(…) el rumoroso y undísono discurrir de las aguas, formando nimios remolinos y torvas, musicalizaba la esplendida mañana levantina.La acequia formaba un rectilíneo cauce de vida, que se prolongaba en la lontananza, hasta alcanzar el lejano horizonte valenciano.Junto al ácueo caz, un carril polvoriento y angosto de albero sablón, semejaba una senda tapizada de oro, tendida entre orbiculares esmeraldas.

El sol de mediodia refulgía con intensidad desde su cenit, irradiando una luz mediterránea, cálida y mágica, que proporcionaba a estos campos de soles, una colorimetría excelsa y sublime.

Un fragante aroma inundaba este paraiso de cítricos, moteados por las níveas flores de azahar.El rocio acentuaba la belleza de la lámina con sus lientos reflejos tornasolados; con sus adiamantadas gotas de perspicuidad translúcida, que resbalaban sinuosamente, por la aterciopelada superficie de los pétalos albares, dejando tras de si una melífera estela de romanticismo.

Tras las ringleras de enardecidos arbustos, destacaba la silueta de una barraca de huerta, con cumbrera triangular a dos aguas, de carrizos y paja; con paredes de adobe, de asta entera; y un emparrado exterior, que sombreaba el hastial, en los calurosos días de primavera.

Desde el Levante, una veleidosa brisa acariciaba inopinadamente, los centinelas del pantanoso marjal. Dorados juncales, que vislumbraban la sinuosa montuosidad de la restinga sabulosa; áureos cañaverales, impregnados y embebidos de la luz sorollesca, y acuarelada propia de los saladares comarcanos a la Costa del Azahar..(…)