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GABRIEL MIRÓ Y EL POETA CANARIO ALONSO QUESADA

Antonio Henríquez



GABRIEL MIRÓ Y EL POETA CANARIO ALONSO QUESADA
 
 
 
 
 
 
 Rafael Romero Quesada (Las Palmas de Gran Canaria, 1885-1925), más conocido como Alonso Quesada, conectó pronto con la sensibilidad de Gabriel Miró. Los poetas amigos, Tomás Morales y Luis Doreste, mientras estudiaban Medicina en Madrid y atendían a los cenáculos literarios, trabaron amistad con Gabriel Miró y con su obra. De seguro que le inocularon ese amor, al conocerlo personalmente, a Rafael Romero, que se quedó en su isla trabajando para los ingleses. En las referencias de la prensa a algún homenaje ofrecido al alicantino, allá por 1908 en Madrid, aparece el nombre de Doreste.

Óleo de Juan Ignacio Trives Ñiguez

 La correspondencia de Miró con Alonso Quesada es prueba de esa amistad entrañable. Se ha publicado ya dos veces con resultados no muy felices, al estar algunas cartas mal transcritas y la cronología de algunas de ellas mal planteada. Sabemos que el profesor Ian Macdonald está ultimando la edición del Epistolario de Gabriel Miró. Allí saldrán estas cartas de que hablo con mejor lectura y ordenación cronológica.

 Hoy doy noticia de algunos escritos de Alonso Quesada sobre Gabriel Miró, del bello prólogo que este escribió para las proyectadas obras completas del canario.
 Alonso Quesada elaboró una cuidada prosa como reseña de la obra de Miró El humo dormido, y publicó en la revista madrileña España un poema dedicado a Miró. También dio una conferencia en la Escuela Luján Pérez de su ciudad natal, de la que se publicó un extracto en la prensa. La reseña de El humo dormido vio la luz en el periódico de Las Palmas, La Jornada, el 26 de enero de 1920, bajo el título: La vida literaria. El humo dormido, por Gabriel Miró „ŸEditorial Atenea„Ÿ 1920, y sin firma. No hace falta la firma para reconocer que Alonso Quesada es su autor. Tampoco este texto ha tenido mucha fortuna al ser transcrito y publicado. Esta es la primera vez que se lee íntegro, tal como se encuentra en el periódico. Hay que decir que Miró fue el que introdujo a Alonso Quesada en el periódico barcelonés La Publicidad, en 1918, junto con Miguel Sarmiento Salom. Allí publicaban Miró y Alonso Quesada sus hermosas prosas.


La vida literaria. El humo dormido, por Gabriel Miró –Editorial Atenea– 1920
 Ha llegado este libro; viene “de los bancales segados, de las tierras maduras, de la quietud de las distancias”, un humo azul que sube, se para y se duerme.
 Toda la obra de este gran artista de los recuerdos y de la palabra es como un humo dormido, un alma azulada que se eleva y se duerme. Nada más quieto –de dulce quietud– ni nada más puro, en la literatura española actual. Gabriel Miró, en otra tierra de menos elocuencia y más hondura, hubiera sido el más original y el más amado de los artistas. Gabriel Miró es el silencio del recuerdo. Sus libros vienen siempre como claras memorias de otros días, de los días de todos; los días íntimos y serenos que tienen, sin embargo, un cielo melancólico y un rumor imperceptible de ensueño triste.
 Ignorado de la gente, aparece en El cuento semanal, con su admirable novela Nómada. Una revelación y una oleada de cariño hacia el hombre que tenía aquella virtud tan humilde y tan honda. Más tarde, en medio del silencio hostil de los profesionales, van saliendo sus otros libros: La novela de mi amigo, Del vivir, Las cerezas del cementerio. Pasan sencillos, callados, como esos hombres que nadie conoce y que siempre vemos sin deseos de hablarles, hasta que de verlos tanto, un día la casual amistad une para siempre. ¿Y cómo hemos perdido aquellos días anteriores viéndolos, nada más?
 El abuelo del Rey aparece más tarde. El libro más justo, más bueno, de más profunda huella. Y después El libro de Sigüenza, Las Figuras de la Pasión. Aparecen en las librerías, como si hubieran estado escondidos, y de pronto, un día más justo y más claro, se asoman para traernos su recuerdo. Y los hombres astutos, los profundos hombres silenciosos que viven en las provincias españolas se van llevando de los escaparates estos libros, que son como breviarios, que tienen el tono amable de los breviarios y el denso aroma de una religión desconocida. Jamás hemos sentido el alma tan limpia, como cuando leemos estos libros.
 El humo dormido llegó hace unos días. Entre el estridor de tanto libro vano, éste es la fuente para refrescar y descansar a la sombra. Gabriel Miró, cada momento más maestro, ha llegado a la suprema perfección espiritual. En las manos sus libros se llegan a hacer impalpables. Parece como que todo va saliendo de nosotros mismos, por una virtud prodigiosa, o nos lo dicen al oído, con ese intenso calor de las palabras secretas.
 El lector debe leer esta última obra del ilustre novelista.
 El poema dedicado a Gabriel Miró salió en la revista madrileña España. Semanario de la Vida Nacional, el 23 de mayo de 1918 (Año IV, n. º 163, p. 10). En aquella importante revista, también publicó muchas páginas Miró. En la llamada Obra completa De Alonso Quesada, faltan la parte II del poema y el “Final”.
 El poema se titula “Versos”. Su primera parte (I) aparecerá, con cambios, titulada “II (Tarde invernal. Frente a la playa.)”, en el libro póstumo de Alonso Quesada, Los caminos dispersos, dentro de la sección “Dolorosos caminos” (publicado finalmente en 1944). La segunda parte (II) no pasó al citado libro, lo mismo que el “Final”. La parte tercera (III) pasó, también con cambios, al poema de la misma sección del libro que lleva por título “IV (Alba. Las campanas del alba perdidas en el silencio. En el ventanal de la casa.)”.


