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FÉLIX, EL PEQUEÑITO DE AMSTETTEN

Camilo Valverde Mudarra

ESPAÑA



“¡Ay mísero de mí, y ay, infelice!”

Félix, el pequeñito de los hijos de la monstruosidad de ese criminal energúmeno de Amstetten, con sus cinco añillos, preguntó atónito y fascinado, al salir de la cruel mazmorra y pisar la calle, si aquel, que expandía su deslumbrante luz y su dulce calor, era Dios.

Este niño, nuevo Segismundo, “¡Ay mísero de mí, y ay, infelice!”, viendo, en su despertar del lóbrego sueño de la muerte, el poderoso rayo de la luminaria celeste, anonadado, en su diminuta experiencia, descubre el sol y, de modo natural, sin saberes etnológicos ni teológicos, lo asimila a la divinidad. En medio de su tristeza y de su dolor, su pequeño pensamiento, en impulso atávico, se adentra en la reflexión religiosa. Una sensación inconsciente lo lleva y conecta con la vieja teoría, casi universal, que establece el nacimiento de las creencias religiosas en el culto al sol.

Desde la remota antigüedad, en muchas civilizaciones y en la mitología de diferentes culturas, el Sol se consideró una deidad, cuyo culto pudo haber dado origen al henoteísmo y, más tarde, al monoteísmo. Un dios solar, representando al Sol o aspectos solares, se veneraba en varias religiones, en la egipcia era Horus, Ra; en la hinduista, Surya, un dios védico; en la grecorromana, Apolo-Helios; en el panteón religioso mexicano, Tonathiu; en el inca, Inti, considerado el Sumo Hacedor y su esposa, Quilla, era la Luna, diosa de la mujer. De la España Prerromana, quedan vestigios en los petroglifos de Galicia y Santander y en los discos áureos de Oviedo. En el siglo IV el emperador Juliano, el “apóstata”, propugnando una religión teosófica, síntesis de las religiones solares, definía el Sol: “Imagen sensible de la inteligencia suprasensible del Padre Celestial”. En la simbología cristiana se identifica a Jesucristo con Helios y el círculo con la eternidad. El Sol y la Luna simbolizan el oro y la plata, rey y reina, alma y cuerpo. El Sol es el Padre Universal. La Tierra simboliza la fecundidad.

Este niño, que en su doloroso destrozo, nos evoca los tristes versos de Calderón: “Apurar, cielos, pretendo, / ya que me tratáis así / qué delito cometí / contra vosotros naciendo”, mira con ojos asombrados el verde ramaje de los árboles, el cielo profundo y la brisa azul. Nos sobrecoge el terrible daño que han sufrido estas criaturas. Es incomprensible que, en la Europa Civilizada, y sin que nadie sospeche y los descubra al momento, se den estos sucesos; este, el más tremendo, viene acompañado de otros, el de Natasha, la joven austriaca secuestrada, de Lidia, vejada y ultrajada, durante 28 años en Francia, por el padre y la madrastra y, también en Austria, el de los tres bebés muertos ocultos en un frigorífico.

La convivencia ya no le va a ser fácil a Félix; su socialización en profundidad desafiará, con el tiempo, toda actuación psicológica y rehusará problemáticamente el común vivir, quizá, sumido en la ideología barroca de “la vida es sueño”. Sueños misericordiosos que el abuelo-padre, siniestra alimaña hitleriana, ha hundido en la hedionda cloaca de una furibunda realidad. El infortunio infringido por sus fétidas aberraciones pasionales, posiblemente, no remita con la excarcelación y escape de la tortura; tal vez, la ceguera de los recluidos, deslumbrada por la ignota luz de la libertad, continúe ahora atenazándolos en medio de un entorno inimaginado que desborda sus capacidades descoyuntadas. La disfuncionalidad de lo razonable dificultará la remisión y curación de las lesiones psíquicas incrustadas en su alma. Los antídotos para tan descomunal ultraje e insondable impiedad son casi imposibles de aplicar.

La crueldad de esa fiera incorregible, exige, como reclama la serena cordura de la familia de Mari Luz, que se aplique a los criminales, pederastas, violadores, maltratadotes y terroristas, la pena perpetua en sentido preventivo y no de venganza, con las oportunas revisiones, para garantizar la seguridad pública. No es comprensible que se hallen recluidos en cárceles de cinco estrellas. Que hay que reformar el Código penal, pues a ello, por algo se les elige.

Camilo Valverde Mudarra

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