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ERRORES DEL SISTEMA

Camilo Valverde Mudarra

España



Se vota la eficacia

La gente se cansa, se harta de tanta maniobra política. Repudia, porque le irritan, los pactos postelectorales, al postergar el voto mayoritario; exige la reforma de la ley electoral con la introducción de la segunda vuelta; y rechaza la partitocracia, porque los partidos políticos absorben todo el poder y controlan y deciden todo el sistema, anulando la soberanía y la voluntad decisoria de la ciudadanía.
Esta realidad, dice F. Rubiales, en notable artículo, “debe denominarse "Partitocracia" y no "Democracia". La democracia es el gobierno del pueblo, mientras que la partitocracia es el gobierno de los partidos políticos.

España tiene una "Partitocracia" pura: partidos políticos ultrapoderosos que se apoderan del Estado e infiltran los poderes básicos, prevalencia del partido sobre el ciudadano, ocupación o control, por los partidos, de la sociedad civil y de las grandes instituciones que necesitan ser libres. En Partitocracia, son los partidos y no los ciudadanos los que en realidad eligen a los representantes democráticos. En España (y en otros muchos países aparentemente democráticos), esa usurpación del derecho ciudadano al voto se consigue por medio de las listas cerradas y bloqueadas, elaboradas por los partidos, que son en realidad los que eligen, mientras que el ciudadano no puede elegir a las personas que lo representan, sino a los partidos que deben o no ocupar el gobierno”. Y todos satisfechos, unos, porque “se mantienen fieles a sus raíces leninistas, otros, porque han copiado de la izquierda el feroz autoritarismo interno”.

En España, la democracia no funciona. La abstención sube y la participación baja. Hay, ciertamente, un grupo de fieles que están conformes y contentos, incluso con un reparto territorial compuesto de mayorías yuxtapuestas; el “aquí han ganado los míos” es un síntoma gravísimo de dañina distancia afectiva, muy peligrosa; está en juego la necesaria presencia de la política nacional.

Crece la distancia entre los políticos y el pueblo, no se olvide que el silencio encierra también su discurso, dirigido a quien tenga oídos para oír y entender. Lo absurdo se debe eliminar mediante una respetuosa convención constitucional; eso de que “el perdedor de votos, gana poder” es totalmente reprochable. La legitimidad del sistema se deteriora con esas acciones contrarias al sentido común. El que los partidos actúen a su arbitrio, al margen de los dictados ciudadanos, es significativamente nocivo para la democracia. Se empeñaron en un proceso con ETA, en la cesión ante ANV y en una reforma estatutaria no solicitada ni mucho menos exigida por el pueblo español; y, ahora, en el asunto de Navarra, vuelven a lo mismo. Habría que preservar de su ambición la integridad de esta región; y prevenir el peligro que se cierne sobre el régimen foral, pero, con estos personajillos de la inmadurez y la ambigüedad, que no creen en España y sólo les mueve su interés, cabe poco resquicio para la esperanza.
Se empeñan en obrar y gobernar de espaladas al ciudadano, con la mirada más en el pasado que en el futuro.

La gente se siente traicionada y aún así, le da su voto a quien gobierna con eficacia, vela por sus intereses cotidianos, atiende sus deseos y sus necesidades, como se ha volcado Madrid con respecto a la M-30, a las líneas del Metro, al trabajo, a la vivienda y hasta en la mejora de su emisión televisiva. Eso es estar en consonancia con lo que quiere y necesita el pueblo, al que se sirve y no se olvida; es marcarse una inteligente estrategia y esforzarse en cumplir y facilitar la vida civil. De ahí, que no se entienda, cómo el electorado no ha dado carpetazo a ese desastroso proyecto político que nos rige.

Es preciso restituir su soberanía al pueblo, emprender la reformas de la Ley Electoral y de las listas cerradas y, sobre todo, asentar el principio de servicio y respeto a las exigencias populares y al bienestar común.

Camilo Valverde

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