No es un hallazgo filosófico, intelectual ni político afirmar que España está rota desde hace siglos, y ahora, creo, más que nunca. Cuando la voz gubernamental nos conceda el oportuno permiso para dar un paseo con mascarilla, comenzará la danza. Lo de ahora es un aprendizaje para integrar en cada paso fusas y corcheas en consonancia con el movimiento y la coreografía. En un cercano futuro nos sorprenderá algo que grosso modo todos y todas suponemos: A por ellos, que son pocos y cobardes. Me está entrando la risa boba, no puedo remediarlo, que habrá de convertirse en rictus de agonía.

 Estamos escuchando el preludio de una triste pavana a modo de discurso asesino; musitado, pero audible, a sovoz pero con ritmo de arenga. No menciono a nadie en concreto, no sea cosa que se me acuse de ser el príncipe de los ángeles rebelados. Simplemente alzo la voz para que se escuche a un español indignado y roto como sigue estándolo el país que le acunó. ¿No es posible alimentarnos con el esfuerzo común? ¿Es imprescindible rebuscar entre los detritos del sufrimiento, de la discordia y el desamor, de la muerte y la impiedad, el nutriente que sacie nuestra desvergüenza? Prefiero ser objeto de carcajada que sumarme al grito de guerra de las falanges hostiles, belicosas y desnaturalizadas.

 Está a la vuelta de la esquina. Lo pregonan la TV, la prensa de cualquier tendencia ideológica, el rumor de la calle desierta filtrado en el asfalto. Paro, insolidaridad, ruina de la pequeña empresa; desorden familiar, miedo al retorno del aislamiento, de la mascarilla. Temor a los alérgenos incrustados en el sálvese quien pueda, al adiós sin retorno. Será entonces cuando los mismos de siempre: el sanitario que pidió la baja por temor a contaminarse, despreciando el dolor, la angustia y la desesperanza de su prójimo; el vago que se aprovechó de la ayuda al paro fingiendo no sé qué rara patología, el comerciante corrupto que elevó el precio las alcachofas para beneficiarse de las carencias ajenas; el empresario que al amparo de la miseria llenó sus bolsillos, el… Los de siempre, en todo momento los mismos de siempre, serán los que harán ondear el símbolo patrio para reclamar justicia. Yo también ondeo la bandera, como lo hacen miles de compatriotas con vocación de españolidad, eso es lo de menos. Lo de más es que se airee el símbolo para esconder el desprecio a la justicia.

 Miedo me da que llegue el día. En primer lugar, porque no tengo edad para encaramarme a una farola y decirles ¡hideputas! a los mismos de siempre. También, porque lo veo venir. Lo malo será que en el poco tiempo que resta para la hecatombe desaparezcan los contenedores de basura y solamente Cáritas palíe el hambre a base de pan y chocolate. Porque no habrá para más.

 Espero –aunque la duda me hace temblar– que los políticos se den cuenta de una vez, de que nuestro país es más importante que la búsqueda del sillón donde aposentarse para fumarse un puro y hacerles una pedorreta a los españoles.

César Rubio Aracil