Carlos era un inteligente niño de solo siete años, y tenia un armario donde guardaba sus pertenencias. Una de las pocas veces que él recogÃa los objetos que no le eran útiles, decidió desechar un viejo e inservible paraguas que habÃa pertenecido a su bisabuelo. Cuando ya estuvo completamente decidido, echó a un lado todos los trastes para luego llevarlos hacia el patio, donde toda la basura iba a ser trasladada. Al abandonar la alcoba se escucho un apagado murmullo; entre tanta oscuridad se encontraban discutiendo el antiguo paraguas y la sombrilla de Amanda, la hermana de Carlos.<?xml:namespace prefix = o ns = "urn:schemas-microsoft-com:office:office" />
_ ¡Qué gracia me ha causado tu desgracia! _ dijo la sombrilla.
_ SÃ, siempre he sabido que este viejo paraguas nunca te ha agradado.
_ Tú siempre has añorado ocupar mi lugar, pero esta vez has fallado.-
_ Bien sabes que hace un tiempo me preferÃan por ser reliquia de familia, nunca he pensado ocupar tu lugar.
_ Tienes razón, desde hace muchos años te han preferido y cuidado a ti, pero a cada cosa le llega su fin.
_ ¿No te conformas con ser práctica, útil, con apropiarte del cariño de Amanda?. Para ti el mundo es una competencia, cuyo tema es siempre la avaricia.
_ Y ¿qué?. No sé a que viene esto, total sólo eres un trasto sin futuro.
_ Creo que mejor será terminar con esta absurda y tonta riña.-sugirió el paraguas.
Los dos pusieron de su parte e hicieron un profundo silencio. Luego de un rato se sentÃan unos pasos apurados que venÃan subiendo las agotadoras escaleras, era Carlos que cada vez se acercaba más, hasta que de un portazo abrió la ancha puerta de la entrada de su cuarto. Se dirigió a grandes zancadas hasta donde se encontraba el montón de desechos. Al notar que entre ellos estaba el valioso paraguas de la familia, se dirigió ansiosamente hasta la sala. AllÃ, le solicitó a la hermana mayor, algunos útiles para arreglarlo. Cuando lo reparó y decoró, tal como su bisabuelo lo usaba, regresó agitadamente a su habitación y lo colocó justamente delante del espejo.
La sombrilla al verlo se sintió empequeñecida por su mala acción y desde ese mismo momento se reconcilió con el paraguas.