Fijémonos en la estructura jerárquica de la Iglesia. Curas, canónigos y poco más (el peonaje eclesiástico). Obispos, cardenales y papas. Pongamos atención a la organización neoliberal, en quienes realmente dirigen las finanzas mundiales. ¿Es necesario nombrar países y personajes multimillonarios, dioses del dinero y artífices de las llamas infernales? ¿Para qué si todos los conocemos? No porque hayamos escarbado en el alma abyecta del poder omnímodo, sino porque la estela de servidumbre que dejamos los de a pie, los políticos gestados en universidades privadas y los otros, esos que ni han llegado a ojear la Constitución (sí, no, me abstengo), conforman la reata que arrastra el oro mundial a las arcas de unos cuantos líderes de la oscuridad; pocos, por cierto, que escupen salivilla diamantada y excretan ángeles rubios en un catabolismo demoníaco.
Nuestros políticos, los de aquí, de allá y acullá –todo ellos vistiendo el mismo uniforme–, cobran buenos sueldos, dietas y prebendas mil para que los tibios les mordamos la oreja, mientras la hidalguía, con la ayuda de falsos filósofos, sociólogos y guardianes del Paraíso, elaboran nuevas normas par ver hasta qué parte de nuestra anatomía cerebral puede seguir manteniendo en calma nuestro justísimo deseo de rebelión.
¿Cuál es la jerarquía del poder? La propia de los países ricos que sojuzgan a los Estados pobres. Esos demonios que se miran de reojo y convulsionan a los humanos en un pataleo sin consecuencias. También las pocas fortunas a las que les da lo mismo anidar en China que en EE.UU. A todo ese baturrillo de intereses, perfectamente organizado, adoramos y servimos –porque le tememos– los de a pie. ¿Cuál es, finalmente, nuestra gradación de valores? Por favor, seamos serios. ¿Nuestra organización? Los sindicatos. ¿Para qué más, si entre las masas no hay otros himnos que el “Cara al Sol” y “Arriba parias de la tierra”? Hasta en eso fallamos los del botijo y la alpargata. ¡Ah, por Dios, por Dios!, se me olvidaba gritar ¡Arriba España!
César Rubio Aracil
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