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LO SÉ, MAS NO ME IMPORTA

César Rubio Aracil

España



Como si hubiese descubierto algo nuevo. Ha sido un azote sensitivo, imprevisto y ácido: “he de alcanzar la otra orilla”.

Después de tantos años acompañado por la sombra de la muerte, ha sido ahora, en mi declive, cuando el hado me ha rescatado del olvido. Porque estaba impreso en mi conciencia el hecho luctuoso, pero la inercia del día a día me ha ido apartando de tan evidente realidad.

No se me olvidará, desde luego; aunque ya no me importa. Ni los problemas cotidianos ni el devenir sorpresivo impedirán borrar de la mente mi destino final.

Después de la súbita impresión, el relámpago reflexivo ha iniciado su carrera ascendente y es ahora, ya superado el conflicto sensitivo, cuando el sosiego despierta en mí el deseo de conocimiento.

Al escribir “aunque ya no me importa”, ha sido mi yo consciente el que ha hecho la afirmación; y, lo repito: no me preocupa cruzar a la otra orilla. Sucede, sin embargo, que, al margen de los estados reflexivos y de la voluntad, existe un automatismo incontrolable denominado instinto de conservación. Se trata, si no me equivoco, de una fuerza incontenible capaz de doblegar, inclusive, el firme deseo de la propia extinción. Por tal motivo, ha habido ocasiones en que, por ejemplo, he maldecido la ingesta de medicamentos sin ser capaz de olvidarme o de negarme a asistir a la consulta médica. ¿Por qué, si no me importa morirme, estoy al tanto de la toma de sustancias magistrales, de mantener una alimentación natural y de complementar el tratamiento con ciertas sustancias alimenticias? ¿Por qué, insisto, me preocupo de, paralelamente a la medicina oficialista, valerme de buenos médicos naturistas, homeópatas e incluso (alguna vez ha sucedido, aunque por curiosidad) de sanadores? No obstante, vuelvo a afirmarlo, en determinados momentos reflexivos, cuando la mente es invadida por la variada combinación de circunstancias dolorosas y desórdenes psicológicos acaecidos en la sociedad mundial, he deseado morirme; de manera invariable, al tener bien asumido que la muerte no es trágica como lo pensamos, sino un tránsito sublime, de extraordinaria elevación. Al menos, en concordancia con mis lecturas, atribuibles a notables médicos y acreditados científicos. Explicaciones que han cimentado mis antiguas creencias acerca del tránsito final hacia el más allá.

Vida y muerte son palabras de notable uso y escasa importancia interpretativa. Sin embargo, en circunstancias críticas, cuando nos vemos obligados a enfrentarnos al sufrimiento, nos evadimos de responsabilidades al culpar a la mala suerte de nuestro dolor. Sin recurrir al examen retrospectivo de nuestras vivencias, precisamente por no sentirnos parte del “totum revolutum” conturbador de la sociedad mundial, tan revuelta y falta de orden. La mala suerte es el comodín de nuestras justificaciones injustificables; pero nos aferramos al estereotipo, sin ser conscientes de nuestra responsabilidad. Nos negamos a reflexionar acerca del sentido de la vida y la muerte, cuando tanto podríamos aprender de ambas finalidades. “Finalidades”, sí, que nos enseñan a interpretar los porqués del nacimiento y la extinción.

Próximo mi último viaje (no sé si con retorno al mundanal ruido), es en esta etapa de mi existencia cuando, sin flagelarme por mis males al semejante ni alabar acciones nobles, voy tomando consciencia de mi paso por la Tierra. Ser consciente de todo lo bueno y lo malo que he dejado en favor de la evolución universal, al menos me satisface. Supondría un centelleo de tristeza ubicarme en una nueva dimensión sin tener ni remota idea de lo que he sido en este, nuestro planeta.

Por todo lo expresado en estas líneas quiero anticipar mi adiós. Tal vez alguna persona pueda responderme con una sonrisa.

Este artculo tiene del autor.

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