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La cortesía bien entendida empieza por uno mismo

Estudio de la descortesía en el ámbito de la psicoterapia cognitiva

Diana Gioia

ESPAÑA



"La cortesía bien entendida empieza por uno mismo. Estudio de la (des)cortesía en el ámbito de la psicoterapia cognitiva”. In: Briz et al. (eds.) (2008) Cortesía y conversación: de lo escrito a lo oral. Programa EDICE - Universitat de València. Departamento de Filología Española. pp. 343-354. ISBN: 978-91-974521-3-7.


A.Emma Sopeña Balordi,
Universitat de València, España.


“Somos lo que pensamos.
Todo lo que somos surge de nuestros pensamientos.
Con nuestros pensamientos, hacemos nuestro mundo.”
Buda

A David


1. Introducción


El lenguaje nos permite representarnos la realidad, proporcionarle significado y actuar conforme a esa representación. La utilización de una palabra u otra dentro de una construcción sintáctica no es mera casualidad. Cada palabra lleva en sí misma una carga de connotaciones de las que es imposible escapar. No es lo mismo decir testarudo que obstinado, tozudo, terco, o incluso cabezota. Vocablos sinonímicos con connotaciones que les confieren diferentes representaciones de ese rasgo de carácter. Obviamente, esas connotaciones pueden sufrir variaciones en virtud del contexto en que se produzcan. Estos matices pueden ser, en ocasiones, tan importantes que cambian completamente el significado de las mismas palabras. Dentro de una frase, no sólo la elección de una palabra u otra traiciona la intención de nuestro pensamiento, sino que la misma organización sintáctica aporta información sobre la intención del enunciador.
Inevitablemente, ordenamos nuestros pensamientos de acuerdo con la importancia que les otorgamos. Cuando (nos) relatamos un hecho destacamos siempre aquello que más nos impactó, y las elecciones, las priorizaciones están en estrecho contacto con nuestra manera particular de ver las cosas, con nuestra propia construcción mental de la realidad. Pensamos como hablamos y hablamos como pensamos. La mayoría de nuestros problemas tienen su origen en nuestro propio pensamiento, en cómo estructuramos la realidad, en cómo le damos forma. Si nuestra manera de estructurar nuestro pensamiento nos lleva a problemas, tanto con nosotros mismos como con nuestro espacio interactivo, no hay mejor manera de mejorar esas malas estructuras que a través del propio lenguaje.
Por desgracia, cotidianamente utilizamos formas de expresión que poco a poco van destruyendo no sólo nuestra convivencia con los demás sino con nosotros mismos.

Moralizamos: “tu obligación es…”
Juzgamos: “estás actuando como un…”
Imponemos: “tienes que ..”
Insistimos: “te recuerdo que…”
Diagnosticamos: “lo que tienes que hacer es… porque si no … “
Amenazamos: “como no hagas esto…”