VERSOS
 
A Gabriel Miró.
 
I
 
 ¡Hasta la orilla nada más! La noche
es como si a la orilla se acercara.
Yo llego hasta la orilla, y se oscurece
súbitamente el sol sobre las aguas...
¡No es posible el camino!
¡Hay que esperar la ineludible barca!
 Y el pensamiento incómodo labora
en mí y no puedo perdonarte nada,
no puedo perdonarte esta condena
de isla y de mar, Señor... –Una montaña
negra y una montaña azul, y tiempo... ¡tiempo
para contar estrellas en la noche...
y quedar noche aún para esperar el alba!...
 
 
 
II
 
 ¡Oh, corazón hermano, no es la hora
aunque las sombras pasan!
Siento encima de mí derramar tierra,
y, al través de la tierra, las palabras;
pero mis ojos han quedado abiertos
y el ejercicio de su luz no acaba...
Mis ojos son como una pena eterna:
de tanto ver, dolor de ciego entrañan...
 
 
 
 
III
 
 Has de ser tú, la que ha de darme toda
la extremidad del mar dentro del alma;
has de ser tú, y no ha de ser la otra
que yo más quise...
 Has de venir mañana,
pero no importa si tu mano traes
para una compañía bienhallada...
 Un íntimo calor de tierra honda
tendrá tu mano... Encenderá la llama
el marfil roto de tus dedos... La cadena
rodará bajo el sol, deslabonada.
 
 
 
FINAL
 
 Yo andaré, entonces, por tus propias sendas,
viudo de libertad, pero liberto,
aunque no quieras tú, Señor, aunque no quieras...
ALONSO QUESADA
Mayo 1918.
 
 Presento ahora unas palabras de Alonso Quesada sobre Gabriel Miró, pronunciadas en la Escuela de Luján Pérez de Las Palmas de Gran Canaria. Se publicaron en El Liberal, el 20 de febrero de 1922, bajo el título “En la Escuela de Luján Pérez”. Con una introducción, se presenta un extracto de las palabras de Rafael Romero. Estas palabras vieron la luz también en La Jornada, el mismo día 20 (“En Luján Pérez. Gabriel Miró”), con otra introducción, que comienza: “Alonso Quesada, el buen amigo de Gabriel Miró, habló el sábado a la noche ante una selecta concurrencia en la escuela de Luján Pérez de la obra literaria de este.”
 
En la Escuela de Luján Pérez
 
 Fray Lesco, fundador y Director de la Escuela de Luján Pérez, es merecedor a toda nuestra gratitud. Ha hecho de aquel lugar un sitio de arte grato, un rincón amparador de afanes juveniles. Cada día la Escuela tiene mayor atracción y el adelanto de los alumnos es bien notorio. Juan Carló, el pintor, es la primera y más inquietadora ayuda de la Escuela.

 Ahora Fray Lesco celebra todos los sábados unas pequeñas conferencias de vulgarización para los alumnos. Siempre su palabra, distinguida y serena, sabe llevar convicción e interés a todas las cosas. Algunos amigos del ilustre escritor le han ayudado en su noble tarea. Primeramente don José Chacón, Profesor del Instituto, y el sábado don Rafael Romero que dio una


Óleo de Juan Ignacio Trives Ñiguez

lectura comentada de algunos libros de Gabriel Miró.

