De nada sirve esforzarse por conseguir la unidad cuando un pueblo malgasta sus energías envidiando y odiando. ¿Es este el caso de España? A mí me lo parece. Se palpa en el ambiente actual cuando, estando desierta la calle y, por derivación, los bares cerrados, solo las ondas electromagnéticas ocupan el espacio natural de la palabra, unas veces para pronunciar medias verdades, en ocasiones para mentir, y con suma frecuencia para suplir la misión vírica del envenenamiento humano. ¿Merece la pena, pues, malgastar el preciosísimo tiempo de nuestro enclaustramiento, en vez de utilizarlo con fines nobles como, por ejemplo, una reflexión severa sobre los beneficios de la unidad? Cuando el odio y la envidia alcanzan valores equivalentes al peso de la verdad, cualquier intento de maximizar las virtudes evangélicas está condenado al fracaso, porque hasta a luz del entendimiento de se apaga.
España está ocupada por las hordas de los sin ley, sin patria y sin Dios; por personas que únicamente obedecen consignas dogmáticas en nombre de su verdad quebradiza; por seres no solo equivocados, sino también disolutos, creadores de un doctrinario político cuyo calificativo no encuentra cabida en el diccionario. Están inmersos en los abismos de un gran error, pero muchos de ellos lo ignoran, mientras otros lo manipulan desde la periferia de una conciencia desprovista de los atributos del espíritu humano.
¿Nuestro mayor pecado? No conocer la historia de España, para demostrarles a quienes la han aprendido de manera partidista que el odio y la mentira no son estados connaturales de los españoles, sino producto de la ignorancia de los pseudoeruditos que se creen en posesión de la verdad, como asimismo consecuencia directa de la maldad heredada durante bastante más de un milenio.
¡Qué lástima!, pues. Porque las gestas españolas que auparon a nuestra nación hasta cotas inalcanzables por cualquier otro país, se ven hoy, precisamente cuando deberían florecer, minimizadas por el ridículo expansivo que ofrecemos al mundo. Es triste. Doloroso en grado sumo, pero verdad de Perogrullo. Evidencia que deberíamos hacer rotar hasta convencernos de que la solución de España está en manos de los españoles y no en el acervo de grupos minoritarios desde donde se propaga la mentira. Sin embargo, es triste y justo reconocer que muchas personas ventilan sus errores no por maldad, sino de buena fe. Son los contaminados que, por querer salvar a España, la están hundiendo; porque la envidia y el odio conforman la masa propicia para cocinar una tarta con la que se alimentarán los verdaderos y auténticos enemigos de España.
Que Dios nos pille confesados.
César Rubio Aracil
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