2. Manipulación del lenguaje e interpretación de la realidad


El tema de la manipulación a través del lenguaje es abordado por múltiples tendencias psicológicas y sociológicas. La psicoterapia intenta ayudar a los manipulados, a los acosados por el entorno. Pero, ¿qué ocurre cuando el manipulador coincide con el manipulado?
El lenguaje es el mayor don que posee el hombre, pero el más arriesgado por su ambivalencia: tierno o cruel, difusor de la verdad o propagador de la mentira, ofrece posibilidades para descubrir la verdad, pero facilita recursos para tergiversar las cosas y sembrar la confusión.
Si queremos ser libres interiormente, debemos tener gran cuidado con este lenguaje (auto)manipulador: cuando se puede elegir entre diversas posibilidades, tantas como el lenguaje nos ofrece, ¿por qué no optar por desarrollar las que más favorecen nuestro crecimiento como seres humanos libres?
Del uso inadecuado del lenguaje se deriva necesariamente una interpretación errónea de los esquemas que vertebran nuestra vida mental. Cuando pensamos, hablamos y escribimos, estamos siendo guiados por ciertos pares de términos: libertad-norma, necesario-facultativo… Si tomamos estos esquemas como dilemas, de forma que nos obligamos a escoger entre uno u otro de los términos que los constituyen, nos moveremos de un extremo dicotómico a otro.
El lenguaje tiene el poder tanto de reflejar como de moldear las expresiones mentales. El concepto aristotélico de que las palabras simbolizan nuestra experiencia mental, es retomado por una vertiente de la psicología que empezó a gestarse en 1975, y que posteriormente se denominará PNL (Programación Neuro Lingüística). Richard Bandler (informático y terapeuta gestáltico) y John Grinder (lingüista) se propusieron estudiar la eficacia de los psicoterapeutas más famosos del mundo es ese momento, considerados como “prototipos” del comportamiento de excelencia (Fritz Perls, terapeuta gestáltico, Milton Hyland Erickson, terapeuta hipnótico, y Virginia Satir, terapeuta familiar). Bandler y Grinder decidieron analizar los comportamientos observables de dichos terapeutas, lo cual constituyó el punto de partida de la creación de modelos de comportamiento (modelling). Los estudios arrojaron luz acerca de la organización de la experiencia interna, y de cómo se hace visible para los demás. Dicho enfoque estuvo influido por la lingüística, la psicología cognitiva, la neurología y la cibernética. La PNL se aleja con ello de toda una serie de teorías explicativas del comportamiento humano aportando puntos de vista diferentes e innovadores sobre la comunicación humana, y relacionándose con enfoques como la Pragmática de la Comunicación de la Escuela de Palo Alto (cf.Paul Watzlawick).
Toda una serie de cuestiones surgen entonces en torno a este análisis del comportamiento del ser humano: la representación que cada individuo tiene de la realidad, es, en efecto, una representación y no la realidad misma. Tal es la aportación de la Semántica General de Korzybski (1921, 1948). Las diferencias se basan en limitaciones neurológicas, sociogenéticas y personales. Nadie sabe cómo es el mundo real porque nadie tiene la capacidad de conocerlo tal como es, por lo tanto, no existe un punto de vista definitivo ni un criterio de evaluación absoluto. Visto de esta manera, carece de sentido considerar el mundo como algo concreto y estable, como si fuese independiente de nosotros. No hay una sola realidad, hay tantas realidades como seres humanos. La realidad es, por lo tanto, una variable individual. Las limitaciones de carácter personal se relacionan con las influencias del ambiente familiar, profesional, etc. El modelo personal se compone de percepciones y procesos de pensamiento, sistemas de creencias, etc.
El universo físico nos lo representamos a través de nuestros sentidos (vista, oído, tacto, gusto, olfato), siendo el resultado de estructuras propias de nuestro cerebro y del sistema nervioso determinadas genéticamente. Las categorías de pensamiento y de percepción que modelan nuestra percepción del mundo por pertenecer a una comunidad cultural nos interesan particularmente en tanto que se refieren en una gran medida a la lengua. Cada estructura lingüística ordena de una determinada manera nuestra percepción del mundo, es decir que la lectura que hacemos del mundo está condicionada por nuestra estructura lingüística.
Así pues el mapa que cada individuo se forja del mundo y de sí mismo es el que condicionará sus conductas de todo tipo, incluidas (y sobre todo) las lingüísticas. Korzybski (1933) fue quien estableció esta distinción entre mapa y territorio, según la cual nuestros modelos mentales de la realidad determinan el modelo de actuación.
Para imprimir los mapas con los que el individuo se orienta en el mundo, se dispone de tres facultades con las que se crean los modelos: la generalización, la selección y la distorsión.
Según Grindler & Bandler (1975), la generalización es el proceso por el cual los elementos o las partes del modelo del mundo de una persona, son separados de la experiencia original para representar la categoría entera en la que la experiencia en cuestión no es más que un ejemplo. Desde un punto de vista lingüístico retórico podríamos establecer la semejanza con la figura de la sinécdoque. Por una parte, gracias a esta capacidad se realiza el aprendizaje, puesto que el generalizar nos permite utilizar la experiencia pasada en la situación presente. Sin embargo, esta capacidad tan útil tiene su contrapartida, puesto que si se generaliza un comportamiento inadecuado, no sólo no se resuelve la situación presente sino que se entorpece cualquier salida a una situación futura. La facultad de selección nos inclina a prestar atención tan sólo a ciertos aspectos de la experiencia en detrimento de otros. El aspecto positivo de esta capacidad es la facilidad de concentración y la selección de información útil, que igualmente permiten el aprendizaje. El aspecto negativo es que supone una limitación si de dejan al margen aspectos de la experiencia que pueden suponer una adquisición de información necesaria. El individuo tiene una tendencia natural a retener aquello que confirma la visión de las cosas que previamente se tiene, descartando la que va en contra de ésta. Finalmente, la distorsión permite la introducción de cambios en la experiencia sensorial, por ejemplo, el alejamiento de la situación presente con el fin de adentrarse mentalmente en otra situación. Al igual que ocurre con las facultades anteriores, la distorsión puede conducir a un alejamiento de la situación real, con el consiguiente peligro que ello supone para la adecuada interpretación de los datos. Desde el punto de vista del análisis lingüístico, las tres facultades citadas van a aportarnos información acerca de los mapas lingüísticos del individuo que determinarán su interpretación del mundo. La generalización puede apoyarse en algunos elementos lingüísticos tales como modificadores temporales (siempre, nunca…). La selección puede retener únicamente de un discurso aquellos elementos ya conocidos, desechando los que supongan un esfuerzo de procesamiento. Aislar ciertos elementos de un discurso, sobre todo si éste está bien cohesionado, es decir descontextualizarlos, puede tener como consecuencia la alteración de su significado. Finalmente, la distorsión puede conducir a la malinterpretación de la fuerza ilocutiva de un enunciado, procesar un consejo como una crítica, por ejemplo. Si utilizamos estas facultades para entorpecer nuestra visión del entorno y de nuestras relaciones, en vez de potenciar nuestro conocimiento y facilitarnos la existencia, evidentemente no hacemos un uso adecuado de ellas. Se hace indispensable en ocasiones un cambio cognitivo.


