A Robert J. Sawyer, pensando en su “El cálculo de Dios”…
En especial, a Santiago Oviedo y su NuevoMundo Virtual donde brotan, bajo Palabra, la Imaginación y el Pensamiento de los sueños, en libertad expresiva. Y a su Colono y Decano, Daniel Mario Arturo Croci, in memoriam…
Si, por ejemplo, las termitas “desaparecieran del planeta, se produciría un caos ecológico increíble, ecosistemas tan importantes como las selvas colapsarían y asistiríamos a una crisis muy grande. Para los humanos sería una catástrofe, cambiaría el oxígeno, el régimen de lluvias, perderíamos ingente cantidad de especies de planta… Los insectos son las formas vivas probablemente más importantes del planeta, porque son las que regulan los grandes sistemas de reciclaje y de producción de materia”. En consecuencia, “Son los insectos los que mandan en la Tierra, no los humanos, porque son los que mueven la materia orgánica, y, sin ellos, el ecosistema colapsaría. Recordemos que las hormigas, por caso, no han estado en el planeta desde siempre. Hasta hace 110 millones de años no existían y es seguro que su aparición y su papel ecológico supusieron una revolución” (Palentólogo David Grimaldi, Museo de Historia Natural de Nueva Cork – Congreso FOSSILX3, Mayo 2003).
(…) En tanto “Las hormigas son las mayores removedoras de materia que hay en la tierra; y el sistema colapsaría sin insectos como las moscas o las cucarachas, que todo el mundo piensa que son cosas asquerosas, horribles y quieren acabar con ellas. Pero si las larvas de mosca no procesaran todos los detritus que se producen en la materia orgánica, los sistemas colapsarían” (Doctora en Paleontología, Carmen Soriano – Universidad de Barcelona –España – Congreso cit.).
(…) Y concluyó la lectura de aquellos viejos informes, releyendo el diagnóstico que su tatarabuelo realizara en una conferencia, advirtiendo que: “De los dos millones de insectos que se han descrito, se conoce bien la evolución de tan sólo un 20 por ciento, por tanto, en ese ochenta por ciento restante, queda aún mucho trabajo por hacer” (Paleontólogo Bernhard Misof – Museo de Zoología de Bonn – Alemania) – Congreso FOSSILX3, Mayo 2003)...
... Ahora el joven Audrey, antes de intentar dormir pesadamente, arrojaba con despecho y cólera aquellos resultados del antiquísimo Congreso realizado en Vitoria (País Vasco – norte de España), durante la primera semana de Mayo del 2003, del que participaran 120 paleontólogos, entomólogos y estudiosos de ecosistemas de veinte países de aquella versión en sepia del Mundo, y al que asistiera, conforme la tradición disciplinaria profesional que distinguiera a su familia de expertos paleontólogos, don Bernhard Misof, su eminente y ancestral pariente, Jefe del Museo de Zoología –experto en insectos fósiles- de la desaparecida ciudad de Bonn (Alemania), actual región de la República Continental Euroasiática. No obstante la alcurnia merecida de su brillante ascendiente, no se negó la ocasión de proferir contra él y sus colegas de época un improperio bastante grueso, por su ingenua mirada hacia el rol que habían venido cumpliendo hasta ahora los insectos, pero reconociendo también en su generación las culpas por no haber atendido ni dado solución a tiempo a un problema de falta de información genética sobre su evolución, al computarse aún una brecha de desconocimiento evolutivo cercana al treinta por ciento de las especies. Era cierto; habían avanzado bastante en el último siglo, pero la diferencia constatada era muy grande todavía como para estar tranquilos y no temer que “alguno o algunos” de aquellos “malditos bichos” dieran muestras, tarde o temprano, de sus verdaderos y mortales propósitos contra la raza humana…
