Señor...
Aquí está ella,
la de los pies cansados,
la que deja dormir los versos,
la que se diluye en el poema
buscando el otro poema.
Pero aquí está,
Señor...
Sin sentirse diosa
sin sentirse jueza
tan solo siendo ella.
Palabra y voz en el poema.
Me gustan las mañanas de domingo
El cielo me luce más nítido y el sol, tan sol, tan ocre y redondo.
Pareciera que el verde colgara de uno de sus rayos.
Me gustan las mañanas de domingo. Una taza de café y
este cigarrillo que bien sé que me mata a la vez que
despierta mis pensamientos.
Me gustan las mañanas de domingo para escribir poemas,
leer la prensa, escuchar a Cigala y recordar otras mañanas
de domingo con Vivaldi en mis oídos y mi cabeza en tu pecho.
Me gustan las mañanas de domingo para ir a misa y escuchar
los cánticos de los novicios, sentirme en comunión con el
que habita en las alturas y agradecer por estar viva, por ser mujer.
Definitivamente me gustan las mañanas de domingo.
Este es otro domingo
Porque no existo en tus deseos,
me refugio en este amanecer que dilata
las sensaciones nunca acogidas por tus abrazos.
Es otro domingo donde mis pasos duermen.
Es que la mansedumbre se aposentó en el estío
sin pretender desandar los caminos
de cuando jugábamos sin versificar.
Hurgo hoy, en el poema que hablaba del cariño triste,
apasionado y loco y pienso que las claridades
de este domingo son risueñas y sin pasiones
Es otro domingo donde la memoria orilla una acequia.
Una que otra locura se asienta en mis nervaduras
este domingo tan mío que vierte energía
y pienso poemas de luz y delirio nacidos
en esa parte de mí en la que no entras tú.
De momentos
Cuando se pierden los momentos
Se apropia el vacío de nuestras miradas.
No acciona el pensamiento
Ni la risa viaja por nuestras venas.
Los momentos perdidos no son más
que ansiedades dormidas en el espacio
de una constelación sin vida.
En la partida
Si es inminente la partida,
liberaré mi espíritu
para que ruede por la ladera
y se estrelle más allá del punto
que la vista no alcanza.
Ese espíritu tan mío, tan lleno
de energía, recorrerá callejuelas
y caminos hasta redescubrir
aquel pequeño cafetín donde
mis deseos refugiaban el temblor
de esta piel sedienta del calor
de tus dedos.
¿Por dónde?
¿Por dónde se nos fue la palabra?
¿Por dónde el verso perdió su fluidez?
¿Por dónde el verbo dejó de contarse
y cayeron los deseos en la nada?
Esta brisa que me arropa,
suave en su estructura,
firme en su ansiedad.
Me lleva por acequias y caminos,
me enreda en su transitar.
Y te pierdo y me pierdes
y siento que nuestros pasos
perdieron el compás de la risa
porque las miradas ya no son las mismas.