3. Procesos de cambio en las estructuras cognitivas


El concepto que aglutina las escuelas cognitivas es el de estructura de significado. Apartándose de la corriente conductista, según la cual los determinantes de la conducta eran fundamentalmente ambientales, y estaban representados por las contingencias de reforzamiento (Skinner, 1974), es decir que la cognición era considerada como un repertorio conductual sujeto a las contingencias del ambiente, las corrientes cognitivas consideraron al individuo como copartícipe de su conducta, siendo capaz de abstraer reglas de relación de contingencias más allá de las relaciones inmediatas reales: los factores personales internos y la conducta se determinan recíprocamente. Y dentro de los factores personales, el rol de las representaciones cognitivas de las contingencias es un elemento clave. El cognitivismo apostará por una relación de interdependencia entre la cognición, los afectos y las conductas. La conducta de cada persona (cognición, afecto y comportamiento) tiene un significado y está mantenida por éste. La percepción y la estructura de las experiencias de cada individuo determinan sus sentimientos y conductas (Beck, 1967, 1976). Esas estructuras organizadas de la experiencia conforman lo que el cognitivismo denomina esquemas o supuestos personales, creencias básicas que predisponen al individuo a una vulnerabilidad psicopatológica, y que construyen una especie de reglas que guían su conducta. El cognitivismo en psicoterapia tiene como objetivo primordial detectar y modificar esas reglas para así hacer menos vulnerable al individuo a padecer trastornos emocionales. Los supuestos personales son aprendidos, y pueden derivarse de experiencias pasadas o de reglas impuestas por la educación (Beck, 1976). Cada persona tiene por lo tanto una experiencia diferente del mundo porque cada persona percibe el entorno de modo distinto. En la actualidad, se mantiene abierto un debate sobre las estructuras de significado: por un lado los planteamientos cognitivos racionalistas y por el otro los planteamientos constructivistas (Mahoney, 1988). Las diferencias fundamentales entre ambos enfoques se hallan en las evidencias reales de las interpretaciones personales. Los racionalistas las consideran posibles, mientras que los constructivistas las consideran imposibles. También hay divergencias respecto a las cogniciones, puesto que en el enfoque racionalista constituye un rol central y en el constructivista son periféricas.
Para Lundh (1988) las estructuras de significado suponen tres dimensiones. En primer lugar, la dimensión de extensión, empleada por el individuo para representarse su experiencia y organizarla a través de sus experiencias, desarrollando patrones de percepción y conducta respecto a su relación con el mundo; esta dimensión puede sufrir disfunciones por una inadecuada discriminación perceptual y de afrontamiento de los eventos, y por una inapropiada categorización de los acontecimientos (cf. recibir una broma como una amenaza). En segundo lugar, la dimensión de intención, las creencias o reglas sobre cómo están relacionados los hechos; en esta dimensión, las disfunciones pueden producirse por premisas o creencias erróneas, inflexibles o extremas. Beck (1976) ofrece el siguiente ejemplo:

