Los árboles nacen sin dolor, sin gozo,
rompiendo el seno blando de la tierra,
y crecen ansiosos de la luz y el aire,
logrando su figura y su firmeza.
Sus brazos abren —sus garfios— hacia todo
entre llantos de luz que no revientan.
El tiempo robustece sus sentidos
buscando en su pasión la primavera.
Quietos, sombríos, tristes, solos,
no sienten en sus troncos su existencia,
y al mundo ofrecen, al viento, su hermosura;
al aire que su aroma y vida lleva.
Es el tiempo del amor y reverdecen
en una honda, elemental, pura inconsciencia.
En la estival concepción fecunda el ansia
en que la vida dulcemente vida engendra.
Con la savia, que corre por sus troncos
como sangre que enardece el alma seca,
sienten la autumnal angustia, la agonía
en que humanamente los árboles enferman.
Desnudos de flor, de hojas y de frutos,
-duros esqueletos de amarillas vértebras-
retenIendo la muerte en su sigilo,
al aire ofrecen su espectral presencia.
¡Pasivos árboles que esperan bajo el cielo
con la inercia total de quien ya nada espera!
Impávidos aguardan el siniestro rayo
que busca su raíz fija en la tierra.
y un día mueren, un día se apaga
el extrafio fulgor de su presencia;
un día mueren -yacente el tronco,
rotas sus hojas, sus raíces secas-
un día mueren, sin llanto fúnebre y gemido,
-sin ansia, sin amor, sin dolor, sin pena
y la tierra los sepulta en el olvido...
¡Trágicos árboles que su destino encuentran!
Mueren sin temor y, con su muerte,
oscuramente, la vida se renueva.
Yo sé que he de morir como los árboles,
amando ser vic}a en otra planta nueva,
perdido ya en el vértice del tiempo
con el mundo que en mi espíritu surgiera:
estas tierras y mares, estos cielos
que cierran en mí su lejanía inmensa.
Fulgirá, transparente, el alma opaca
en la luz divinal que el ser revela.
Mas algo quedará con lo vivido
en ese hondo vacío, humana huella;
algo quedará aquí con esta carne
que comparte con el alma la tristeza
de ser letal, de fenecer, fundiéndose
como la nieve blandamente se disgrega.
Ni sentiré el aire frío bajo el cuerpo,
ni el fuego de la sed, ni la impaciencia
que abrasa el corazón en el anhelo;
ni el roer de la pasión, ni la tristeza ";,
de ser viviente y de sufrir el mundo;
ni el esqueleto que en el alma, extraño, pesa.
Me hundiré sobre mi ser fuera del tiempo,
ansiando, de otra vida, la ribera,
y el crepúsculo infinito, donde nace
perennemente el sol de la belleza.
Otros seguirán ciegos, pensando
si esta vida es tiempo o vida eterna
sintiéndose vivir como los árboles,
con la congoja de existir inmensa.
Tristemente viviendo a su raíz atados,
aguardando, enloquecidos, la tormenta
que sopla por el cielo como un viento
flamígero, amenazando su existencia.
¡Arboles son, árboles hombres
que esperan su destino, su condena!
Mas no como aquéllos, porque sienten
el golpe fatal en su alma seca.