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PALERMO, LA CIUDAD DE LOS SENTIDOS

Valentín Justel Tejedor

ESPAÑA



 

 PALERMO, LA CIUDAD DE LOS SENTIDOS

 

La fragancia salobre penetraba con intensidad, alabeando y serpenteando, por los intrincados recovecos de aquellas laberínticas y estrechas calles, cercanas al viejo puerto Palermitano.

La brisa aventaba cariciosamente las albares sábanas, que colgaban de los improvisados tenderetes, dispuestos sobre las nigérrimas y enrejadas balconadas. En su azaroso y ondeante vaivén, estos níveos y agáricos lienzos, describían un ondulado desplazamiento, que evocaba indefectiblemente, el cíclico y acompasado movimiento de las olas del mar. El frescor odoroso y perfumado, que desprendían aquellas inmaculadas colgaderas, recorría con verticidad, las inextricables callejuelas, pugnando en ocasiones, con los intensos aromas gastronómicos de guisos, sofritos y horneados, provenientes de las casas de vecindad, y de los restaurantes próximos a la zona portuaria.

Algunas vetustas fachadas, aquellas de aspecto más humilde y menesteroso, mostraban sus acanaladas grietas, desportilladuras, desconchaduras, y lientas humedades, con escaso rubor. También exhibían sin reparos, sus anacrónicas tuberías y atascados respiraderos; sus incompletas arquerías, y desbaratados modillones. En buena parte de las mirandas, abundaba el verdino testeraje, y especialmente vivarachas eran las flores de gardenias y geranios, que proporcionaban al uniforme entorno ceniciento, una mágica y estridente luminosidad mediterránea. Algunas plantas se encontraban, al menos su recipiente o macetero, introducido en el interior de orbiculares damajuanas, elevándose la fronda verticalmente, sobre la mimbreada y abombada cubierta. En los careados de muchas casas palaciegas, destacaban elegantes ventanas venecianas, con su cornisamiento superior triangular, y sus lignarias contraventanas de lamas paralelas.

La belleza parecía estar presente en cada esquina, en cada cornijal, en cada recuesto, de aquellas enmarañadas callejuelas, manifestándose ésta en forma de austeros, vetustos y cotidianos elementos, que enjoyecían con sencilla, pero a la par, apasionada beldad, aquel ensoñador y onírico entorno urbano retrospectivo.

Así, las sencillas tonalidades monocromas, gríseas y cenicientas, que paradójicamente, engalanaban las modestas fachadas y los centenarios adoquines, se entremezclaban con los intensos colores de frutas y verduras, que se vendían a las puertas de las tiendecillas de ultramarinos, y en los emblemáticos mercados, diseminados por los barrios más antiguos de la ciudad.

Así, refulgentes cinabrios, verdeceledones, áureos, púrpuras y apagados cobrizos y agrisados, se combinaban con gran maestría y perfección, ofreciendo al visitante una miscelánea dicróica y dual, que representaba figuradamente, con todo su verismo; por un lado, la nostálgica melancolía del Palermo popular, con sus líneas rectas, apaisadas y yacentes; con sus calles laberínticas, angostas y encallejonadas; con sus estilos tradicionales, propios y característicos, predominantes durante centurias en la Bella Italia, en la Bella Sicilia. Por otra parte, el contraste bicromático, representaba de forma figurada, el Palermo actual y contemporáneo, el Palermo coetáneo, aunque siempre con reminiscencias de un pasado, con inherentes vestigios de su peculiar idiosincrasia.

Así, en la diáfana y radiante claridad cenital del mediodía palermitano, predominaba una tonalidad enérgica, natural, e ígnea; la cual, se extendía sobre un azulino mar de seda con imperturbable sigilo, como el prolongado trazo de una pincelada de acuarela, sedante y sosegada, pintada sobre un lienzo de invisible cristal. Su titilante estela de enardecido claror, se difuminaba en la rasante lontananza del horizonte marino. Su rectilínea y tornasolada franja, semejaba un áurico tesoro, embellecido por innúmeros destellos dorados, los cuales, deslumbraban con verdadera procacidad a las ensimismadas retinas, produciendo en cada fulgurante momento, un efímero espejismo de fascinación (…)

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