Premisa mayor: “Sin amor no valgo nada” (Asunción básica)
Premisa menor: “Raymond no me quiere” (Evento valorado)
Conclusión: “Yo no valgo nada” (Conclusión depresógena)

Finalmente, la dimensión de valor, el significado afectivo, la dirección y fuerza de la conducta, las preferencias, las necesidades y los deseos del individuo. Beck (1976) defiende que la naturaleza de la respuesta emocional de la persona depende de la inversión de valor de los acontecimientos, de su conexión con su significado personal; por ejemplo las respuestas afectivas depresivas se relacionan con valoraciones de pérdida, las respuestas afectivas ansiosas con valoraciones de amenaza, y las respuestas afectivas de ira con valoraciones de injusticia.

4. Las estructuras cognitivas y la autocortesía


Si estudiamos, por ejemplo, el Principio de Cortesía de Leech (1983), y tomamos solamente lo concerniente a la protección del prójimo en un intercambio (con el fin de crearle una situación segura y placentera), comprobaremos que unas estructuras de significado “viciadas” echarán a perder cualquier posibilidad de conseguir el mismo propósito para nosotros mismos.
La delicadeza o tacto con uno mismo, la generosidad, la aceptación o aprobación, el acuerdo y la simpatía no son, en muchas ocasiones, actitudes a las que el individuo aquejado de unas estructuras de significado disfuncionales está predispuesto.
El Principio de Cortesía de Leech, cuya forma negativa se orienta a minimizar la expresión de los comportamientos descorteses, y cuya forma positiva aspira a maximizar los corteses, queda en esos casos trastocado.
Por otra parte, Lakoff (1973) expone en sus Máximas la necesidad de no importunar, de ofrecer alternativas y de ser amable y amigable con el prójimo, proceder que está lejos de ser aplicado hacia uno mismo por aquellos seres con patrones de percepción de la realidad distorsionados. La cortesía negativa de Lakoff debe minimizar la descortesía en la expresión con el fin de suavizar al máximo los ACI - actos contra la imagen -, en nuestro caso los “autoasaltos” contra la propia imagen. Además, la cortesía positiva debe maximizar las expresiones amigables con el fin de producir el mayor número posible de anti-ACI, los cumplidos, por ejemplo. Las estrategias intentan mitigar imposiciones y ofrecer opciones. No importunar, se convierte, siguiendo la autocortesía, en no importunarse, evitando traer a la memoria recuerdos, por ejemplo, que en nada van a contribuir a mejorar la situación presente. Ofrecer alternativas significa dejar(nos) opciones abiertas. Finalmente, comportarse amigablemente es procurar que reine la distensión, en este caso también con nosotros mismos, hablarnos afablemente, sin dureza y sin recriminaciones ásperas.
Brown & Levinson (1987), remontándose a los trabajos de Goffman (1967), introdujeron el concepto de face como categoría pragmalingüística, permitiendo analizar las actitudes respecto al deseo de que la propia persona, como miembro de la sociedad, sea respetada, y esa actitud está indisolublemente ligada a la cortesía. De la necesidad de salvaguardar la imagen pública, tan vulnerable, se derivan todas las estrategias de cortesía. Pero, ¿cómo la salvaguardamos nosotros mismos, no sólo hacia el exterior sino hacia el interior? Curiosamente, esa necesidad de salvaguardar la imagen pública de la que nos hablan Brown & Levinson, ese prestigio personal que se desea conservar con ahínco, y que nos cuesta tanto esfuerzo, lo vulneramos nosotros mismos en una centrípeta avalancha de infracciones a las normas que, en cambio, aprendemos a no realizar para proteger la imagen del prójimo. En la imagen negativa, nuestro territorio temporal, por ejemplo, es constantemente boicoteado por el desprecio que, a veces, mostramos a los demás por nuestro propio tiempo. Lo mismo ocurre con el espacio cuando lo cedemos sin un motivo justificado. En lo que se refiere a la imagen positiva, las imágenes valorizantes de nuestra propia persona, que deberíamos poner(nos) de manifiesto, son continuamente olvidadas, relegadas y sustituidas por imágenes autodescalificadoras. “Perdemos la cara” demasiado a menudo, y no en aras de un ensalzamiento de la de los demás, sino sencillamente por una inadecuada asimilación de los principios básicos de la autoestima. Si no somos capaces de demostrar que nos valoramos a nosotros mismos, difícilmente sabremos valorar al prójimo. Es cierto que salvaguardar la propia imagen es, en ocasiones, complejo, sobre todo en determinadas interacciones humanas, por el mismo contenido proposicional de los ACI, pero no consideramos - como lo hacen Brown & Levinson (1987) - que todos los actos comunicativos son un conflicto de intereses que pueden poner en peligro nuestra imagen pública. Sin embargo, muchos individuos no se esfuerzan en suavizar el potencial amenazador inherente a muchos actos de habla mediante la autocortesía. Actos amenazadores de la propia imagen negativa - ofrecimientos exagerados, promesas que comprometen nuestro territorio espacio-temporal, etc.- o de la propia imagen positiva - excusas inmoderadas, autocríticas desorbitadas y autodegradantes - son realizados sin el menor cuidado, buscando, tal vez inconscientemente, infligirse un castigo públicamente, y poniendo en un aprieto en muchas ocasiones al interlocutor, que no sabe cómo suavizar esos ACI extemporáneos. El deseo de preservar la imagen personal, el face want, brilla por su ausencia, y el esfuerzo por conseguirlo, el face work, por medio de estrategias adecuadas que ofrece la cortesía, no tiene por lo tanto ya sentido alguno. ¿Cómo imaginar que esas personas estén en medida de realizar acciones compensatorias, suavizando las naturales amenazas que surgen en el normal desarrollo de las interacciones cotidianas, si no son capaces ni siquiera de evitarlas, es más, si las potencian incluso sin justificación alguna? Ni la distancia social, ni el poder relativo entre los interlocutores, ni el grado de imposición absoluta que el ACI implica, determinado por factores socioculturales, validan el riesgo que suponen esas amenazas, esos embates autodestructores. No hay modulaciones que valgan en esos casos: el individuo arremete contra sí mismo sin ambages, y no empleará ni la cortesía positiva ni la negativa para evitarse el desprestigio frente a sí mismo y los demás.


