Recuerdo perfectamente cuando se refirió a la Unión Europea como un invento propiciatorio de funestas economías. El tiempo le ha dado la razón: triste recuerdo que se lleva a la tumba para que, bajo la lauda de nuestra historia quede patente su grado de visión política y la grandeza de su espíritu hispano. No digo que descanse en paz porque un hombre como él, ejemplo de honestidad y pureza, desvelo por el bienestar y la justicia de su pueblo y paladín de la defensa de los humildes, tiene bien ganada la oración del Universo en favor de su hombría de bien. Si acaso –como sé perfectamente que los grandes nunca mueren–, le pediré que, desde su cielo sembrado de rosas carmesí y aromatizado con las fragancias de su incansable lucha por el bien de España, ilumine mi pobre entendimiento para sentirme merecedor de su indulgencia. Porque si bien he luchado a la sombra de su autoridad política, siento que por mis venas fluye el crúor del fracaso de mi España rota, desgarrada por los cuervos de políticas pretéritas y actuales, dispuestos a no permitir que la memoria de un ser de gran altura intelectual, política y espiritual quede momificada, sino destrozada y difuminada entre nubes de felonías, mordiscos a la razón y la justicia. Lástima que la ignorancia del pueblo, ciego y a expensas de las falsas promesas, regale los votos a quienes esperan, en la cueva de Ali Babá, que le den en bandeja la gobernabilidad.

In memoriam: Julio Anguita. Referencia imborrable de un político poeta. De un humano, cuyos versos algún día servirán para engalanar la nueva España que se merecen las mujeres y hombres que aún luchamos al socaire de su grandeza. Una España para el presente. Un símbolo para el futuro. Ese algo sin nombre que desprecie a quienes, desde tiempos inmemoriales, han estado succionando la sangre de los infelices para tintar la simbología de sus rastreros intereses.

César Rubio Aracil