Aquel trozo de costa rocosa
Donde transcurrió mi infancia.
El Agua, fina seda, se esparcÃa
Celosa de su transparencia al amanecer,
Para tornarse espesa, nostálgica, al caer el dÃa.
Aquella oquedad de piedra
Donde apoyaba el pie para elevarme sobre las aguas,
Hospitalaria siempre, acogiéndome
con su húmeda viscosidad
De hembra en celo.
Las algas, los olores, el engañoso brillo
De la verja oxidada que yacÃa en su fondo,
Los peces, los mismos peces de todos los mares,
El sonido de tantos lamentos, acosándome,
Como el tic-tac de un reloj harto cansado.
Aquel trozo de mar entrañable
Que ya no es el mismo, no por ser mar,
sino porque yo no soy la que jugaba entre sus olas,
Conserva aún, pese a todo,
Los recuerdos de mi otredad.
MARIE ROJAS