Por lo demás, y en relación con esos inquietantes invasores, ya verdes, negros o marrones, el joven Dr. Audrey Currano, profesor de la Universidad estatal de Pensivalnia, era hoy por hoy el director del proyecto que vinculara y demostrara en qué medida, a causa del efecto invernadero, el incremento gravísimo de la temperatura global del planeta, se había asimilado ya al período conocido como máximo térmico del Paleoceno-Eoceno (PETM), analizado por sus colegas de equipo en la cuenca del Bighorn en Wyoming (oeste de la Confederación de Estados Unidos de Norteamérica). El PETM era el nombre recibido por un período de calentamiento abrupto ocurrido hace unos cincuenta y seis millones de años, en coincidencia con una triplicación del dióxido de carbono en la atmósfera. Período donde las temperaturas aumentaron cuatro y, en algunos lugares, hasta diez grados Celsius... Las actuales condiciones ambientales no distaban mucho de aquella realidad pavorosa, y la forma singular con que los hombres debieron adaptar sus hogares para perpetuarse como especie, así lo demostraban... De hecho, todo lo viviente fue conmovido, como era de esperar, por tan profundo desequilibrio atmosférico, ya denunciado en el 2000 por la Teoría Schumann, sobre el cambio e irregularidad de frecuencia que denotaban las ondas electromagnéticas que circunvalaban la Tierra, como parte de su ionósfera. Los animales, acuciados por ampliar sus territorios de apacentamiento; las plantas, creciendo bajo altísimas concentraciones de dióxido de carbono, mutando su naturaleza y perdiendo nutrientes, de modo tal que, los insectos, migrados de los trópicos a latitudes tradicionalmente más frías, incrementaron el consumo de vegetales desmantelando a diestra y siniestra sembrados, árboles y malezas, contribuyendo, en consecuencia, a la alarmante e imparable deforestación que asolaba al planeta...
Así que: ¿Importa decir que era de noche? Sí, importa. ¿Importa decir que era de noche para hablar de las estrellas que velaban al Universo todo, tras un manto de neblina otoñal en el hemisferio sur del planeta? ¿Importa decir que era de noche para insinuar que, detrás de la floresta, una multiplicidad de organismos vibraban en sus pulmones y corazones a modo de flores, de pájaros o de batracios navegantes en el barro de un lago artificial?
Quizá. Pero más importa decir que ellos aún no poseían el secreto para dominar la luz débil del sol, mareada por una nube de smog y de aceites malolientes… Y sólo la noche podía cobijarlos (por ahora).
Poco faltaba para que aprendieran a dominar aquel aspecto de…
Les había estado observando desde el único hueco sórdido u orificio microscópico que había podido descubrir entre los muros acerados de aquella cueva o huevo gigante (¿mansión?), propia de aquellos bichos tan herejes como descomunales. Esa extraña facultad para amplificar imágenes que había heredado de sus padres, lo había posibilitado. Y les había visto cenar alegres y voraces, y gesticular en forma de lo que ellos llamaban risas o carcajadas con el Programa Mundos Imposibles del canal de vídeo más visto en su nación imperial, escondidos en aquella cerrada caparazón viviente a la que llamaban zona residencial.
Ella había servido esa noche una exquisita paella a la valenciana (sólo repetía lo que le había escuchado decir), y un vino (¿sangre?) de u$s 500,00 en botella de litro, consumido pero de a tres o cuatro... Ergo, el diagnóstico de borrachera (así había aprendido a calificar al estado desvaído y descontrolado que los caracterizaba, propio del final feliz de cualquier encuentro entre sus parejas en celo) era infalible, y la manera en que se picoteaban (¿besuqueaban?) tumbados en un bellísimo descanso (¿sofá?) azul eléctrico bordado de centellas doradas y platinadas (¿seda?), permitía inferir con total certeza el destino inmediato de aquellos cuerpos horribles, pálidos y angulosamente tentaculares.
El sereno (¿dormitorio?), el lecho (¿cama?), las plumas (¿ropas?) en el suelo, el acople (¿abrazo?), el chillido (¿jadeo?), el apareo (¿coito?) y, luego, el relajado descanso en una inconciencia casi perfecta como para....
