INTERMEZZO
Al circular ocaso de la vida…
De madrugada, después del festejo, el taxi se fue. Con ella y la abuela mimada. Ella le había dicho a papá que, al otro día, o ese mismo día para mejor decir –porque era de madrugada-, no vendría a almorzar; por lo que él –su ahijado preferido, quien también había despedido –alborotado por el vino- a su novia Melisa, no pudo dormir en toda la noche porque ella había asegurado que no vendría, y Esmeralda era su madrina, y él –quizás yo-, su ahijado preferido; y, a pesar de cómo era ella, él la quería y mucho, y cuánto sufría porque –en ella- sus achaques de salud se pronunciaban; así que, recién como a las nueve de la mañana de ese día feriado –patrio- creyó poder hacerlo, esto es, dormir después de un largo y grotesco desvelo; pero el timbre de la casa sonó, y no pudo, porque su mamá, dejando el locro en espera, abrió la puerta y era ella, Esmeralda, quien había dicho que no vendría y vino, y que, a los gritos –como siempre-, irrumpió en el hogar paterno, saludó a todo el mundo porque había venido –menos a papá que sí dormía todavía-, y planteó su primera controversia con otro adormilado miembro femenino de la familia –su hermana Carol-, propio de ella, porque sino fuera así no sería ella –Carol-, y que se quejaba porque no la habían dejado dormir, ya que, ella –Esmeralda- había venido, así de pronto, del brazo de la abuela mimada –Matilde-, luego de decirle que no vendría, y vino… Y él, aunque mucho la quería –no sólo por la herencia, dice (¿digo?)-… si no fuera porque se trataba de la querida, solitaria e inimputable tía madrina del campo, medio sorda y medio vieja y fea, pero –fundamentalmente- muy dadivosa con él, su, según él, seguro heredero –aunque dice (¿digo?), generosa con todos, que solía periódicamente visitarlos por cualquier razón, especialmente ahora que tanto sufría, y no ella, por ejemplo, su novia –Melisa- la que le hubiera dicho que no vendría y vino, o que vendría y no vino, se hubiera podido realmente enojar… Pero pensar que no era ella –Melisa- sino ella –Esmeralda- la que había venido cuando de seguro no lo habría hecho, pero vino…, entonces ahora, por fin ahora, su llegada le permitiría ponerse a dormir, porque si había dicho que no iba a venir y vino, eso significaba que no estaba tal mal como él –quizás yo- creía…
Fue mientras ella reclamaba su -¿la mía?)- presencia –su joven, noble (¿noble?) e inteligente heredero e ingeniero agrónomo-, como el intermezzo de una pesadilla de la que no despertó jamás, aunque hubiera querido hacerlo y podido si hubiera sido ella –su novia- la que le hubiera dicho que no vendría y vino, o que vendría y no vino –y así habría podido enojarse y, de hecho, despertar –de ira- por haberle fallado en alguno de ambos modos, cuando el timbre de la puerta sonó, y no era ella –Melisa- sino su madrina preferida la que había venido luego de decir que no lo haría, y vino… Sí. No era ella –su novia-, a quien realmente amaba y esperaba y que le había dicho, después del festejo, desde un susurro de alondra, mientras despedían a ella –Esmeralda- y a la abuela mimada, que luego vendría y no vino, sino que la que vino era ella, su querida, solitaria e inimputable tía madrina del campo, medio sorda y medio vieja y fea, pero –fundamentalmente- muy dadivosa con él, su heredero, aunque dice -quizás yo-, generosa con todos-, y…
Bueno, fue una muerte súbita, opinó ella –la chismosa del barrio-; coma alcohólico, de por medio, acotó. ¿Pero cómo puede ser, si el pibe estaba sano?, preguntó –casi protestando- otra, que había compartido –dicen- cama con tal muerto… Pero le gustaba tomar –dijo otra, por celos nomás-… ¿Qué dice?, dijo ella indignada. Digo que usted no está en condiciones de opinar –sesentona verde- porque es la mamá de Melisa, y ella era (es) tan… como el pibe… Y estuvieron de festejo hasta muy tarde anoche… Yo sentí bien desde el patio contiguo a mi casa, como él se reía y mofaba de ella –Esmeralda- a cada rato, y decía que no sabía cuándo se iba a morir esa vieja para cobrar la herencia que hace como un millón de años –desde el bautismo- le había prometido; porque era su madrina de campo, medio sorda y medio vieja y fea, y –fundamentalmente- muy dadivosa con él, su heredero –digo- y que, miren como son las cosas, doña Amanda: un ACV cortito y la justicia que le cae como un rayo al muchacho necio (¿noble?) y burlón… Porque la Esmeralda era medio sorda y medio vieja y fea, pero la abuela mimada, que tanto la cuidaba y celaba, pero que sabía que no iba a recibir ni un peso de la maldita herencia, no. Tenía los ojos y los oídos muy atentos… Así que la querida, solitaria e inimputable tía madrina de campo, después del festejo, de seguro se enteró de todo… De seguro. Y usted debe saber que debió ser así. Porque es mujer, como ella, ella y ella… Por eso dijo “gracias” por el festejo, y que al almuerzo –por sentirse agotada y descompuesta- no vendría y vino, y el muchacho creyó que ella no iba a venir y vino, y que no podía dormir a pesar del alcohol que lo había poseído, y no porque estuviera preocupado por los achaques de su querida tía madrina de campo, sino trastornado por la idea y posibilidad de que, con lo que ella había bebido de su mano también aquella noche –de su noble (¿necia?) mano y dulce (¿cínica?) sonrisa-, quizás ese mismo día se fuera (¡por fin!) para el otro mundo, pero aunque dijo que no vendría, sin embargo, vino…
Integra los libros “MUNDOS PARALELOS y Otros Cuentos” (Colección Realismo Mágico). Inédito. La Botica del Autor. Santa Fe (Argentina), 2004-2010; y “PUNCIONES MENTALES” (Terrores Cotidianos y de los Otros) - (Colección de Horror Nº 02). La Botica del Autor. Santa Fe (Argentina), 2008-2010.