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EL CUARTO VACÍO

(dibujos de Ray Respall Rojas)

Marie Rojas Tamayo

Cuba



EL CUARTO VACÍO
 
 En la finca de Petronila había un cuarto siempre vacío, uno de los más cómodos de la casa, con una amplia ventana, una cama, una cómoda y vaporosas cortinas en vez de puerta, como suele ser en los pueblos de campo. Cuando los que no conocían la historia le preguntaban si era el cuarto de huéspedes, ella respondía que no, que era el cuarto del fantasma.
 
 El cuarto de huéspedes era más pequeño, estaba situado cerca de la cocina, por tanto era más caluroso y estaba impregnado de los olores al asado del día.
 
 Aún así, nadie se atrevía a dormir en el cuarto grande, se decía que en la noche se escuchaban extraños ruidos, voces quedas, arrastrar de muebles inexistentes… A los pocos que se habían arriesgado a intentarlo, no más cerrar los ojos, les soplaban la nuca, les retiraban la sábana, luego la almohada y si aún así no se despertaban, les tiraban de los pies. Ese punto final, larga vez necesario, terminaba el asunto.
 
 La casa no era muy antigua, la había construido el esposo de Petronila haría unos 30 años, y nadie había tenido tiempo aún de fallecer en ella. Originalmente ese había sido el cuarto de las hijas, y el más pequeño, el de los hijos. El error, contaba Petronila, había sido dar en matrimonio una tras otra a las dos muchachas y no mover rápidamente para el cuarto al hijo que seguía, pues ahí el fantasma encontró la vacante y corrió a apropiarse del lugar.
 
 Como no eran de buscarse problemas, no habían hecho intento de exorcizarlo, los hijos habían encontrado pronto a sus respectivas medias naranjas, dejando con ello otro cuarto vacío que pasó a ser el de los huéspedes. ¿Qué más daba que el fantasma viviera en el que quedaba, si el matrimonio se pasaba el día trabajando, él en la finca, ella en la casa y cuando llegaba la noche el cansancio no les daba tiempo ni de bostezar? Las limpiezas se hacía en horario diurno y mientras duraba la luz el fantasma hacía respetuoso mutis.
 
 Así fue durante unos siete años, hasta que recibieron a los parientes de la capital. El día que hizo su entrada Leonor, la medio hermana de Petronila, que se encontraba de visita por primera vez en una década con sus dos hijos, el fantasma no podía imaginar que su destino quedaba sellado.
 
 No hubo modo de convencer a Doña Leo de dormir con los dos chicos en el cuarto pequeño, había mucho calor y no estaba para recibir las patadas que daban éstos al dormir, habiendo un cuarto disponible “Ya pasé por esto en casa de Genara porque no me quedaba más remedio, vine aquí a estirar las piernas, no a encogerlas”, dijo y se sabía que a Leonor no se le podía llevar la contraria.
 
 Una de las hijas de Petronila se llevó al mayor a dormir en su casa. La menor, apenas una niña, decidió dormir en casa de la tía, pero llegada la noche se negó rotundamente a usar el cuarto con fantasma… pronto se pudo comprobar que en lo tozuda había salido a su madre.
 
- ¡Allá tú con tu condena! – le espetó Leonor entregándole un par de sábanas limpias - ¡A mí no hay fantasma que me gane! Ya verá si viene con sus soplidos y sus cosquillas, ¡la clase de bofetón que le voy a arrear! ¡Y que no se le ocurra quitarme la sábana porque me tapo con la suya!
 
 Y corrió las cortinas de un tirón.
 
 A media noche la niña sintió unos sollozos desgarradores casi pegados a su oído. Sabido es que en el campo, una vez que se apagan las velas y los quinqués, reina una oscuridad absoluta, tan intensa que no se puede uno ver siquiera las manos. Medio adormilada, se sentó en la cama:
 
- ¿Qué te pasa? – dijo.
- ¡He perdido mi honor! – una voz ronca le llegó mezclada con hipidos y gimoteos - ¡Adiós a mis noches de gloria!
- Oye… ¿no serás quien estoy pensando? – preguntó ella.
- Lo soy, pero no grites, por favor, no hagas mayor mi deshonra.
- Bueno, vale… de todos modos no te veo, así que me da lo mismo, no voy a asustarme por una voz que viene de no sé dónde. Ahora deja de lloriquear como una mariquita y dime qué te ha pasado.
- ¡Tu madre me ha pasado! ¿Quieres algo peor?
 
