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OLEAJE VERSAL

A lomos del tsunami poético

César Rubio Aracil

España



No siempre sucede, aunque hay ocasiones en que el tsunami poético arrasa los campos mentales, dejando en el folio en blanco un vacío de impotencia. La psique (volveremos al concepto “alma” en otra ocasión), a rebosar de emociones y sentimientos, no encuentra ninguna posibilidad de fecundación; como le sucede al óvulo, asediado por incontables espermatozoides, la mayoría de ellos debatiéndose inútilmente por dejar en el olvido su flagelo motorizado con la finalidad de introducir su semilla en el núcleo de la vida. Sólo un microgameto será capaz de multiplicar -al igual que el primer verso los siguientes, hasta dar forma al poema- el conjunto celular generador de un nuevo ser.

 ¿Por qué el cono de atracción del óvulo se abre a un determinado zoospermo, dejando al resto de adversarios sin posibilidad creativa? ¿Por qué, en paralelo, un primer verso de las decenas de dactílicos, hexámetros, pareados o sueltos que inflaman la mente y desbordan el corazón, aflora desde el tintero con la venia de los duendes poéticos? ¿Qué queda en el orbe contingente, tal vez de gran valor, despreciado por la Musa? ¿Por qué una determinada elección, en ocasiones inservible, cuando la posible exquisitez literaria trataba de abrirse paso entre un pandemónium de exigentes voces, una airadas y otras sumisas a la sinrazón poética? Nadie podrá saberlo, porque todavía ignoramos -creo que seguiremos oyendo campanas sin saber dónde- qué significa poesía, dónde se origina, como asimismo cuándo y por qué nos llama.

 El porqué de la llamada poética es un misterio para mí. A veces toca con los nudillos, suavemente, a la puerta de mi sanctasanctórum; en determinadas circunstancias lo hace con urgencia, esté yo donde esté, contemplando la mar o sembrando muerte entre las especies marinas; en el bar, mis sentimientos en adobo de romero montano y alcohol y, no menos sorpresivamente cuando, en estado de malévola embriaguez mental, los puñales del odio señalando corazones, las pegásides dibujan sobre mi conciencia una aurora boreal de inimaginable coloratura. ¿Por qué? Mi maestro Ricard sabe de todo esto mucho más que yo; aun así sospecho que, en ocasiones, el tsunami poético también desoirá su clemente petición de sosiego y paz. Porque si Ricard fuese capaz de bucear en el devastador oleaje donde la Musa se divierte, habría que hacerle un hueco en el Helicón para que acompañase a Apolo, y, desde allí, amparar a este desdichado vate: triste poeta, cuyos alados pensamientos y desorbitadas emociones le tienden la mano en dirección errática, abandonando su estrella Polar en perenne e infructuosa búsqueda de la Cruz del Sur. Sin embargo, ¿en quién confiar para que me sirva de guía en tan tormentosa singladura? Sólo en el que, a fuer de amigo, sabe y tiene la valentía de decir: “César, no busques a la Poesía; es ella la que tiene que encontrarte bajo el tsunami, en la morada de la soledad”.

 Han trascurrido unos días, entrañable maestro, desde que consideré concluido este humilde trabajo, que te dedico por simple gratitud a tus desvelos en pro de la cultura; mas hoy, hostigado por un no sé qué tembloroso de mis adentros, me atrevo, ¡pobre de mí!, a brindarte los versos que, en la cresta del tsunami y a expensas de la irritación de las Musas, van circundando, rebeldes a toda prudencia, la rosa de los vientos.

 Ni Musas ni dioses del Olimpo, sólo el sabroso desafuero de agradecer tus enseñanzas con unas estrofas nacidas a lomos del tsunami poético.

 

Deslustre del amor, ¿por qué me obligas

a ovillar los recuerdos opalinos

en la zarja febril donde, felinos,

los husos trenzan sólidas fatigas?

 

No nací para ser de las ortigas

ponzoña, ni herbazal en los caminos,

sólo luz, balalaika entre los pinos,

gorjeo ruiseñor, tiernas cantigas.

 

Rima el alma sangrante este poema

soñado para ti, sombra de luces,

en memoria del tiempo y la distancia.

 

No ansíes envolverme en el dilema,

perfidia del dolor, cuando te cruces

en mi ruta de paz sin relevancia.

 

César Rubio (Augustus)

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