Portada del sitio > TRIBUNA LIBRE > XII. LA FAMILIA. LOS HIJOS
{id_article} Imprimir este artculo Enviar este artculo a un amigo

XII. LA FAMILIA. LOS HIJOS

Camilo Valverde Mudarra

España



Las familias, con hijos, son la fuente de continuidad de la sociedad.

 El niño es un ser delicado que requiere una especialísima atención en las diferentes etapas de su crecimiento. La labor comienza aún antes de nacer. El niño, con su pura ingenuidad y su nítido encanto, es la aurora que devuelve a la sociedad su rostro más humano. Afirma el futuro de las naciones; asegura la fortaleza de la familia e incentiva una mejor educación.

 El embarazo, nacimiento y cuidado del neonato exige siempre una especial solicitud. Durante el embarazo, toda la familia ha de prestar un esmerado apoyo, coadyuvante a la imprescindible atención médica. Se ha demostrado que la presencia y el amparo del esposo favorecen a la madre y al feto e, inspirando confianza y aliento, evitan la incidencia de la depresión posparto. Luego ya, el neonato necesita recibir el calor del hogar, la regularización de su sostenimiento y notar y comprobar el continuo afecto y cariño del entorno familiar. Desde el primer momento empieza a recibir de la familia los impulsos psicológicos, pedagógicos y sociológicos que van a fundamentar su desarrollo y crecimiento.

 Constituir una familia y tener hijos es para una gran mayoría de personas el camino más cierto y decisivo para gozar de una vida feliz. Las familias, con hijos, son la fuente de continuidad de la sociedad. Al bajar los índices de natalidad, los países envejecen, sin el resorte del recambio generacional.; se quedan sin futuro, en el sentido social, económico y cultural. Los niños trasmiten dinamismo y vivo crecimiento. Los hogares unipersonales son mayoría, o los de dos y tres personas languidecen en sus tristes condiciones sociales, laborales y educativas, faltas del dinámico y vital estímulo que facilita la paternidad. 

 La familia es algo mucho más serio que ese frágil y hedonista conglomerado de formulismos al uso que se inventan e imponen esos agentes relativistas de la modernidad. La familia afirma los valores que, en la responsabilidad, posibilitan la vida fecunda y aportan la felicidad; una realidad positiva que jamás proporciona el individualismo reinante y menos aún el libertarismo absoluto, en que no existen ni se pueden dar vínculos consistentes ni el verdadero amor. En la familia, se produce una dependencia interna vital y estimulante; es una estructura de dependencias mutuas. El hombre no es invulnerable ni inmune; en muchas situaciones en que se presentan las adversidades dramáticas, la ruina y extrema pobreza, o los desastres naturales, la bondad y la caridad cristianas, la misericordia y la entrega hacen comprender, ante la fragilidad, la necesidad dependiente de la familia.

 Pero su amparo no se da sólo en momentos extraordinarios. Se extiende de modo especial a los miembros más frágiles: los niños, los enfermos y los abuelos. El respeto y el cuidado que se prodigue a los mayores en situación de dependencia es la medida de la entereza y vitalidad de la familia; probará, que los envites desnaturalizados de la vida moderna no han logrado resquebrajar los flancos de nuestra barca familiar que surca potente y firme entre esas olas enfurecidas; su timón va en manos responsables que dan lo mejor de sí mismas, entregadas y deseosas de aceptar sus obligaciones en bien para los demás y dispuestas a sobrellevar el peso de sus problemas de ancianidad. Por el contrario, la deshumanización de la sociedad tecnificada desprecia a sus ancianos, atareada en la consecución de su propia autonomía, el éxito profesional y la libertad personal. El servicio de la persona y el reconocimiento de su influencia en el bienestar corporal y espiritual, constituyen la comprobación de que la sociedad camina con pujanza arraigada en las claves de la ética; una sociedad que, de acuerdo con la sabiduría secular, favorece a la familia, institución, que, forja personas responsables, maduras, con virtudes humanas y cívicas.

 "En la biología de la generación, decía Juan Pablo II, está inscrita la genealogía de la persona". (Carta a las familias, 9). Al respecto de las relaciones entre generaciones, la contribución de los abuelos tiene gran relieve en la educación de sus nietos y transmisión de los valores; les ofrecen, con singular mimo, su experiencia de vida y de fe, y llegan a ser un ejemplo y guía importantísimos de evangelización, especialmente, si, por distintas razones, tal misión paterna, no se cumple.