 La niña emitió una risita, pero como los lloros arreciaron, decidió retomar el tono compasivo.
 
- Tal vez si te desahogas te sientas mejor, eso dice mi abuelo cuando viro llorando de la escuela.
- ¿Qué quieres que te diga? Siempre fui muy distraído, me costaba trabajo concentrarme, yendo de la cocina a la sala olvidaba lo que había ido a buscar, tenía que regresar a la cocina y, al volver a la sala, lo olvidaba de nuevo... Cuando llegó la hora de mi muerte, no escuché el llamado hacia la luz y me perdí el momento, se cerró el túnel y me tuve que convertir en fantasma. No era tan malo después de todo, pero en un lugar como este no hay castillos y los fantasmas suelen quedarse en sus propias casas, la mía fue ocupada por mis nietos gemelos, que estaban formando un grupo de rock, con lo cual la convivencia se hizo imposible. Estuve desandando el pueblo en busca de un sitio confortable hasta que di con esta finca, realmente adorable, ¿no has visto por la mañana, cuando el sol sale por detrás del framboyán, qué espectáculo tan fabuloso?... No, claro, acabas de llegar, ¡ya lo verás mañana! Como siempre me gustó la soledad, me encargué de apropiarme del cuarto grande y dejar bien claro que no me gustaba ser molestado… hasta que llegó tu madre y con ella mi infortunio.
- Prometió darte una bofetada… - susurró la niña.
- ¿Una? No, hubiera sido muy dulce de su parte… Cuando le soplé la nuca, un truco que casi nunca falla, se sacó un spray de debajo de la almohada y me ha rociado hasta dejarme ciego, aprovechó mi sorpresa y me ha dado una tanda de golpes que no te cuento, no por gusto le dicen “la Leona”… ¡y yo que pensaba que era por el nombre! No me atreví a chillar para que nadie viniera corriendo a ver el espectáculo, aguanté como un valiente, confiando en que en algún momento se cansara.
- ¿Y lo hizo?
- Como era de esperar… pero cuando no cupo un puñetazo más en mi ectoplasma, me arrugó como si fuera ropa vieja y me echó en una de las gavetas de la cómoda. Pensé que si me quedaba quietecito ahí toda la noche, a la siguiente podría idear algo más feroz, pero tu madre se acostó a dormir y…
- Sigue, sigue, imagino lo que viene… - rió ella bajito.
- ¡Se ha puesto a roncar! ¡Y eso sí es demasiado para un oído tan fino como el mío! Salí huyendo, con la moral destruida, sin deseos de otra cosa que desaparecer, pero no puedo, porque soy un fantasma… Entonces entré a este cuarto a desahogar mis penas, sin recordar que estabas durmiendo en él.
- Los ronquidos de mi madre – rió la niña de nuevo -, ¿por qué crees que pedí dormir en este cuarto a pesar del calor y del olor a pescado frito? Contigo yo sabía que ella iba a poder, ¡pero ni yo, ni tú, ni nadie puede con sus ronquidos!
- Ay de mí, ay de las aristas de mi vanidad – gimió el fantasma -, ¡nunca más podré aterrorizar! Tendré que hacer terapia, tal vez yoga, o acupuntura; me volveré dependiente de las píldoras para dormir o de las esencias florales para no tener que pasar las noches en vela, no tendré el valor de ir a las reuniones anuales con mis colegas, no asustaré a un mosquito, no podré ni escribir mis memorias porque no las recuerdo, me arrugaré… ¡ay de mí!
- No te pongas así, que me voy a desvelar, tranquilo, anda… – le dijo ella suavizando el tono -, nadie tiene por qué enterarse. Fingiremos que te has mudado a otra casa hasta que mi madre y yo nos vayamos. Solo estaremos aquí un fin de semana y dudo que volvamos en varios años. Después puedes volver a hacer de las tuyas, te aseguro que Petronila y su esposo están muy contentos de tenerte con ellos.
- ¿Lo crees? – el fantasma dejó escapar un suspiro lleno de esperanza.
- No lo dudo, tener fantasma le da categoría a una casa.
- ¿De veras? – dudó el fantasma – Tal vez sea cierto, cuando hablan de mí, me parece escuchar un deje de orgullo en su voz.
- Bueno, no te pases… no es para tanto. Mientras llega el lunes por la mañana, hora en que nos marcharemos a casa de otra de las hermanas de mi madre, si prometes portarte bien, te dejaré dormir en este cuarto, elige un lugar en el suelo y prometo no pisarte si me levanto a tomar agua.
- ¿De veritas? – sollozó el fantasma.
- ¡Pero no te vas a poner a llorar de nuevo! – protestó ella.
- No, no, lo siento – suspiró – es pura emoción, soy muy sensible… hace tiempo que nadie me trataba bien.
- Lógico, te la pasas asustando. Bueno, ahora a dormir que lo de desvelarme va en serio y estoy muy cansada, llevo un mes conociendo tías y primos. Mi nombre es María, y el tuyo prefiero ignorarlo, hasta mañana.
 
