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LOS SINDICATOS

Camilo Valverde Mudarra

España



Los sindicatos españoles no viven de mejorar la vida de los españoles, ni de los trabajadores, ni siquiera de sus afiliados.

Ayer, los delegados sindicales, exigiendo trabajo y soluciones, reventaron el pleno de la Asamblea de Madrid y lanzaron piedras, tuercas, tornillos, latas de bebida y potentes petardos contra las vallas del Parlamento Regional, no contra ZP. Es vergonzoso que anden de la mano del Gobierno, calladitos y amigables y sólo protesten y alcen sus iras contra la patronal y la Comunidad de Madrid; mientras disfrutan del status de liberados y cobran sabrosas subvenciones y otras prebendas sindicales, se pliegan al poder de ZP sin prejuicios y defienden sus políticas inoperantes que no paran de destruir empleo, ya van por los cuatro millones y medio de parados y caminan hacia los seis.

De manera paradójica, se asemejan a los sindicatos verticales de Franco, no ofrecen medidas contra la crisis, no representan a los trabajadores, no se interesan por los inmigrantes, no dan soluciones, son una rémora y causa de tanto paro con su compadreo y cariñito a su ZP. Su supervivencia política y las rentas de ahí derivadas se sustentan en mantener vivo, junto al PSOE, el mito de que existe el obrero, una clase trabajadora necesitada de sus auspicios y "representación". Sin estas reminiscencias del adoctrinamiento, tan nocivo para los asalariados, su inútil presencia parasitaria se habría volatizado y dejado de engañar a los trabajadores a quienes juran proteger. En esta crisis, estos retrógrados se han convertido especialmente en el mayor obstáculo para la creación de empleo.

Hace ya tiempo que las mejores páginas de los tratados económicos han asentado la evidencia de que no hay lucha de clases; se trata sólo de un invento comunista, no se produce realmente ningún desajuste de intereses entre el trabajador y el empresario; el alto nivel de vida de las clases medias se ha producido en las coordenadas de un entramado de libre mercado, que favorece la ganancia y la acumulación de capital; mayores beneficios para la empresa suponen más inversión, más riqueza y, en definitiva, bajada de precios y subida de salarios. Los sindicatos han perdido su ser y esencia en las últimas décadas. Son ya símbolos caídos, resultado de la manipulación de unas contingencias superadas, pretéritas y en desuso. Hoy, en el s. XXI, son una antigualla, un mito que se esfumará para siempre; pasearse por Madrid sin trabajar y matar la economía, esto es, destruir la prosperidad que favorece el sistema de libre mercado y de división del trabajo está llamado a desaparecer.

Así, el economista George Reisman, dice que “los sindicatos son básicamente organizaciones parasitarias que medran únicamente saqueando y en última instancia destruyendo las empresas que controlan. Su objetivo básico es forzar que se paguen mayores salarios por trabajos cada vez más reducidos y menos productivos”. En realidad, “es la antieconomía: producir cada vez menos y consumir más. Extraña ecuación que sólo encaja, porque la diferencia entre una producción menguante y un consumo creciente se salda socavando la riqueza acumulada en un país hasta que se agota; aquello de comerse incluso las patas de la gallina de los huevos de oro”, asegura J. Ramón Rallo. Por eso, sus píldoras para salir de la crisis, sólo conducen aún más al abismo: huir del capitalismo, no abaratar el despido, aumentar los salarios, subir los impuestos, incrementar el gasto; precisamente, porque se está incrementando la deuda pública, los bancos han dejado de prestar dinero a las empresas; es obvio que el marco empresarial español no resistirá sin las reformas que aminoren sus costes; eso de que la solución será “social o no será”, evoca la rancia idea de "comunismo o muerte" y ¡claro!, fue muerte; esas caducas prescripciones sólo conducen a la muerte, a la descapitalización de la empresa que los soporta y sin empresa no hay trabajadores ni derechos que valgan.

Los sindicatos españoles no viven de mejorar la vida de los españoles, ni de los trabajadores, ni siquiera de sus afiliados. Explotan su poder y su sindicalismo, enarbolan el miedo y la extorsión contra las compañías que no se plieguen a su dictado; lo que llaman "paz social" y "diálogo social" es sólo un eufemismo que encubre la amenaza de entablar la "guerra social". Cobran en influencia y en subvenciones o no hay tranquilidad y civismo; se les acoquina o pisotean en la calle los derechos de la gente. Un Estado de Derecho no puede ni debe sufrir este atropello.

C. Mudarra

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