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DISCRIMINACIÓN POSITIVA O COBARDÍA POLÍTICA

Meria Albari (Antonio Tortosa Sánchez)

España



La palabra es, junto con la vida, el don más preciado que tenemos los humanos. Es lo que nos distingue de los demás seres vivos El Evangelio de San Juan empieza de la siguiente manera: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios”,

La palabra, el verbo, oral o escrita, al ser patrimonio exclusivo de los hombres, al ser uno de los rasgos diferenciales que nos hace ser inteligentes, la tendríamos que utilizar, no solo con un cuidado exquisito, sino con exactitud y veracidad. La fuerza, la importancia de la palabra, radica en la facilidad con que se puede utilizar y manipular. El buen o mal uso que hagamos de ella puede condicionar, condiciona, sin lugar a duda, nuestros actos de tal manera que a partir de ese momento una emoción, una acción, una actitud quedará marcada para siempre...

Es cierto que por medio de la palabra podemos crear, pero, no es menos cierto, que también podemos destruir con mucha mas fuerza que con un arma, sea del tipo que sea. La herida que producimos a un ser querido, a un amigo, a un compañero de trabajo con una palabra mal dicha es mucho mas profunda, hiriente, mortífera y certera que la que podemos hacer con un arma blanca o de fuego. Sus consecuencias, para nosotros y para la persona herida, se arrastraran para siempre. Un amigo o un ser querido, al que hayamos herido por medio de la palabra, si sigue- por la razón que sea- a nuestro lado jamás volverán a ser el mismo.

En la antigüedad clásica, la palabra, su utilización y cómo hacerlo, era tan importante que si se quería tener éxito en la vida pública había que ser un buen “orador” y una de las disciplinas que se impartían era: la Oratoria. Los dioses se comunicaban, a través de sus ministros, con los humanos por medio del Oráculo.

Desde un tiempo a esta parte he visto, entre otras muchas cosas, como nuestros políticos, de cualquier color, que nunca es determinante, -si la honestidad-, vienen utilizando dos palabras, sustantivo y adjetivo, que son una pura contradicción. Me refiero a: DISCRIMINACIÖN POSITIVA. El binomio manda huevos, que diría un presidente de las cortes.

Según la Real Academia Española, Discriminar – en su primera definición- viene del latín discriminare y significa: separar, distinguir, difenreciar una cosa de otra y- en su segunda definición- dar trato de inferioridad a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, etc. Según esto díganme señores políticos – y no políticos- cómo carajo- que diaria mi abuelo- una discriminación puede ser positiva. Este morfema, palabra, en cualquier contexto que la utilicemos siempre tendrá ese significado discriminatorio.- permítaseme la redundancia-; ni pintándola de rosa, ni adornándola con los mejores calificativos de nuestra bellísima lengua dejará de significar lo que significa.

La primera vez que la escuché en boca de un político pensé que habría sido un lapsus por parte del fulano en cuestión, pero luego la leí en la prensa y la oí en la televisión. En esos momentos se estaba intentando promulgar la ley que venia a castigar la barbarie machista. Una ley que no sólo llenaba el vacío legal que había sino que intentaba frenar esta lacra social, que algunos miembros del “género masculino”, para vergüenza de la gran mayoría de nosotros, van aumentando día a día. Para ser justos hay que señalar, aunque su incidencia y difusión es menor, que esta ignominia también se da en el género opuesto. La violencia, la barbarie, la brutalidad, no es patrimonio de un sexo determinado.

Las leyes, con todos los defectos que puedan tener, pues no hay que olvidar que están hechas por los hombres, tienen que ser justas, no pueden discriminar a nadie por razón de sexo, color, religión o clase social. Un delito es siempre un delito sea quien sea quien lo cometa. No es menos delito porque lo cometa una mujer y más delito porque lo cometa un hombre. Los dos son delincuentes y a los dos hay que castigarlos con la misma dureza, con la misma contundencia.

Ahora estamos en campaña preelectoral- una verdadera pesadilla- y hay que conquistar al colectivo femenino. No olvidemos que proporcionalmente hay más mujeres que hombres y que éstas tienen un gran poder de persuasión e influencia sobre nosotros.

En el poco tiempo que llevo en este mundo- unos sesenta y dos años aproximadamente- he conocido muchas maneras de conquistar a una mujer: comprándole flores, bombones, joyas, pieles, casas, islas barcos aviones etc.… pero es la primera vez que veo que se intenta conquistar a una mujer haciendo que pague menos impuestos, aproximadamente- sino he leído mal- unos mil euros menos que los hombres. El político vuelve a utilizar el dichoso binomio -discriminación positiva- para justificar esta medida.

Si lo que se pretende con esto – amen de conseguir el voto- es disimular que, salvo en el sector público, la mujer con la misma titulación, con las mismas habilidades, con las mismas competencias cobra menos que el hombre. Que la igualdad laboral en el sector privado, salvo contadas y honrosas excepciones, no existe. Que la mujer tiene que hacer el doble de esfuerzo que un hombre para conseguir un puesto con la misma titulación. Que la mujer, en este mundo de la empresa privada se ve discriminada-. y digo bien- por razón de sexo. Si lo que se pretende, como digo al principio, es tapar con el caramelo de la rebaja impositiva, estas desigualdades, estas injusticias sociales, se les esta haciendo un flaco favor al colectivo femenino. No solo se les está tomando el pelo, sino que, además, es un ataque frontal a su inteligencia.

Señores al que mata a su pareja hay que llamarle asesino. Al que las asusta -.utilice el método que utilice- , cobarde. Al que se aprovecha laboralmente, desaprensivo. Nuestra hermosa lengua tiene calificativos para todas las situaciones.

Hay que tener la valentía de llamar a las cosas por su nombre; los intentos de dulcificar y disimular las situaciones que nos molestan, no dejan de ser en el mejor- en el peor-. de los casos una soberana cobardía; venga de donde venga y lo diga quien lo diga.

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Meria Albari

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