 Se arrebujó de nuevo en sus sábanas y cerró los ojos, pero no había transcurrido un minuto cuando escuchó de nuevo la voz ronca.
 
- ¿María?
- ¿Y ahora qué? – preguntó sentándose en la cama y chocando con algo frío y esponjoso.
- Lo siento, me había inclinado para ver si ya dormías – se disculpó el fantasma retrocediendo - ¿Puedo dormir a los pies de la cama? Es que estoy algo oxidado, nunca hago ejercicio, y tengo miedo ponerme perdido del dolor de huesos si duermo en el suelo, que está frío, húmedo, pueden darme alergias… Y llevo muchos años durmiendo en un colchón de muelles.
- Huesos, alergia… - refunfuñó ella -. Está bien, la cama es enorme y yo ocupo solo la cuarta parte, puedes dormir a los pies siempre que no me hagas cosquillas.
- Claro, no se me ocurriría, gracias, ¡gracias!
- Duérmete ya…
- ¿No te da miedo dormir con un fantasma?
- Por supuesto que no, he dormido con mi hermano, con mi madre, con una tía obesa y con tres primos en las casas anteriores que he visitado.
- Alguien me dijo, hace tiempo… que si lograba dormir con un ser vivo una noche entera sucedería algo muy importante, pero no recuerdo qué, intenté con los pollitos y las lagartijas, pero los primeros son muy intranquilos y los segundos me daban escalofríos.
- Al paso que vamos será solo media noche, ¿quieres dormirte ya?
- ¿Sabías que duermo con un osito de peluche desde que era un bebé? Nadie lo ha descubierto porque no se atreven a registrar mucho el cuarto, los días de limpieza me lo llevo para cualquier sitio de la finca, casi siempre me siento en la copa de un árbol hasta que terminan.
- ¿Un osito? – dijo ella entre sueños - ¿Eres un fantasma que duerme con un osito?
- Está viejito, pero es precioso… en la casa donde viví, si es que alguien lo recuerda, todavía lo deben estar buscando para botarlo. Botaron mi pipa, y mis libros, y mi colección de envolturas de caramelos… - la voz se fue apagando.
 
 A la mañana siguiente la niña despertó, pensando en el extraño sueño de la noche anterior. No creía en fantasmas ni aparecidos, pero con tantas historias justo antes de dormir, el cansancio del viaje y los ronquidos de su madre, que aún salían del cuarto grande, era posible soñar cualquier cosa. Lo importante era no perderse la salida del sol por encima del framboyán. Se sentó, buscando sus pantuflas con los ojos.
 Reclinado a los pies de su cama se encontraba un osito de peluche que en un tiempo fue dorado; apenas le quedaban pelitos, el lazo había sido sustituido por un enorme botón, pero no por eso dejaba de ser lindo. Todavía no he visto un oso de peluche que no dé ganas de abrazarlo.
 
 Y eso hizo. A su lado había una nota, garabateada en papel de estraza del que usaban en la cocina para escurrir la grasa de las frituras.
 
 “Para María, gracias a ti he vuelto a encontrar el camino hacia la luz”.
 
 
Marié Rojas Tamayo
17/08/2008
 
Dibujos: Ray Respall Rojas
 

Este artculo tiene del autor.

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