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HORA DE ALMUERZO

HORA DE ALMUERZO

Carlos Reyes Lima

España



La policía llega, toma el lugar, piden a viva voz: ¡Circulen, Circulen! ¡Rueden, carajo!

HORA DE ALMUERZO.

La lluvia se avecina sobre los edificios blancos. Los obreros salen uno a uno. Alegre bulla llena todo el ambiente, incontrolable sabor a comida. Una mujer delgada con los dientes carcomidos por la desnutrición dibuja en su rostro una sonrisa aceitosa. Sus manos en hábiles movimientos dan forma al plato del primer obrero. El empleado que con corbata y palto se sentara en el mismo banco de madera, sucio de tanto manoseo y sobre un techo de zinc los obreros y empleados comerán en lenta digestión. Las gotas rompen en torbellino sobre la lata, repiqueteo de cubiertos y agua que corre. El reloj redondo marca las 12.
Los perros se esconden debajo del camión restaurante. Hombres y mujeres vestidos de azul se mojan bajo el techo. Esperan. Otros de azules claros con pistolas, con escopetas custodian las rejas. Esperan en movimientos fríos, calculados. La lluvia cesa en intensidad. Movimiento de espera. Lluvia chiquita. Ruido de máquinas que golpean el acero. Continúo y preciso como el reloj que marca las 12.05. Ruido de trajín y máquina. Ruido de Dios en una zona industrial.

Un chirrido, un frenar de carros. Todos se levantan, miran. Esperan el sonido de vidrios rotos de gritos. Solo un insulto lejos. Se sientan, comen. Otros esperan.
La lluvia comienza. El obrero pide una cerveza. Se la toma con ansia, no la repite, no por mala, no tiene dinero. Da una vuelta sobre su propio eje, el reloj marca las 12:10.
La moto se detiene. Se baja el parrillero y como un conocido más saluda. Le da la bolsa en una maniobra de cómplices, en la mano sin levantar al nivel de la rodilla, escondida y con la mirada en otro sitio. Él paga de la misma forma, el motorizado y el parrillero dan la vuelta en “u” y salen dejando una estela de humo, el reloj marca las 12:15.
La vieja se le acerca y casi al oído le dice: las velas marcan tus caminos. Tienes los caminos trancados. La vela me lo dijo, toma una vela blanca y una aguja. Puyas la vela a la mitad con la aguja, en la punta le pones sal de rochela, anís y laurel. En la otra punta le pones anís dulce. Verás como se pone negra la aguja. Pero no hace falta, ya tienes una brujería, mal presagio hijo. Mal presagio. La vieja salió derecho. El reloj marca las 12:30. Y nadie deja de comer.
Él se aleja. Cada cual observa su plato o su propia espera. Detenidos entre dos bancos y una mesa. Encendió el tabaco marrón y con los dedos en tensión aspiro largo. Comienza a reír y mover sus manos en círculos, a descifrar un estado interior. Fuma de nuevo, aguarda; adivina algo de adentro; mira dentro de otro mundo; estira las manos, toca a la mujer flaca; la abraza.
El mondongo, oloroso, color tierra espera. Sitio hay entre la gorda y otra vez el bebedor de cerveza, ya va por la mitad de su sopa. Revuelve con la cuchara el líquido espeso, se lo lleva a la boca y saborea-delira en matices de sabores. Carraspea y traga. Las agujas avanzan, 12:45.
Pequeños grupos de obreros conversan agrupados en rueda. Mujeres fuman y expulsan el humo en círculos. Un borracho se bambolea en el umbral de la gravedad, retorna siempre a su centro desafiando su peso. Bailotea simétricamente en un solo compás, regresa y aguarda otra ola. Los obreros hablan de santos y espíritus. La Señora mayor, con un cigarro entre los dientes, que aspira con la candela hacia la boca se encomienda al alma de “La Chama Isabel protectora contra los malandros, ella era una malandra, pero murió en la patrulla, no echándole bolas, no arrepentida. No se cayó a plomo con los sapos, no, a ella la mataron de mala gana, por eso protege a la gente humilde. Nos ayuda en el Cerro.
Varios timbres suenan alarmantes, envolventes. La calle, poco a poco se queda desierta. Una ambulancia tenaz recorre el tráfico.
Una nueva moto pasa. Un disparo. Un cuerpo que cae. Todos regresan miran las orbitas del hombre que sangra por el disparo. Un ejecutivo marca en su celular el número de emergencia. El hombre convulsiona. La curva queda sola, las personas se alejan. La vieja lo tapa con un mantel y le coloca una vela a los pies.
La policía llega, toma el lugar, piden a viva voz: ¡Circulen, Circulen! ¡Rueden, carajo! Una colmena de policías motorizados toma la calle; pululan en torno al hombre acostado al medio del sol.
Y, el fumón se aleja, se pierde en dirección a la una de la tarde.

Carlos Reyes Lima
carlosreyeslima@yahoo.es

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