Un virtuoso del violÃn tocó en el metro de Washington en hora punta con un Stradivarius de 1713 y no se comió una rosca. Recaudó en casi una hora menos de lo que cuesta una butaca en el teatro. Seguro que los pocos que le echaron unas monedas creyeron hacer una obra de caridad más que reconocer su talento. Alguno de ellos pagarÃa mucho más por verlo en un escenario. Pero cuánto se le paga a alguien que enriquece la calle con el sonido de la música. Darle unas monedas causa vergüenza, pero es a lo máximo que puede aspirar el artista callejero. No quita para que a algunos hubiera que pagarles para que callasen. El hábito hace al monje y el entorno al artista. No se considera la calle el escenario adecuado para un buen artista aunque actúe perfectamente y más de uno que alcanzó la gloria haya empezado ahÃ. La calle está al alcance de cualquiera y casi nadie entiende de arte. A priori, a un artista callejero no se le considera buen artista. El experimento del violinista Joshua Bell nos demuestra que el genio lo podemos encontrar en cualquier esquina y que no debemos despreciar a nadie.
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