(…) lúgubres y fantasmagóricas siluetas de desnudos quejigos, salpican el neblinoso despertar de la fría mañana invernal. Sus intrincados testerajes parecen arañar el cielo con sus punzantes ramas, afiladas como cuchillos. En la bóveda celeste, unas encanecidas nubes estratificadas parecen ser el inequívoco rastro de sus filosas raspaduras. Paulatinamente, la fuliginosa y ciega obscuridad, deja paso a una albayalde amanecida. La nevisca con su cinarra, cubre los campos limítrofes con un manto de inmaculado claror. Los copos de nieve de la invernada, sepultan bajo su gélido abrigo tierras, cultivos, y heredades. Los lignarios postes de telégrafo destacan en el nacarado paisaje, por su enhiestada rectitud, y su acompasada equidistancia. En la soñolienta lontananza, apenas se distinguen los vetustos caseríos, y los solitarios corralones. Tan sólo se alcanzan a vislumbrar las celajosas y pandeantes humaredas de las chimeneas, en guardia, desde la crepuscular anochecida.

Los álgidos arroyos fluviales aparecen escoltados por nemorosas ringleras de fagáceas, que se difuminan mimetizándose con el despabilado fulgor de la clareada aurora.

Espontáneamente, desaparecen los mimosos y níveos pradales, surgiendo impetuosamente, las desabridas barrancadas y los inhóspitos despeñaderos, que monocroman un paisaje yermo y menesteroso, creando una panorámica, marcadamente árida y empobrecida.

Tras dejar atrás los declinados recuestos, y los cerrajones agrietados, pronto comienzan a vislumbrarse los primeros personajes en la anchurosa Castilla, los cuales dinamizan el rústico horizonte, con sus labriegas costumbres.

Sin embargo, serán escasas sus apariciones en el bucólico escenario, pues la inquietud de la gran urbe, encolerizada, desde el temprano amanecer, borra casi repentinamente su rastro, ofreciendo una imagen de postmodernidad, que eclipsa su vago recuerdo.

Los destellos cosmopolitas iluminan un cielo invadido por la opaca perspicuidad(…)