5. Exponentes de autoembates verbales


Gran parte de las tendencias psicoterapéuticas más aplicadas en las últimas décadas se basan en el concepto de que las emociones y las conductas proceden de los procesos cognitivos; por ello se puede conseguir que las personas sientan y se comporten de manera diferente si se modifican dichos conceptos. La teoría precursora de esta concepción fue establecida por Albert Ellis, la conocida como TREC (Terapia Racional Emotiva Conductual) en los años cincuenta. La premisa básica de esta corriente es que las emociones y las conductas de los seres humanos son el resultado de lo que éstos piensan, asumen o creen sobre ellos mismos, sobre los demás y sobre el mundo en general. La teoría freudiana defendía que las emociones determinan los pensamientos; el cognitivismo puso en tela de juicio este fundamento psicológico, argumentando que los pensamientos no son sólo el reflejo de las emociones o del comportamiento. La psicología demostraba así que las emociones son causadas por los pensamientos y no al revés. De esta manera, el pensamiento de un peligro provocará angustia, miedo, etc., el de pérdida producirá tristeza, soledad, desamparo, etc., la constatación de una agresión desencadenará enfado, rabia, etc. En realidad lo que las personas se dicen a sí mismas sobre las situaciones en las que se ven envueltas - y no las situaciones en sí mismas - es lo que determinará sus sentimientos y sus comportamientos. Estamos por lo tanto ante creencias limitadoras procedentes de pensamientos automáticos en forma de reglas subyacentes acerca de lo que debería ser el mundo. La TREC y las corrientes sucesivas demostraron que se pueden elegir las propias creencias, las conductas, los modos de vida e incluso las emociones con un trabajo de cambio fundamental en el sistema de creencias. La decisión de cambio implica la discriminación de los pensamientos irracionales distorsionadores de la realidad (cf. las autoevaluaciones ilógicas, los catastrofismos, las exigencias desmesuradas, los pensamientos polarizados y absolutistas, la abstracción selectiva, el pensamiento autorreferencial, las conclusiones arbitrarias, las predicciones futuristas, etc.).
El estudio de abundante literatura de autoayuda y nuestra propia experiencia con el entorno inmediato, nos ha proporcionado material lingüístico para constituir un corpus de autoembates verbales del que ofrecemos a continuación algunos ejemplos.

