Desacertada y exhausta
avanzo por la vida,
tropezando con las piedras
que revisten la vereda.
Sin huir de las lóbregas sendas,
de las embusteras malezas,
de los dudosos ríos glaucos,
me deslizo en un velo grácil
hacia el horizonte áureo
donde germinan las semillas
de la paz y de la amistad.
Sé que en un lugar llamado Tierra,
aún cohabitan hombres y mujeres
redundados por las aguas etéreas
de un porvenir de armonía,
unión y compromiso.
Siguiendo la bohemia ruta
que peregrina hacia
el caudal impulsivo
de los ríos bravos
henchidos de estrellas diáfanas
de efervescencia refulgente,
percibo que las aguas esmeriladas
mecen en su añil regazo
los vocablos del amor,
los besos de la amistad
la caricia de la libertad.
El viento modula sobre
la redondez translúcida
las puras ondas libertas
de una humanidad que aguarda la paz.