 Gabriel Miró, admirable artista poco popularizado por estas injustas cosas de España, fue para los oyentes una sorpresa de entusiasmo. El señor Romero hizo unas breves advertencias antes de comenzar la lectura y subrayó y comentó algunas de las más espléndidas páginas de la obra del escritor levantino.
 Damos un extracto breve por falta de lugar de las palabras del señor Romero y en nuestro folletín, que inauguramos hoy, publicamos uno de los cuentos leídos.
 Yo intervengo esta noche, amigos, en estas conversaciones semanales que el querido maestro don Domingo ha señalado como imprescindibles, trayendo en mi mano los libros de un hombre sin popularidad y que es, sin embargo, el más alto artista de la palabra en España y uno de los más densos poetas de hogaño. Salto, pues, de mi grato lugar de devoto oidor al sitio de lector; de lector simplemente, porque no voy a decir ninguna cosa dilatada ni extraordinaria; ninguna cosa que vuestra sensibilidad no os descubra en el breve camino de esta lectura. Yo no quiero más que subrayar las altas virtudes del artista poniendo sobre su pensamiento y su palabra todo el calor de mi devoción por él. Quisiera, sí, que aprendierais a sentirlo como yo lo siento que es a plenitud, y a comprender que hay, dichosamente, otros valores más recios en la literatura española que no gozan el agrado de esa comunidad salteadora de revistas y que, para mengua de nuestro ya escaso honor estético, tiene por intelecto y corazón la pata del caballo de Atila.
 Ahora, con ocasión de un homenaje a Araquistáin en Madrid, ha vuelto a plantearse la enojosa cuestión de las separaciones éticas. Este homenaje ha sido consolador para todos. Todavía queda alguna gente en España que se preocupa de la decencia general y que tiene el inusitado valor de congregarse para hacer solidaria y pública la interior repulsa.
 Yo quisiera que vosotros, inteligentes, atentos mozos casi artesanos, que tenéis, por culpa del aislamiento y por injusticia de don Dinero, pocas facilidades de orientar el camino, que busquéis como yo he buscado, a fuerza de privaciones, de tiempo y de trabajo, una pequeña ventana para otear el vasto mundo del arte. Es bastante una pequeña ventana. Creed que hay otras muchas cosas por esas tierras del Arte que apenas nos llegan por el camino oficial pero que podemos hallarlas si ponemos ahínco y amor en la busca. En estas tierras de ultramar, provincianas, grises, de disputas entre hombres pequeñitos, por holgarse como grandes, en pequeñas glorias, sólo se salva el espíritu con la amistad del libro noble. Él nos sostiene en pura conmoción el ánimo, y atiza el corazón su sencilla amistad. Y, después, con el espíritu prieto y el gesto breve, podemos ir contagiando en silencio las demás almas compañeras. Me parece bien „Ÿaunque tengo una torcida fama de esto„Ÿ que cada cual lleve su grano de emoción a la plaza. Yo llevaría siempre el mío, si de algo sirve, pero a lugares en que no hubiera servidumbre espectacular, sino congregaciones de verdadera armonía donde nada fuéramos diferentes; donde sólo nos enlazara una honrada intención de mutua enseñanza. Más que cuestión de gallardía es razón de mi natural, casi todos los momentos, huraño. „ŸEste rincón de la Escuela que Fray Lesco y Juan Carló han hecho tan ínclito tiene para mí un encanto abierto. Y vengo esta noche, contento, casi como un niño, con estos libros en la mano, para deciros también como un niño la frase infantil consagrada por todos los niños del orbe: “Yo tengo una cosa mejor”.
 Sí. Es una cosa mejor. Hace unas semanas don Domingo os hablaba, por incitación vuestra, del señor Vargas Vila. Vosotros „Ÿno os enfadéis porque tire cruelmente de la devoción„Ÿ tenéis un tremendo delirio por este escritor a quien don Miguel de Unamuno calificó de prototipo de la vacuidad hispano–americana. Y aunque Darío lo llamó pomposamente CABEZA, no es una razón sagrada ni un argumento magnífico, pues que a Darío que fue tan bueno le parecieron excelentes hasta sus secretarios que le robaban el dinero y hacían burla de su generosidad.
 El señor Vila es un camelo. Así, con palabras de la calle, hay que decirlo. Un camelo. Yo oí la otra noche que el señor Vargas desdeña el castellano porque el castellano es un idioma flaco para sus ideas ubérrimas. Corto, inexpresivo idioma, que hay que manejar a mandoblazos. Esto escribió Vargas, en el prólogo aquel que don Domingo tuvo la paciencia de leer y la cartuja preocupación de glosar. Esta pueril y tonante teoría del señor Vargas fue acaso lo que hormigueó en mí las ganas de traeros a Miró. A Miró con su castellano maravilloso.
