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CARNE DE CAYUCO

Premio "Raimundo Escribano" 2008 (publicado en la revista ÁBREGO de mayo 2009)

Juan José Ruiz Moñino

España




Hay que dejar a un lado la leyenda de nácar,
el mito y la sirena, el coral y la espuma.
Hay que dejar a un lado esa lírica fácil
y escribir esta otra de la carne y el alma,
del agua y de la sal, sangrando realidades
en la extraña cubierta que llamamos presente.
Está el timón del tiempo que va marcando el rumbo
y el pulso de la vida pilotando el destino.
No importa su calado ni su aspecto siquiera
ni el ritmo de su marcha ni los nudos que hace
ni importa la criatura en radio de inquietudes,
los hombres que navegan interrogando estrellas,
los que forjan historia en el banco del mar,
los que saben de luchas, de jornadas en vilo,
de raras singladuras y estadías de seda...

Los barcos que transportan oro negro o naranja,
mineral de plata de ojos fríos,
son gigantes sin brazos que precisan de ellos
porque si no, es inútil su potencia sin manos,
su prisa indiferente en zarpa de ambiciones.
Vuestra leyenda es la estela de un velero,
la mujer que espera, el puente de coral,
la campana del pueblo, la ausencia.
¿Por qué no hablar también de esa brújula amarga
que va marcando el norte de humanas apetencias
en un extraño índice sobre la piel del mar?
¿Por qué no hablar del hombre a solas con su esfuerzo,
a solas con su sombra, a solas con la fiebre?
¿Por qué no hablar de cansancio, de sueño,
de palabras no dichas, de rosas no cortadas
o de niños que esperan para llamaros padre?

Cayuco, patera, polizón, desheredado," sinpapeles"...
palabras en la red del tiempo y de la hondura,
palabras, voces, ecos... Detrás están los hombres
y tras ellos, el mar.

Solos. Sin pan. Sin letras.
Bohemios de los puertos clandestinos y sombrios
sin más patria que cuatro bártulos a la espalda,
látigos de penuria que se muerde a sí misma.
Viajeros sin fronteras, del viento,
pasajeros del día
en este corto tren del vivir,
sin llevar otras armas
que las manos, los brazos desnudos,
vestidos de sudor,
empapados de sal,
el músculo obediente
y la terca costumbre
de estar siempre en silencio.

¿En busca de qué tierra prometida
parte la servidumbre silenciosa?
¿Dónde la voz, el brío, la dura sangre
de esta raza maldita?
¿En busca de qué río para orillar la angustia?
¡Qué trágico destino, qué hachazo a la cintura
mítica de los pueblos!
Aquí se desemboca
en la ceniza
que un vaso funerario esparcirá sobre el mar,
para que arroje al litoral tartesio
la borrada silueta de sus hombres.

¿Quién deja las orillas despobladas
por voluntad del mar que sabe a muerte?

¿Quién se destierra dentro de su patria
sin que le mueva amor de travesía?

Hay que volver a la caliente cuna
para poner en pie a tanta mujer tendida,
tanta sombra yacente,
la fuerza sedentaria, la rabia madre reclinada.
No mires hacia las deformes figuras de sal
que el agua planta y cambia
en las calles de olas, no llores por el tronco de la vida
que te dejas a su pleno placer saboreando el caos.
Huye. Cercena tus raíces flotantes,
los tentáculos negros que la tierra te ha puesto,
niega
en el centro geométrico
de un idioma pequeño
y pon un crisantemo a la palabra impuesta
que se agosta y se muere,
que se maquilla con ínfulas de Europa
y artificia su cárcel
para vosotros,
pájaros de la arcilla lejana,
lengua libre del mar,
voz desatada en la mordaza rigurosa del tiempo.

En vano intentarán un gesto de esperanza.

Este artculo tiene del autor.

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