Al igual que el individuo perverso, el autoagresor verbal utiliza en ocasiones las comparaciones con terceras personas, presentes o ausentes, para autorrebajarse:

(1)
¡Qué bien lo hace todo X …! no como yo, que siempre me equivoco, y nunca acierto ni a decir ni a hacer lo que debo.

Es evidente que pensamientos de este tipo - que, seguramente, no plasmaríamos en actos de habla hacia nadie - suponen una merma de la autoimagen positiva. Son reveladores de la instalación de filtros mentales, que retienen sólo lo erróneo de la propia existencia ignorando cualquier elemento positivo. Por otra parte, la presencia de modificadores temporales - tales como “siempre”, “nunca” - reforzará la intensidad de la autocrítica.

Los comentarios cortantes, que los perversos utilizan contra su víctima, son igualmente utilizados para un mejor autoataque, comentarios capaces de dejar al individuo sin posibilidad de respuesta:

(2)
No hay nada que pensar de esto, olvídalo ya, se acabó - se dice el autoagresor -, las cosas están así y no se pueden cambiar…

Ejemplo prototípico, este último, de catastrofismo inmovilista, rematado por pensamientos como el siguiente, exponentes de predicciones que convierten las creencias irracionales sobre el futuro en certezas absolutas:

(3)
… además, siempre me ha pasado lo mismo, y por más que lo intente, seguirá pasándome igual.

Las palabras de las personas sometidas al tormento de un acosador narcisista sufren la distorsión de significados que esta clase de individuo realiza con el enunciado de su víctima; pues bien, el autoagresor utiliza idéntico mecanismo para distorsionar el discurso ajeno con el fin de volverlo contra sí mismo:

(4)
En el fondo, lo que X ha querido decir está claro, aunque lo quiera disimular, no pretende otra cosa que ir contra mí.

Otra particularidad de la autoagresión es la consideración de una circunstancia particular como global, o bien un evento aislado como una pauta sin final: la sobregeneralización. El uso de pronombres indefinidos - tales como “todo” o “nadie” -confeccionan mensajes derrotistas, que dejan al individuo debilitado para hacer frente a otra visión de sí mimo en su entorno:

(5)
Todo este problema que me ha surgido es horrible, nadie me va a querer ayudar por lo poco que me aprecian.

La pauta de lectura de pensamiento - realización de “adivinaciones” sobre los pensamientos de las personas del entorno - es uno de las peores armas de hetero y autoataque:

(6)
Actúa así conmigo porque no le soy agradable; no le caigo bien, está intentando evitarme.

Dentro del particular comportamiento desconsiderado con uno mismo se encuentra la modalidad del razonamiento emocional; esta forma de considerar los hechos conduce a la equiparación entre la forma personal de pensar y de actuar con la propia esencia o la esencia de otro ser:

(7)
No me ha tratado bien = no me aprecia / es incapaz de apreciar a nadie

La predicción convierte las creencias sobre el futuro en certezas:

(8)
Siempre me ocurrirá lo mismo

Finalmente, la personificación consiste en asumir que todo está directamente relacionado con la propia persona; lo peligroso de esta tendencia cognitiva es que conduce a autoacusaciones indiscriminadas:

(9)
Todo ha sido culpa mía, si no hubiera sido por mí no habría pasado este desastre.