... Ahora yacían, sumidos en sueño, con la placidez marcada en sus rostros jóvenes y satisfechos. Malditos bichos. Pensó que era el momento exacto para penetrar en el cubículo y atacarlos. Sí, malditos bichos... Y puso el máximo de concentración en su mente, y afinó tan microscópicamente su materia física, hasta volverla semejante al diámetro infinitesimal (dichoso agujero) que descubriera en el dintel de la puerta principal de su almeja gigante, robustecida con una especie de metal (¿acero?) adornado o recubierto en labrada madera salvaje, particular corteza de los robles y pinares que enjoyaban a aquellos parajes maravillosos, y que Dios (¿Señor? ¿Lord? ¿Ngóbo? ¿Sboré? ¿Pava?, ¿Nana? ¿Chube? ¿Ankoré? ¿Ñandeyara? ¿Yilató? ¿Kajá?), de seguro había fabricado para muchos pero sólo –por ahora, se dijo- aprovechado por esos malditos algunos pocos...
Malditos bichos. Una expresión que no dejaba de golpear su cerebro de abeja, atenazando sus manos como las de un insecto voraz y sanguinario. Pero él decía que luchaba sin odio; sólo por amor a su relegada especie llamada desde una cruz subterránea a salvar al mundo de…
Una muestra de su precioso torrente líquido (¿sangre?) bastaría para alcanzar los niveles científicos deseados que los suyos necesitaban, después de años de incursiones cruentas entre sus vocingleras poblaciones sedentarias, para interpretar correctamente el código ADN tan especial que los distinguía como raza. Única sustancia con propiedades de autorreplicación, almacenamiento informativo y concisión, y con una capacidad de comprensión que estiraba a la increíble cifra de un metro el largo de cada molécula. Única ingeniería genética divina de la que podía manar vida inteligente, pero en la que -a diferencia de la de ellos, que respondía hasta el número de seis- sólo habían logrado descifrar en sus enemigos ancestrales hasta cuatro bases bioquímicas: las adenina, timina, guanina y citosina; todo, en una compleja composición de carbono, hidrógeno, nitrógeno y oxígeno, y que desde hacía millones de años los había predestinado, casi inexorablemente (“malditos bichos tramposos” –repitió o ¿murmuró?, “y descuidados” -o ¿masculló?- “con mamá Natura”) como raza dominante del preciado planeta azul....
.... En un universo de catorce mil millones de años, ese planeta de cuatro mil quinientos de circunvalaciones solares había tenido que soportar la experiencia de cinco (¿o seis?) extensiones masivas de vida y, tras unos sesenta y cinco millones, comenzar el tiempo de incubación de los que serían nuestras formas de inteligencia vertebrada e invertebrada. Había tenido que esperar... Esperar hasta que, después de esa quinta (¿o sexta?) extinción de vida que había sobrevenido en la faz evolutiva de las especies, los mamíferos comenzaran su camino hacia la inteligencia y libertad de acción: según ellos, primeras imágenes y semejanza con el Dios creador (entonces, ¿fue cierto que, a la séptima jornada, descansó, y ...?).
Herejes. Soberbios. Sí, desde hace unos dos millones de años atrás cuando se pusieran de pie y levantaran aún más la desidia en sus corazones de carne y hueso, siempre los habían estado mirando y juzgando como a mendigos y no como a príncipes del polvo terrenal; los habían tratados como a bichos de cuarta clase y atacados en los últimos milenios con sus armas químicas, devastándoles incontables generaciones de nidos y congéneres: pero ellos -¡maldita sea!- también habían recibido la mirada de Dios. Sólo que se habían dedicado a tratar de vivir en paz, ocupando su territorio pero sin dañar el planeta… Todo en vano. Allí estaban, todavía. ¿Homo sapiens o bárbaros desquiciados en su afán de dominio y poder? Por eso, ¿importa que sea de noche? Claro que importa.
