciones (también muchos de estos), pero muchos otros que toman la iniciativa de caminar hacia una humanidad menos pesada para el planeta y para la sociedad. Aquellos que respetan la naturaleza en todas sus formas y tratan de hacer el menor daño posible a los elementos de la vida no sólo en función de la supervivencia de la especia humana, sino también de las demás especies y organismos vivientes. El éxito de esa tendencia – que no debe quedar sólo en una tendencia -, es vital para la supervivencia de la humanidad en el futuro cercano y lejano. Estos seres trascendentes en el sentido en que viven el principio de lo trascendental y respetan al misterio del universo mismo, al ser, tendrán que llegar a liderar otros aspectos vitales como la política, la sociedad, la ciencia, la tecnología, no en utopías como el gran gobierno mundial que argumentan o sueñan algunos ambiciosos, sino en una simbiosis universal, en un respeto mutuo por las diferencias culturales, de pensamiento y de propósito, pero con un propósito universal como es el de la supervivencia del ser humano, de los organismos vivientes y del planeta tierra. Lo trascendente no puede confundirse con lo mágico o con los milagros o con todas esas alegorías del espíritu humano. La creencia en esas cosas hace de lo trascendente una caricatura y, además, crea divisiones y odios que conducen a las guerras. Es necesario que comencemos a definir las leyendas dentro del plano de la literatura y, sin embargo, sabemos que la literatura – y las leyendas son parte de ella en gran medida – tiene una gran importancia en la sociedad humana. Muchos valores y maneras de ver el mundo pueden ser vistos a través de la literatura. Cuando leemos un libro que ha recibido un premio importante como el Nobel, en dicho libro podemos apreciar muchos elementos críticos de una sociedad o sociedades y muchas luces de inspiración sobre lo que deberíamos hacer o pensar. Ese elemento de apreciación de la literatura es real e importante, pero no por ello creemos que los personajes y eventos narrados en una obra de ficción son reales o fueron reales en un momento determinado, a menos que se trate de obras históricas e, incluso, las obras históricas tienen mucho de ficción y de especulación. Ese aporte de la literatura no puede ser ignorado y nos sirve de parangón para decir que las leyendas que fueron creadas para explicar a lo trascendente, no son del todo erradas, pero deben ser tomadas con la misma precaución de los efectos de la literatura. La renuncia a la razón, a la investigación y a la adquisición del conocimiento, es la renuncia al espíritu humano. Quien prefiere creer en las leyendas para pacificar su alma, es como quien consume un narcótico que lo hace ingresar en un estado de calma y paz que es un estado falso. Pero quien reconoce la pequeñez del ser humano y de la tierra misma en el contexto del cosmos y busca por medio de la razón abrir los espacios del conocimiento, puede llegar a la bondad misma. Si bien muchos genios pusieron su ciencia a favor de los poderosos para dominar e incluso destruir a otros, ello no significa que el amor a la ciencia no garantice la bondad. En contraposición, muchos líderes supuestamente religiosos y espirituales, lideraron a sus congéneres a guerras fratricidas y a la manipulación de otros en beneficio de ciertos intereses. Quien se abre al trascendente, se abre necesariamente a la bondad, porque reconoce nuestra vulnerabilidad y nuestra necesidad de estar unidos para la sobrevivencia. Dicha sobrevivencia no implica un acto por la salvación del ego, sino más bien por la salvación del todo, incluidos todos los seres vivientes sobre la tierra y en donde estén. En la actualidad buscamos otros planetas que podrían ser nuestra próxima casa y en ello veo la eterna migración del ser humano que llenó la tierra de punta a punta y ahora quiere llenar el universo. Ese acto de búsqueda es un acto de supervivencia del espíritu humano. Los que vivimos en esta época nunca veremos dicho planeta (tierra próxima) – aunque vamos tan rápido que posiblemente tenga la fortuna de saber de ella antes de morir. Pero seguimos en la búsqueda incesante no para nuestro tiempo, sino para el futuro, para nuestros descendientes, para la supervivencia del espíritu humano: eso es trascendencia. En ese propósito, todos tenemos que unirnos. Si bien no todos tenemos que ir a las plataformas de observación del telescopio Hubble, podemos preparar a nuestras sociedades para poder ir algún siglo venidero a la nueva tierra prometida en sentido completamente literal. Cuando llegue ese momento, la humanidad que iría a ese sitio tendría que ser una, sin divisiones ni resquemores de los unos para los otros. Eso es la bondad de la trascendencia.

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