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MEDITACIÓN

César Rubio Aracil

España



No es de ahora porque el pensamiento de España esté en período de hibernación. Desde que comencé a enfrentarme a la realidad política, religiosa y social derivada del franquismo, hasta el presente, he sentido el peso de la honestidad y valorado el precio del temor. Horrible experiencia que, a mi edad, cuando nada puede hacer retroceder mis ideas, me sitúa a los pies de los caballos. Sin embargo, ceder a la intransigencia, al odio y a la atomización de la conciencia colectiva por miedo a la represalia, significaría la deriva hacia la rada donde la cobardía fondea el progreso espiritual a cambio de más odio.


España está fragmentada, tristemente abatida; porque el gravamen de su continuada disyunción lo percibe el egoísmo representativo del yo por encima del bien común. ¿Acaso estamos ciegos? ¿Cuántos españoles abanderamos la virtud de la compasión, vacuna contra la envidia y el odio? ¿Hemos pensado alguna vez si la desunión ha favorecido el auténtico progreso? ¿Queda algún español capaz de poner la mano sobre el pecho, tan solo sea por comprobar si lo está haciendo bien? Muy pocos. Aquí no existe el adversario, sino el enemigo; el equivocado, sino el traidor a la bandera; el humano, sino el hijo de Satanás. No hay término medio. ¡A muerte contra quien no piense en la España de la conveniencia personal!


He sido ateo, debo reconocerlo. Hoy no. Pero mi Dios no me permite la oración con fines exculpatorios. No se trata de una divinidad concreta, sino del gran espíritu cósmico al que hemos abandonado los españoles. A Él me dirijo, no para que me perdone; porque el auténtico perdón es el que cada cual debe otorgarse a sí mismo después de haber aprendido de sus propios errores. Invoco a la luz de la Gran Abstracción, para que al final de mis días ilumine mi despedida diciéndome desde el silencio del anima mundi: “Intégrate en el cósmico esplendor porque has batallado por la unidad de España y del mundo sin fronteras. No temas. Has pagado tu libertad al alto precio del valor de la honradez”.


España me duele, pero me anima desde su estado agónico. Tanto odio, tantísimo “Yo” impregnado del betún de la mentira me lastima el alma. Aun así, nada me hará claudicar de mi convicción de que la unidad es la única salvación de España, tan mía como la de cualquier individualidad, sea de la tendencia política o religiosa que sea. Sin embargo, no me conformo con sentirme dueño de una pequeña porción geográfica desprendida de la unidad. Necesito sentirme dueño del alma española, común a los hablantes vernáculos del país más desunido del planeta. Por eso mismo, desde mi oratoria meditativa digo, convencido y triste: España está rota, cosamos sus partes dispersas con la voluntad de los hombres y mujeres de bien. Sin miedo al rebencazo, al latigazo despiadado, a la incomprensión y al odio. Soñemos en la resurrección de España, en el reencuentro con nuestra identidad.


César Rubio Aracil

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