Ellos, para quienes el fin siempre había justificado los medios, habían transformado al globo viviente en una suerte de esquema estrafalario y desbaratado, pletórico de inútiles desiertos, achicando sus continentes por las imparables aguas de los deshielos que habían anegado la buena tierra, tras la casi destrucción del 30% de la capa de ozono que protegía la atmósfera. Y se habían encerrado en aquella cuevas que pensaron inexpugnables (¡pobres!; ¡eso es lo que creyeron!), y que, poco a poco, centuria a centuria, fuimos perforando hasta herir sus cuerpos fláccidos para robarles los fluidos y estudiar su química, y así lograr, ¡al fin!, revertir su poder de especie dominante... El Consejo de Floripones y Abejorros picudos los había sentenciado... Porque una vez desenrollado el metro de su molécula de ADN, ya no habría secreto que ocultar y serían fatalmente invulnerables a nuestras armas... Claro que sí.
Y, zumbando, hecha su tarea, el bicho abandonó la estancia de aquellos somnolientos y malditos otros bichos, sin alcanzar a escuchar la queja del macho que rumiaba (¿gemía?), quebrado en súbito desvelo (¿sentado?) en su lecho de placer... Y protestaba (¿aullaba?):
--- Maldito enano protoatómico. Bicho asqueroso. ¡Me picó! ¡Susana! ¡Despertá! ¡No sé por dónde entró ese desgraciado picudo volador! ¡Pero me picó! ¡Me picó! ¿Te das cuenta de lo que puede sucederme ahora? ¡Maldito arquitecto, hijo de perra! ¡Me aseguró que sería impenetrable! Y... ¡olvidamos encender también, como reaseguro, el maldito aparato extinguidor! ¿Y ahora...? Maldita sea.
--- (...).
¿Importa decir que era de noche? Ya no.
Una imparable invasión alienígena como una turbulenta marea de termitas ciegas, surgió en un millón de brotes por cada metro cuadrado de tierra negra disponible y mineralizada, calló el susurrar de la floresta, apagó por completo las estrellas y también al mismo sol, en un día y una hora inolvidable en que los bichos trepanaron con sus picos y zumbidos, no sólo las murallas de los otros malditos bichos mamíferos bípedos y soberbios, sino sus huecos corazones, dejándolos aun sin el más mínimo hálito de vida…
“Así habla el Señor: no se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas antiguas; yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta? Sí, pondré un camino en el desierto y ríos en la estepa, para dar de beber a mi Pueblo elegido, el Pueblo que yo me formé para que pregonara mi alabanza (…)” (Is. 43, 18-19).
Y Dios nos creó a su imagen y semejanza. A su imagen y semejanza, Dios nos creó. Y, como estaba escrito, Él nos bendijo: “Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a las criaturas del mar y del cielo y a todos los vivientes que se muevan en la tierra” (G. 1, 28.).
Entonces el escriba –un poco excedido de peso-, agitó sus alas, ocultó sus glándulas mamarias y hermafroditas, cerró el libro de la Eterna Alianza, y se sentó. Fue como una señal para que, el sacerdote oficiante, sobrevolara –una y otra vez- su olímpica figura de abejorro vertebrado, e incesara el círculo perfecto del altar sacrificial, mientras el pueblo inclinaba sus picos y antenas cervicales, y elevaba –al unísono-, una monocorde oración: “Padre nuestro que estás en los cielos…”.
Mientras tanto, Alguien preguntó a Otro, por enésima vez: “¿Importa decir que era de noche?”.
Ya no, contestó Otro.
Y la luz existió.-
Santa Fe (Argentina), 21-02-2006. Texto ajustado: 21-02-20087.-
Integra los libros inéditos “Doctor de Mundos II – Visiones Extrañas” y “Desde el Umbral (Terrores Cotidianos y de los Otros) – Colección del Horror. La Botica del Autor – Santa Fe (Argentina), 2004/2006.
Seleccionado para el relanzamiento de la segunda etapa de la Revista de Literatura Fantástica y Ciencia Ficción “Nuevomundo”; ahora como publicación semestral virtual (nueva época, presentación y tecnología), bajo la dirección de Santiago Oviedo. Buenos Aires (Argentina). T. a.: 14-05-2006.
Publicado el 02-09-2006 en el Magazín Virtual LA LUPE.COM – LITERATURAS VANGUARDISTAS (Círculo Internacional de Literatura Vanguardista y postmoderna) – Directora 2da. Etapa: Milagro Haack. T.a.: 14-05-06.-