6. Conclusiones

Como hemos visto, cada persona posee unas reglas subyacentes que determinan sus comportamientos; dichas reglas desencadenan pensamientos en estrecha relación con los pensamientos inconscientemente arraigados, de manera que ante el estímulo reacciona aplicando las reglas insertas en dichos mecanismos inconscientes por medio de inferencias. El procesamiento de las inferencias puede producir distorsiones de la realidad si los pensamientos instantáneos son irracionales e instalar filtros mentales. Las inferencias son posteriormente evaluadas en términos de lo que significan para la propia existencia; si las evaluaciones son irracionales se llega a actitudes catastrofistas, intransigentes y (auto)demandas excesivas y absolutistas, autoetiquetaje o autoevaluación global.
Las consecuencias emocionales y conductuales son las respuestas que se dan a los acontecimientos: el debate de creencias irracionales supone el cuestionamiento acerca de las evidencias de dichas creencias, entre las que se encuentran la (auto)devaluación, el tremendismo y la baja tolerancia a la frustración.
Al hablar más arriba de la autocortesía dejábamos claro que las estructuras de significado enrarecidas trastocan la protección personal que supone el Principio de Cortesía de Leech (1983). ¿Qué delicadeza con la propia persona se puede esperar si se impide a sí misma la posibilidad de buscar justificaciones a los comportamientos ajenos, con el fin de ver tan sólo la hipotética vertiente agresiva de su comportamiento? ¿Cómo se puede sentir una persona bien consigo misma si se compara constantemente con los demás con el filtro de la hipotética perfección? ¿Qué esperanza le cabe a un ser que considera que el mal momento presente no tendrá fin? Cuando un individuo distorsiona los enunciados ajenos volviéndolos contra sí mismo, cuando generaliza - utilizando la abundancia de mecanismos que le ofrece la lengua - una situación puntual convirtiéndola en global, y se cree con la facultad de “leer” los pensamientos de los demás (pero sólo los desagradables), y hace “futurismo” identificando creencias con certezas, cuando confunde un comportamiento puntual con la propia esencia de la persona, y personifica cualquier hecho en el que se vea envuelto, es muy difícil realmente practicar la delicadeza, la generosidad, la aceptación y la simpatía con uno mismo. Es paradójico que personas capaces de minimizar la expresión de pensamientos descorteses con el prójimo sean incapaces de obrar de la misma manera consigo mismas. Lakoff hablaba de no importunar y de ofrecer alternativas siendo amable y amigable con todos, pero ¿qué hay del recorte de alternativas para uno mismo? ¿Cómo analizamos los autoACI, los autoasaltos contra la propia imagen?
Las estrategias de mitigación de autoimposiciones y de ofrecimiento de alternativas a uno mismo significan dejarnos opciones abiertas, otras lecturas de los acontecimientos que no sean, como hemos visto, las de la autocensura. Brown & Levinson (1987) creían en la necesidad de salvaguardar la imagen, puesto que sabían lo vulnerable que es; pues bien, nadie nos conoce mejor que nosotros mismos, por lo cual sabremos perfectamente cómo actuar para perjudicarnos si nos empeñamos en ello. Tenemos el convencimiento de que difícilmente se podrá llevar a cabo de manera continuada una relación cortésmente satisfactoria con el prójimo si no procedemos a una revisión de los comportamientos con nosotros, puesto que la cortesía bien entendida empieza por uno mismo.


Referencias


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(1975 [1962]) Razón y emoción en psicoterapia. Bilbao: D.D.B. Bilbao.
(1998) Una terapia breve más profunda y duradera. Enfoque teórico de la TREC.
Barcelona: Paidós.
GOFFMAN,E. (1967) Interactional ritual: Essays on face-to-face behaviour. New York: Doubleday.
GRINDLER, J.& R.BANDLER (1975)The structure of magic. Vol. 1. Palo Alto, CA: Science and Behavior Books.
KORZYBSKI,A.(1921) Manhood of Humanity: The Science and Art of Human Engineering. N.Y.: E. P. Dutton.
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LEECH, G. N. (1983): Principles of Pragmatics. London: Longman.
LUNDH, L.G.(1988) “Cognitive therapy and the analysis of meaning structures”. In: Perris. Blackburn. I. M and Perris. C: Cognitive Psychotherapy. Berlin: Springer-Verlag.
MAHONEY, M.J. (1988) “Psychotherapy and human change processes”. In M. J. Mahoney, A. Freeman (Eds.): Cognition and psychoterapy (pp.3-48). New Cork: Plenum
SKINNER, B.F. (1974) About behaviorism. New York: Knopf.


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