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LA NINFA Y LA NOCHE

Carmen Miuris Rivas Pérez

República Dominicana



La luz se debate entre sombras. Detrás de la montaña, el anochecer de oro y púrpura se abre paso entre blancas nubes apurando el último sorbo de un sol yacente, aletargado en su ocaso.
El día agoniza y dice adiós en las corolas replegadas de las flores que estrenarán con el rocío, colores más radiantes. Las aves diurnas vuelan a sus nidos llevando en sus picos el alimento que en amorosa entrega darán a sus polluelos, mientras una paloma mensajera, se apresura veloz a dejar una rosa sostenida en su pico, sin duda alguna encomienda de un enamorado.
Sumida entre las sombras, ella era como una sombra más, Confundida entre el aroma de las flores musitaba: Se va la luz del día, al igual que el amor, que se va antes de irse y permanece después de haberse ido, como un recuerdo, como un presentimiento.
Era la ninfa de la noche, una deidad que cautiva entre las redes del tiempo emergía a conquistar amores. El ocaso era un toque celestial de campanas que anunciaba su liberación, era la apertura de los sueños. La noche era el inicio de sus ilimitadas utopías, en ella oxigenaba su alma y volaba su imaginación tras los sueños tejidos en el extremado ardor de su cautiverio. La soledad la enajenaba, la abrumaba.
 Quería romper las ataduras que la mantenían a merced de una quimera, presa en las redes que la encerraban, el calor fulgurante del sol la dejaba exánime, quemaba su ilusión y la endurecía.
La noche tiene corazón y palpita, la estremece el chasquido de un beso, es cómplice y refugio de los amantes que se aferran a ella deshojando la pasión entre azahares que muy lejos lanzan su aroma envuelto en la brisa. Así la ninfa conjugando el amor en apretado idilio al contacto con el beso de la noche, dejaba su encantamiento y cual cenicienta, desnudaba su cuerpo trocando en transparencia el cristal de la zapatilla y abordando una carroza pintada con luz de luna, se lanzaba a perseguir su ilusión.
El eco de su risa se multiplicaba y ella coqueta y atrevida, consciente de su poder seductor, enajenaba a todo aquél que se perdiera en la negrura de su mirada.
La noche, testigo de romances, era el mejor escenario de su locura. Un cortejo de estrellas la irradiaba marcando el camino y marchó en pos de su fantasía. Volaba alto y en sus alas abiertas se albergaban mariposas iridiscentes que exploraban el éter develando su misterioso encanto y volando entre nubes, traspasó el umbral del infinito.
La noche era húmeda y fría, la ninfa agitaba sus alas en la oscuridad rota por luces incandescentes que eran a su paso, trofeos arrancados a la sombra. Bajaba despacio y sobre un lecho de pétalos de rosa se tendió su cuerpo iluminado por un rayo de luna que las ramas de los árboles hacían intermitente, dándole un aspecto espectral, el viento arrancaba hojas secas que caían sobre su piel acariciándola. Se movía inquieta y entre gemidos, sus labios susurraban unas palabras tan quedas que era imposible descifrar. Su cuerpo parecía poseído por una fuerza extraña, estaba recibiendo la dádiva que la noche rendía a su musa, en la aventura de su osadía , experimentaba como tributo, un orgasmo que con la llegada del alba se desvanecería y sabiéndolo prohibido, parecía vivirlo con mayor intensidad porque de nuevo se ceñirían las cadenas a su cuerpo, hasta el próximo ocaso.

Miuris Rivas

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