 Los niños constituyen la novedad palpable, el florecimiento primaveral del porvenir; son portadores del rayo luminoso y de la promesa ilusionante de renovación del mundo desde la familia y a través de ella; son la certidumbre confiada de la familia y de la sociedad, signo seguro de esperanza para la nación y para la Iglesia. Lo hijos revelan la profunda fuerza de la familia fundada en el matrimonio, comunión de amor y de vida, en las "alegrías y esperanzas, en las tristezas y angustias" (Gaudium et spes, 1) que atañen a los hijos, don preciosísimo (cf. ib., 50) para la célula familiar y para el tejido social.

 Bien sabemos el dolor diario que sufre el niño en este globo de injusticia. Una cantidad de niños padecen el desgarro de las guerras, la miseria, las enfermedades, el trabajo infantil, la abominable explotación sexual, los secuestros; siempre los niños son las víctimas, siempre los niños sufren la miseria y el hambre, la desgracia y la masacre. El volumen demográfico baja, la fecundidad disminuye especialmente en las regiones de floreciente riqueza; la desgracia del divorcio se extiende en poblaciones de larga tradición cristiana; el aborto agravia profundamente el alma de las naciones y la conciencia de los hombres; las "uniones de hecho", juntas perentorias y de capricho cada vez más propaladas, conforman un grave escollo social. Todo ello, con su carga de nocividad, representa para nuestros hijos una rémora negativa que los deforma y descoloca de sus convicciones, a la vez, que merma su confianza y sus ansias de entrega a la responsabilidad matrimonial.

 Hay que estar muy pendientes de los hijos, no hacer dejación nunca del deber de su educación en la disciplina y en la corrección, ponerles límite a sus exigencias y caprichos, no todo se les puede y debe conceder; dinero y juventud forman una conjunción peligrosa. Se ha de fomentar el crecimiento en las virtudes humanas y morales, fortalecerlos en la privación y la renuncia y siempre en el gozo de vivir con mesura de lo que se tiene; cierto que habrá riesgos y obstáculos, y también errores que ayudan a rectificar y a mejorar, pero la superación los curte; la superprotección de toda adversidad produce personalidades inmaduras, psíquicamente débiles, con escasos resortes para remontar las dificultades que sobrevienen en la vida. Las aptitudes y propensiones consistentes para el trabajo, la organización, y el sentido de responsabilidad se adquieren fundamentalmente en la familia. En verdad, la auténtica personalidad, fuertes y llena de iniciativa, se forjan desde chiquitos, con la adquisición de hábitos en el seno familiar; la familia es la mejor escuela para formar ciudadanos para las funciones sociales y el mercado laboral competitivo. Ahí asumen la educación que acoraza de virtudes tan básicas como la generosidad, el espíritu de sacrificio, la paciencia, o la templanza. Si, al esfuerzo de los padres, se une el de los profesores con los mismos objetivos de instrucción y formación humana completa, se habrá logrado forjar unos adultos preparados y educados para el futuro, dispuestas a afrontar la responsabilidad personal y el espíritu de servicio a la sociedad

 Los hijos son unos miembros de privilegio en la familia, en la ecclesiola, la pequeña iglesia cristiana. Su función sustancial consiste en poner los fundamentos de la evangelización en la familia desde la infancia; tarea difícil y urgente en un ambiente en que las estructuras educativas, en gran parte carentes y faltas, se mueven en las premisas laicas. Hemos de hacer a los más jóvenes, por la gracia de su bautismo, amigos de Jesús, insertos en el Evangelio. Los padres, con el testimonio de su entrega recíproca y del don de sí a sus hijos, inculcan la grandeza y hermosura del amor conyugal y paternofilial, resplandeciente reflejo del Infinito Amor de la Santísima Trinidad. Así formados, los hijos encuentran en los padres, al final de la adolescencia, la indicación cierta para optar con madurez y seguir su vocación cristiana.

 

Camilo Valverde Mudarra


Catedrático de Lengua y Literatura Españolas,
Lcdo. en Ciencias Bíblicas y poeta

 

Este artculo tiene del autor.

1634

   © 2003- 2023 Mundo Cultural Hispano

 


Mundo Cultural Hispano es un medio plural, democrtico y abierto. No comparte, forzosamente, las opiniones vertidas en los artculos publicados y/o reproducidos en este portal y no se hace responsable de las mismas ni de sus consecuencias.


SPIP | esqueleto | | Mapa del sitio | Seguir la vida del sitio RSS 2.0