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II. CORRECTIVO Y EDUCACIÓN

Camilo Valverde Mudarra

España



Una ley, previamente ha de hacerse uso y costumbre

 El asombro atenaza al español. Nos vienen con la Ley del Cachete. ¡La descabellada ley! Es inimaginable un padre amenazado y condenado por su hijo, al que sorprende en actos transgresores de la rectitud o coqueteando con amistades nocivas y con el submundo de la droga, y le propina dos bofetadas bien dadas ¡La educación en su apogeo de degeneración!

 España, la nación más antigua de Europa, con esta democracia del talante ha perdido su armadura moral, la justicia y la igualdad, la convivencia, el consenso y la armonía, esencia de la democracia e incluso la unidad territorial; los partidos y sus elites se ven hundidos en la degradación e inepcia. ¿Hasta cuándo habrá que soportar esta penuria política. Es increíble que unos sujetos nacionalistas que ni quieren ni se sienten españoles decidan las leyes; es una rabiosa ironía que la minoría nacionalista "antiespañola” sea quien intervenga y controle el hacer y vivir de los millones de españoles. Es inadmisible esta democracia intervencionista, frustrante, ineficaz, del desguace nacional y falta de una segunda vuelta, que la hace injusta e irrespetuosa con el votante, al servicio exclusivo de la partitocracia, de la crispación y del enfrentamiento.

 Jurídicamente, el articulado legal no es ley, si previamente no se hace uso y costumbre sociales, si no entra en el ritmo de la vida común; es la sociedad, la que rige y determina los imperativos aceptables o desechables de conducta, que podrán ser legislados. La ley opuesta a la costumbre abre un negro abismo entre la sociedad y el gobernante, respecto al concepto respectivo de corrección y normalidad, por ello, ciertas leyes ayunas de juicio, no pueden gozar de persistencia efectiva, aunque, promulgadas, sean respetadas. La Historia, madre del acontecer humano, así lo ha enseñado en su ancho devenir.

 Los padres saben de sobra administrar el método del cachete con una sabia justeza ancestral; constituye un medio correctivo en casos insostenibles, en que la inconsistencia veleidosa y desordenada del niño, no atendiendo ya a razones ni castigos, merece, desde el afecto, la inmediata actuación correctora y educativa de los padres o tutores. El cachete no entraña la coerción ciega y brutal; marca la frontera que el niño no ha traspasar por su propio bien; indica que no se puede habituar a saltarse las reglas que conforman la conducta moral y cívica; socializa al individuo y lo integra en la convivencia sana y recta con el respeto debido a sus congéneres; es más bien un elemento simbólico de la instrucción suavemente cariñosa que adiestra en la creación de hábitos para marchar por la senda de la rectitud. Así lo afirma el Eclesiástico: «Quien mima a su hijo, tendrá después que vendarle las heridas» «Un caballo no domado se torna indócil, y un hijo abandonado se torna díscolo» «Mima a tu hijo y te aterrará, juega con él y te hará llorar» (Eclo 30,1-13). El niño requiere pertinente y continua presencia del padre en su educación, exige corrección y formación, es preciso doblegar su cerviz en la juventud, para que no sea un rebelde, caprichoso y desobediente, que acarree penas y contrariedades. De la fortaleza de su carácter y firmeza de su personalidad, depende su proceder de adulto.

 El cachete, en fin, es una táctica correcta y oportuna. Lo grave es que la clase política, de hoy, atareada y atrapada en el nimbo de sus intereses ajenos al sentir del ciudadano y alejados del esencial servicio a la sociedad, no lo entiende ni lo intuye. Cierto que si el cachete se convierte en agresión y violencia, se hace delito y no precisa reforma legislativa. La incomprensión de las leyes existentes por el dirigente y el legislador es nociva para la sociedad; que se coloquen por encima del pueblo, es perjudicial, que legislen sobre aspectos y usos sabia y rectamente practicados en el seno familiar, es nocivo y contrario al bien común.

 Los padres, formados y maduros saben aplicar los métodos excepcionales a concretas condiciones especiales, saben gobernar y administrar su hogar con conveniente y adecuada dosificación, para apuntalar e instalar la debida educación de sus hijos. No necesitan la mano protectora de las ínfulas insolventes de unos políticos. Los padres tienen su talante.

 Camilo Valverde Mudarra

 

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