Pese a que Europa, o mejor dicho una parte importante de nuestro continente, se resiste a la solidaridad con los países sureños de su entorno afectados por el COVID-19, no estamos solos. De los siete mil quinientos millones de habitantes que pueblan la Tierra, un porcentaje elevadísimo de humanos clamamos por la justicia, a secas, que unos pocos –los de siempre– pregonan en nombre de la patria y la bandera.
Si Alemania reconociese su responsabilidad en las dos guerras mundiales, no se comprendería que ahora, cuando la pandemia afecta seriamente a la UE, la señora Merkel se inhiba ante el grave problema sanitario que recae sobre la salud y la economía de unos países asociados que han batallado por la unidad. Ni que Holanda discursee contra España con una dialéctica propia del papanatismo neoliberal que a todos y a todas nos corroe. “Papanatismo”, digo, hecho a imagen y semejanza de quienes (son los de siempre) con las fauces abiertas pregonan amores patrios y con la boca pequeña decretan asesinatos a la dignidad, la nobleza y, por qué no decirlo también, a la ignorancia y candidez de las masas hambrientas de justicia. Si esa es la Europa que pretende consolidar el neoliberalismo, pediré a China mi segunda nacionalidad.
No caigamos nosotros, quienes junto a Francia e Italia estamos sufriendo (unos más y otros menos) el rigor de esta seria y traicionera insurrección biológica, en la trampa de los de siempre. No me cansaré de decirlo: “de los de siempre,” que pudieron escapar de las justas garras de la Revolución francesa.
España, vituperada por un holandés a quien no quiero calificar, y defendida por Portugal, ha dado a la humanidad todo lo que ha podido, que no es poco, desde territorios desconocidos de ultramar hasta la obra cumbre de la literatura universal, además de obras pictóricas de relieve, y científicos que a precio de saldo están engrandeciendo hoy la ciencia de países egoístas que tampoco quiero nombrar. Defendamos a nuestra nación aireando el ejemplo ruin de quienes se niegan a colaborar con hechos, y no con indecentes banderías, por la unidad de Europa, por la solidaridad de los pueblos y finalmente, por no extendernos en epítetos y otras adjetivaciones, por la salud y dignidad de las mujeres y hombres de bien. En definitiva, por los pueblos responsables.
Entremezclados con la pandemia tenemos a la vista problemas económicos, sanitarios, de oscuros nacionalismos, de paro y de angustiosos sentimientos que debemos, quienes de verdad amamos a España, solventar por el único medio efectivo: la unión, el entendimiento y la solidaridad. España se lo merece, y con ella los españoles.
Unámonos primero y después, con sólidos argumentos y acertados puntapiés, echemos al montón de bosta a quienes, de cualquier bando, se han aprovechado del dolor de España y de sus muertos para medrar.
César Rubio Aracil