Tu rostro se mete por mi casa
por mi almohada y me dejas
tus ojos algo tristes para que abra
las ventanas.
Lalita Curbelo
Miro a través de la agonÃa
de recuerdos escondidos,
necesito oÃr tus respuestas,
tus palabras exentas de reproches
en cada gota de tiempo.
Miro y se disuelve la añoranza
de tenerte desnuda
con la oscuridad abierta
a la lluvia
y al calor de amarnos
en la embriaguez de los inciensos
quemando la oquedad de mi alma.
Espero saldar las deudas de mis manos
como el penúltimo dÃa de diciembre,
sumergidos en las caricias
y en la selva crispada
de segundos gemidos
y en tu sonrisa;
ah... tu sonrisa,
la misma de robar miradas eróticas y sueños;
la misma.
Esta noche
la calle parece más frÃa
y más sola
deambulando bajo mis pies,
no puedo aceptar
todas las ausencias tuyas;
padezco como marea baja de incertidumbre
contra arrecifes de soledad.
Soy ciego a las encrucijadas de laberintos,
al mundo sin retorno,
sin piedad
y sin salida
donde mi vida se convierte en pasión
y en lágrima,
en desconsuelo y final,
cruzo un bosque
de mujeres y hombres
deseando a otros hombres y mujeres
y lentamente desciendo hasta lo profundo
de un grito que te promulga
y navega en el aroma salvaje de la piel
y de tus senos de acero y roble,
de mar y olas,
de inagotable luz.
La luna penetra con su brillo
en la habitación de tus ojos distantes,
en el universo de huellas extraviadas en la arena,
en el tálamo herido de muerte
que maldice mis costillas sin esperanzas
y en los resquicios de frágiles cuerpos
mortajados de silencio por tu regreso,
se me apaga la voz
y tu aliento queda atado
al cuchillo que atraviesa mi garganta.