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El caldo del cocido
dejando a la plebe maligna morir en el caldo del cocido.
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Levanta la vista
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Levanta la vista
y gradualmente se eclipsan
los colores destellantes,
las formas lacias, las músicas tenues,
el mundo portentoso.
Los extravagantes vagabundeos,
las sensaciones solazadas,
las emociones turbadoras,
los sentimientos fastuosos
se esfuman detrás de un telón de humo.
El placer, como la vida, se troncan
y emergen los diablos, sin nombre.
El infierno abre sus puertas
para atraparle en sus calderas de muerte.
La angustia se apodera de él,
el dolor fÃsico invade su cuerpo,
come su corazón y su cerebro.
El sudor helado baña su piel
y la desazón penetra su ser.
Locura y sufrimiento se acuartelan en sus entrañas
hasta que por fin roba dinero
para comprarse más cocaÃna .
Madre, te odio
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Sala de espera
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Una lágrima hosca y vacÃa
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 Resbala una lágrima hosca y vacÃa
Cenicienta
Cenicienta grisácea
que llora cerca de la lumbre ahogada,
recuerda el ayer sofocado,
evoca las palabras y los gestos del cariño,
rememora las cálidas sonrisas de la pasión,
las miradas incandescentes,
la fogosidad de ese amor pasado.
El amor, al igual que tú,
tiene arrugas en el rostro y en el corazón,
le duelen las piernas, las manos, el alma y la vida,
no distingue en este almanaque amarillento
el hoy del ayer,
el ayer del mañana,
sus dÃas están hechos de momentos huecos y deslucidos,
de frases sin sentido,
de vocablos que se repiten para rellenar el vacÃo.
Amor, amor...
¿Cuándo se desvaneció el amor?
¿Cuándo se extraviaron las caricias?
Cenicienta ya no recuerda.
Se pierde en ese pasado reciente,
se revuelve afligida
en la materia opaca de la indiferencia,
en el lodo gris de la indolencia,
en el barro pardo de la desgana.
El espejo mágico
refleja el rostro pálido de la princesa para recordarle
que ya no tiene veinte años,
y que nacieron las primeras canas,
que los prÃncipes se cansan de las bellas damas,
de sus ideales, y de su conversación,
que hoy sus miradas mudas y desiertas
se extinguen en la pantalla de un televisor,
en un vaso de whisky barato
o en la carrocerÃa de un Laguna último modelo
y que el amor fue sólo un espejismo
que duró el tiempo de un cuento de hadas.
Cenicienta, ya no eres princesa...
No te duermas, despierta. Ya no eres princesa...
Pero puedes ser reina. Despierta...
La corona te espera.
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José Chaves, pasajero del Stanbrook 1939
Pasado
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Cortina de humo opaco,
agua gris solidificada,
prieto aire sombrÃo,
tapan la frágil estrÃa del pasado.
El recuerdo mustio lucha
contra las mareas de tierra mezquina
que quieren ahogarle con el peso del olvido,
la costra de la marchita indiferencia
y la escara blanquecina de la senectud.
La querella tétrica del pasado
se disipa en un lodo ennegrecido
que absorbe la ligera reminiscencia
del quebradizo raciocinio tambaleante.
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Espejo
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Crucé el espejo lÃquido de la alcoba
y encontré una llanura tersa y etérea
donde los segundos eran horas
donde las horas se transformaban en dÃas.
La calma opaca del tiempo y de la materia
se soldaban en una nÃvea licuación flácida.
Los elementos no poseÃan significantes ni significados
y se entretejÃan en unos tapices mágicos y asombrosos.
Desaparecieron los espacios y los instantes
para dejar brotar la esencia de la armonÃa constante.
Los minutos
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Los minutos se desmoronan
y caen en el vacÃo de la espera,
arrastrando consigo la angustia,
la soledad, el miedo y la desesperanza.
Los minutos incandescentes
se esfuman tras el humo mustio
de la hoguera sombrÃa
donde quemamos nuestro anhelo,
nuestra desazón, nuestros deseos.
La espera perversa corroe el tiempo,
socava el espacio y la materia.
El tiempo lisiado suspira
y gime al compás de la muerte.
