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Padre, santificado sea tu nombre

Camilo Valverde Mudarra

España



Domingo XVII T. Ordinario. Ciclo C

Gn18,20-32; Sal 137,1-3.6-8; Col 2,12-14; Lc 11,1-13

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos». Él les dijo: «Cuando oréis decid: Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores, no nos dejes caer en la tentación».

Y les dijo: —«Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: "Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido…

Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? …Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre Celestial dará a los que se lo piden?

El libro del Génesis cuenta que “en aquellos días, el Señor dijo: «El pecado de Sodoma y Gomorra es muy grave y su falta enorme… Entonces Abrahán le dijo a Dios: «¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? … No se enfade mi Señor, si hablo una vez más. ¿Y si encuentro en la ciudad diez? Contestó el Señor: En atención a los diez, no la destruiré”.

Salmo responsorial muestra la infinita misericordia de Dios Padre: “Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste. Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos”.

San Pablo a los Colosenses les explica: “Por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo y habéis resucitado con Él, porque habéis creído en la fuerza de Dios que lo resucitó de entre los muertos. Estabais muertos por vuestros pecados, porque no estabais circuncidados; pero Dios os dio vida en Jesús, perdonándoos todos los pecados”.
El texto insiste en la incorporación del creyente a Cristo por el bautismo; establece un paralelismo muy estrecho: nosotros hemos sido sepultados y resucitados con Jesús. De ahí, que el cristiano se sienta libre de toda potencia extraña, -contra la superchería de los colosenses-. Una fe recia es capaz de engendrar, en uno mismo y en los demás, un estado de liberación de gran realidad. Pero, nosotros no somos iguales a Cristo, sino que de Él, de su cruz, hemos recibido la vida. La muerte que para Él fue vida, se transmite a nosotros como vida.

En el tercer evangelio, San Lucas presenta hoy a Jesús recogido en oración. No es ninguna novedad, Jesucristo oraba con frecuencia, es un acto repetido y constante durante toda su vida. Esta constancia es la que provoca la petición de los discípulos de “enséñanos a orar”.

La oración es el manantial del que se nutre nuestro espíritu, el alimento que vitaliza el alma. Sin ella, la vida espiritual se agosta y languidece; con la oración se enriquece nuestro ser. Hay que rezar con la confianza de hijos en el Padre y volcando el corazón; eso es, decía Ghandi, lo que importa de verdad: “Es mejor poner el corazón en la oración, sin encontrar palabras, que encontrar palabras, sin poner en ellas el corazón”. Y Bernanos exclamaba: “¡Cómo cambian mis ideas, cuando las rezo!”.

"La idea de que el hombre espera que Dios lo haga todo, predicaba Martín Luther King, conduce inevitablemente a un mal uso, perverso, de la plegaria. Porque, si Dios lo hace todo, entonces el hombre lo pide todo y Dios se convierte en algo parecido a "un servidor cósmico" a quien llamamos por cualquier necesidad, incluso las más triviales… Dios, que nos ha dado la inteligencia para pensar y el cuerpo para trabajar, traicionaría su propio propósito, si nos permitiese obtener por medio de la plegaria lo que podemos ganar con el trabajo y la inteligencia.
En su marcha por el desierto, "Dios dijo a Moisés: Di a los hijos de Israel que se pongan en marcha"(Ex14,15). Hay que marchar, no debemos tener nunca la sensación de que Dios, valiéndose de cualquier milagro o de un solo movimiento de su mano, eliminará el mal del mundo. Mientras creamos esto rezaremos oraciones que no tendrán respuesta y rogaremos a Dios que haga cosas que no veremos realizar nunca. La creencia de que Dios lo hará todo en lugar del hombre es tan insostenible como lo es creer que el hombre puede hacerlo todo por sí mismo… También es una señal de falta de fe; esperar que Dios lo haga todo, mientras nosotros no hacemos nada, no es fe, sino superstición" (“La fuerza de amar”. Ed. Aymá. Barcelona 1963).

A la petición de enseñarlos a orar, Jesús les dio la forma: el Padrenuestro. Así que, al rezarlo, hacemos la oración que trasmitió, rezamos como Jesús, comulgamos con sus sentimientos, pedimos lo que debemos pedir, rogamos, con toda seguridad, en rectitud y en verdad. El Maestro dijo muchas veces que nos dirigiéramos con toda confianza, a Nuestro Padre; pero recordemos que San Agustín decía: “Dios llena los corazones, no los bolsillos”. La oración es un arte que debemos aprender; hay que saber orar. Y, sin duda, a orar se aprende, orando. La oración de petición no estriba en indicarle a Dios lo que ha de darnos, lo que debe hacer, sino en pedirle lo que Él quiera darnos, que nos diga qué hemos de hacer nosotros, para recibir sus dones y su gracia. El Padre sabe las necesidades (Mt 6,8).

La plegaria de petición se dice muchas veces, que es poco cristiana. Pero se contesta en las palabras del Padrenuestro, que Jesús nos enseñó a orar "pidiendo" cosas. Y la actitud del hombre ante Dios, en todas las experiencias religiosas de la humanidad, es la de reconocer su limitación y pedirle que se acuerde de él, que lo fortalezca, que le ayude, a él y a los suyos. El cristiano, desde su fe, vive profundamente el sentido de la gratuidad de Dios; por ello, su petición fundamental es que Dios esté siempre con él: "¡Venga tu Reino!" O, como dice Jesús, según el evangelio de Lucas: "El Padre Celestial dará el Espíritu Santo a quiénes se lo pidan" (Lc 11,13). La gran petición del cristiano es la "epíclesis", la invocación del Espíritu. Nada habéis pedido en mi nombre, pedid y recibiréis (Jn 16,24). Cosa que pidiéremos, la recibiremos (1 Jn 3,22); pedid, y se os dará; buscad y hallaréis (Mt 7,7).

Con la parábola del amigo inoportuno, Jesús exhorta a pedir; asegura que Dios es Padre Amantísimo, que da cosas buenas, que se deja encontrar y abre a quien llama a su puerta; da la filiación, la unión íntima con Él, la fidelidad a su voluntad, su Espíritu Santo, como bien fundamental y definitivo que está en la raíz de todo otro bien. Al respecto, decía, en una homilía, el cardenal Ratzinger: el cristiano que ora, para que se cumpla la voluntad de Dios, salva la ciudad, porque la ciudad se pierde por falta de justicia. Esta consideración abre los ojos a la plegaria de petición por tantas cosas que dependen de los hombres: la paz, el hambre, la justicia, la libertad, la convivencia y el respeto... las vocaciones consagradas y el progreso de las iniciativas apostólicas. Así, es cierto, que siempre pedimos el Espíritu Santo, para que inspire el corazón de los hombres.

La insistencia en la plegaria, subrayada por Jesús, indica la confianza y el esfuerzo personal que ha de acompañar a la plegaria. La petición no puede consistir en algo intermitente e interesado; la oración de petición se enmarca en una vida de fidelidad a Dios, toda ella empapada por el Padrenuestro. La eficacia de la oración no es solamente el fruto de la insistencia terca, sino resultado de la mediación de Cristo; justamente en el centro de la oración cristiana se sitúa el papel que juega la intercesión única del Señor (Jn 16,23-26).

El Padrenuestro, es el reflejo de la oración de Jesús, y expresión de una actitud ante Dios a imagen de la de Jesús. Es una oración "profética", que surge hacia Dios.

Camilo Valverde Mudarra

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