PAISAJES DEL ORBIGO
La mañana inunda de alegría la cuenca del Orbigo, tiñendo de oro el caudal de sus frías aguas, y las cercanas eras donde se trillan las mieses.Allí entre el aureo y amarillento color de los rastrojos, las madorosas caballerías se afanan arrastrando los plúmbeos tablones con pedernal, que separan el grano de cereal.Tras su paso, los campesinos con sus orcas y tornaderas de madera, acaban esta laboriosa faena.Mientras esto sucede, en los plantíos ribereños se escucha el incansable gorgeo de los pájaros, que rivalizan con el fragoroso murmullo undísono de las aguas.
Los ribazos, siempre verdinos, son escoltados por ejemplares de alisos, de copas redondas y hojas trasovadas.Los sotos aparecen alambiqueados por las lientas raices, que hunden su rugosa osamenta vegetal, en los tesos de la ribera.
En la lontananza de la feraz vega, se divisan las siluetas de unos anacrónicos palomares de barro, adobe, y tapial.Sus cubiertas de teja, y madera resaltan sobre el celeste y diáfano horizonte castellano.
En los pradales que circuyen el curso fluvial y el pintoresco villorrio, la chiquillería no cesa de quebrar el perenne sosiego estival.Los jaraneros ecos de su algazara resuenan incólumes, junto al enérgico tañido de las campanas de la iglesia.Ese cadencioso repicar anuncia la entrada de la vacada en el pueblo.Unas premiosas y mansejonas reses avanzan por entre las polvorientas callejas de la vecindad, acompañadas por adiestrados ejemplares de perros pastores, cuyo oficio es desempeñado con verdadera maestría. Al caer la tarde, cuando el crepúsculo llena de melancolia los sobrios páramos, las lumbres alcandoras, ifieren con su amacigado claror la llegada del nuevo día, adelantando el inexorable amanecer […]