Al fantasimundo de los espejos…
… Detrás de los vestidores, ellos nos observan, y juzgan…
Algunos moldean sus formas de cartón piedra o plastificadas -e inertes- con cuerpo y rostro de varón o mujer... Todavía no se los encuentra en los escaparates de luciérnagas y flores, cueros y sedas, con forma de homosexuales redimidos por la ilegítima legalización de su “unión civil” en algunos países, autoproclamados de “vanguardia social”. De hecho, tal circunstancia plantea un desafío a la industria de la moda. Pero quizás, aún, público, diseñadores, presentadores y auspiciantes de desfiles marketineros, no se hayan dado cuenta todavía...
Es lo que se ve cuando uno observa cómo ellos nos observan también, y nos juzgan. Porque, al fin y al cabo, unas u otras de estas realidades diferentes de la normalidad aceptada bajo la esencia de un orden natural fundante del Universo, y aceptada desde el Paraíso por el hombre puesto en pie desde el polvo de una estrella germinada, terminan arropando desnudeces y desvíos sexuales con ropa varonil o femenina, inexorablemente. Así las cosas, hoy día. Y ellos lo saben. Analizan nuestras costumbres de seres mortales conforme al paso del tiempo, mientras –impasibles- saltan de un escaparate a otro, hasta que la mala fortuna les fractura sus delicadas curvas antropomórficas, y alguien llamado “dueño” de tal o cual negocio de ropa, los abandona como si nada en un cesto de basura...
No son considerados como joyas u otra pedrería mineral; ni siquiera como las flores fugaces que los adornan. Nadie evalúa que, sobre su piel adecuada a la raza y sexo que representan, y producida por el artificio de una industria próspera y feliz, los años y sus calendarios transcurren para ellos en el día a día; a saber: nostálgicos y elegantes en los otoños de hojas amarillas; contemplativos y arropados en los crudos inviernos, desafiantes y liberales en gozosas primaveras, y exultantes en los estíos cuando el sol no les deja apagar, sino hasta muy tarde, sus ojos cristalizados y centelleantes...
Y sienten pena por nosotros. Por nuestros pasos esquivos y apresurados en las veredas; o por las miradas furtivas hacia lo que ellos promueven o incitan y seducen a la compra; o por los cambios de ritmo que, una vestimenta adecuada para uno de nosotros, puede reportarles como necesidad o, simplemente, como pasajera vanidad frente a esos otros “ellos” (nosotros)... Y para y por nosotros, ellos deben disimular el pudor vulnerado cada vez que un vendedor los despelleja y desnuda y cambia de estilo en su trabajo. Enterrar sus íntimas vibraciones de seres creados a imagen y semejanza del hombre, y que, por esa sola razón, esconden un alma trascendente como todos los objetos del universo creado natural o artificialmente. Pero quizás, aún, público, diseñadores, presentadores y auspiciantes de desfiles marketineros, tampoco de esto se hayan dado cuenta todavía; de esto como de tantas otras cosas de sus vidas reales de muñecos serviciales...
Gepetto seguirá siendo para ellos su dios literario, pero los sueños de vida propia, mera ilusión de manequíns adocenados...