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Memoria
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Memoria lÃquida anquilosada
en el tiempo estático de la locura.
Memoria lÃquida olvidada
en la penumbra frÃa del crepúsculo.
Memoria lÃquida zambullida
en las cenizas heladas del olvido.
Memoria lÃquida sumergida
en el tenebroso hollÃn de las reminiscencias muertas.
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Espejo
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En el precipicio del espejo de la reminiscencia,
aúlla el recuerdo ardiente de la pasión sofocada.
Tumulto y bullicio incandescentes abrasan los sentidos,
lamen las pieles, incendian los cuerpos.
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En el precipicio del espejo de la reminiscencia,
danzan las llamas perennes del ardor sepultado.
Fuego, resplandor y calor se licuan en el antagonismo,
envidiando traspasar la luna reflectante de la memoria.
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En el precipicio del espejo de la reminiscencia
la conciencia se desvanece detrás del vaho nacarado
de la brasa perturbadora y dÃscola
que se consume en despertar la pasión oculta.
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Bailando
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Luna de hierbabuena
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Noche
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Las garras negras de la temible noche
avanzan y penetran paulatinamente
en el seno inocente de la ciudad dormida.
Rasgan el asfalto de las calles
para sembrar con desprecio su hiel hirviente.
Se introducen en las casas apacibles
y violan los tersos hogares.
El aliento viciado de la luna
cae como el expiro de la muerte
sobre las avenidas y parques deslucidos.
Las sombras se tambalean sobre los muros
antes de tropezar en el algún zaguán fétido.
Los anónimos de la noche desfallecen,
sus miradas de zombi se pierden
en la creciente inmundicia.
Anhelan ansiosamente la absorción
del caballo que les hará felices.
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Falsa virgen
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Del sol cálido, del viento irisado y de la lluvia naciste
en unas laderas arrasadas y alejadas de la civilización.
Tu tez cenicienta se mezcla con el polvo del sendero
y eclipsándote hacia no se sabe que esferas lejanas
huyes angustiada de un universo
de permuta y compensación
al cual te canjearon a cambio de dos bolsas de arroz.
Eres ya, con tus pocos años, la falsa virgen de la lujuria,
el lúbrico espejo vacÃo de la infancia vejada e injuriada.
No existen los cuentos infantiles de hadas y princesas,
solo eres el felpudo
desgastado de centenares de hombres
quienes, impunes, acuchillan
la mirada inocente de la infancia.
Llueve
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La lluvia metálica
atraviesa mi piel,
corroe mi corazón fatigado,
borra mis emociones
y apaga la llama de mis sentimientos.
Va ahogando la huella del amor,
esfumando las prematuras sonrisas.
Llueve sobre mi alma
y mi cerebro agotado
se deja llevar por unos efluvios de acero
que declinan hacia el abismo infernal.
Tren
Tren, sin ida ni vuelta,
que recorre un tiempo desarticulado,
Me vestà de lluvia y de mar
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Me vestà de lluvia y de mar,
me engalané de mirra y jazmÃn,
me oculté detrás de la quimera del tiempo.
Del infinito y del ensueño hice un manto
que escondiera mis pensamientos.
Me vestà de lluvia y de mar
disimulando mis sentimientos
y a hurtadillas entré en el vergel de tu corazón.
Sorbito a sorbito bebà el néctar de tu amor.
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Despierta mi amor, ebrios de tu esencia
mis ojos afligidos buscan tus miradas abrasadas,
tus labios encendidos y tus manos ardientes.
Más el arpa de tu cuerpo dolido
se pierde en unos meandros,
meandros incógnitos que turban tu mente.
Recuerda que me vestà de lluvia y de mar,
me engalané de mirra y jazmÃn
para que descansaras tu pena
sobre el jardÃn de mi seno.
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Y me desnudo lentamente
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Sombra en mis fanales
En el celaje deslucido de una sombra
se derrama la oteada de mis fanales
disolutos en los sueños nublados del alba.
El esbozo deslustrado de los perfiles
de la antigua y opaca existencia
absorbe y licua mis nebulosos candiles .
La silueta triste de la decrepitud arcaica
se disuelve en los meandros espirituales
de mi infortunada mente espantadiza.