 Queridos amigos; no es ciertamente el castellano el motivo de esa airada injusticia, del señor Vargas. Es algo más recóndito que el castellano. Digamos que son las células, forjadoras de todos los idiomas habidos. El señor Vila lucha desaforadamente con esas células reacias y ¿qué puede quedarle de fuerzas para el idioma después...? „ŸEs triste que os hayáis anegado de Vargas Vila y quizás no tengáis noticias de Gabriel Miró. Cierto que sus libros tienen más timidez y así como los de Vargas saltan de escaparate en escaparate, con esa gritería fanfarrona de sus páginas, los de Gabriel Miró se deslizan sigilosos, puros, achicados entre tanto tomo gordo y audaz, para mirarnos desoladamente desde una vitrina empañada. Yo he visto los libros de Vila en los escaparates; todos uniformados, rectos, en batallones, policromados, iguales y no he podido sustraerme al recuerdo del anuncio de las máquinas Singer. ¿Habéis visto este anuncio? Una ESE ancha, enorme. En la cola de la ESE una mujer que cose en una máquina y delante de esta máquina otra más pequeña y así muchas máquinas hacia arriba por todo el cuello de la ESE, máquinas en disminución hasta llegar a una ínfima máquina en la cabeza de la ESE donde se ve una más diminuta fábrica productora...
 Amigos; el castellano es otra cosa. La belleza es otra cosa, la poesía es otra cosa. Castellano, poesía y belleza es esto que os traigo esta noche.
 Gabriel Miró es un hombre serio. No necesito, pues, repetir que es poco popular en España. En tanto lo traducen los yanquis y los franceses lo alaban, él pasa por esta esmirriada nación como un turista aburrido. Quizás no importe. A la larga no importa, desde luego. El arte es eterno y a pesar de los jarabes de las barberías, de los tenores y de las revistas ilustradas, el árbol firme queda erguido sobre las malas hierbas que, digámoslo con palabras domésticas, hacen papilla los duros pies del caminante.
 El cuento publicado en el folletín del periódico es El señor Cuenca y su sucesor. La Jornada habla de lo leído: “Lee y comenta Quesada unos bellísimos párrafos de Figuras de la pasión del Señor. El señor Cuenca y su sucesor, Una tarde, y Los almendros y el acanto, los tres mejores cuentos de El libro de Sigüenza, producen en los oyentes una suave emoción. Y termina la charla con la lectura de tres capítulos del Humo dormido.”
 En la biblioteca de Rafael Romero, se encuentra, entre otros, el Libro de Sigüenza (Barcelona, Casa Editorial Eduardo Domenech, s.a.). En su página 57, donde comienza Una tarde, se encuentra una nota manuscrita de Rafael. Sin duda, se trata de una de las introducciones a las lecturas. Dice así:
 Otra tarde, Sigüenza ve que el Mediterráneo no tuvo tanta pureza y tanta quietud, como ese día. Gabriel Miró sorprende este instante de Sigüenza y relata, con esa esencia de su espíritu puro, la inquietud del ánimo de Sigüenza... Yo veo estos recuerdos proyectarse, acendrados en mi corazón.
 El texto se titula Una tarde y abarca las pp. 57-64 (“Nunca tuvo nuestro mar la pureza, la alegría y quietud de “esa” tarde.”).
En El Liberal de 23-XI-1923, sale el anuncio de Nuestro padre San Daniel, que bien puede de la pluma de Rafael Romero, copropietario de la Librería anunciante:
 Todos estos libros originales del gran escritor español Gabriel Miró, hállanse a la venta en la Librería Gran Canaria Obispo Codina 4.
 Gabriel Miró es hoy el más afortunado intérprete de la lengua castellana. Ninguno ha logrado depurar como él, hasta un límite de belleza extraordinaria, la palabra española. Profundo renovador del idioma, ninguno alcanza una unción lírica mayor en sus libros, que acaban ahora de ser traducidos al inglés y al francés, con éxito inusitado.
 Agotados en pocos días los ejemplares de sus famosas Figuras de la pasión del señor, se recibirán nuevos ejemplares el próximo correo.
 Próximamente, aparecerá un nuevo libro destinado a un éxito grande de público y de crítica El Obispo leproso.
 Gabriel Miró, una vez muerto Rafael Romero (1925), se encargó del prólogo para el primer intento de edición de las Obras completas de Alonso Quesada. Se rescató en 1964, cuando F. R. y L. S. lo publicaron en Alonso Quesada. Poesía (Colección Tagoro, de El Museo Canario), como “Epílogo” del libro.
 
 
Antonio Henríquez.

Este artículo tiene © del autor.

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